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Leddravohr no se contuvo en su desprecio hacia Lain.

— Siento más estima por el más humilde soldado al servicio de Kolkorron que por esta vieja de rostro lívido.

Su reiterado desacato al rey incrementó el silencio bajo la cúpula de vidrio y, en esa tensa quietud, Toller dejó escapar su propio desafío. Hubiera sido un delito similar a la traición, y castigado con la muerte, que cualquier persona de su condición tomase la iniciativa de retar a un miembro de la monarquía, pero la ley le permitía atacar indirectamente dentro de unos límites para provocar una respuesta.

— Parece que «vieja» es el epíteto favorito del príncipe Leddravohr — dijo a Vorndal Sisstt, que se hallaba sentado junto él —. ¿Quiere decir esto que es siempre muy prudente eligiendo sus adversarios?

Sisstt, traspuesto, se recostó encogiéndose en su asiento, intentando demostrar nerviosamente su disidencia cuando Leddravohr se volvió para identificar a quien había hablado. Viendo a Leddravohr de cerca por primera vez, Toller apreció su fuerte mandíbula, su semblante sin arrugas, caracterizado por una curiosa tersura escultural, casi como si sus músculos estuviesen enervados e inmóviles. Era un rostro inhumano, privado de las fluctuaciones comunes en la expresión, donde solamente los ojos bajo unas cejas espesas delataban sus pensamientos. En este caso, los ojos de Leddravohr evidenciaban, mientras examinaban con todo detalle al joven, que era mayor su incredulidad que su furia.

— ¿Quién eres tú? — preguntó al fin —. ¿O debería decir qué eres tú?

— Mi nombre es Toller Maraquine, príncipe, y tengo el honor de ser filósofo.

Leddravohr levantó la vista hacia su padre y sonrió, como para demostrar que cuando lo consideraba un deber filial, podía aguantar una provocación extrema. A Toller no le gustó la sonrisa, que desapareció en un instante, como cuando se corre una cortina, sin afectar a ninguna otra parte de su rostro.

— Bien, Toller Maraquine — dijo Leddravohr —, es una suerte que en la casa de mi padre no se lleven nunca armas.

Déjalo, trataba Toller de convencerse a sí mismo. Ya has manifestado tu opinión, a pesar de todo, impunemente.

— ¿Suerte? — dijo tranquilamente —. ¿Para quién?

La sonrisa de Leddravohr no se alteró, pero sus ojos se volvieron opacos, como pulidos guijarros marrones. Dio un paso hacia delante y Toller se preparó para la lucha física; pero en ese preciso momento, el delicado eje de la confrontación fue quebrado desde una dirección inesperada -

— Majestad — dijo el gran Glo, levantándose de repente, con aspecto cadavérico pero hablando, sorprendentemente, con fluidez y claridad —. Le ruego, por el bien de Kolkorron, que escuche la propuesta que antes mencioné. Por favor, no permita que una leve indisposición impida que usted oiga el plan, cuyas implicaciones superan el presente y el futuro próximo, y a largo plazo atañerán a la propia existencia de nuestra gran nación.

— No se mueva, Glo. — El rey se levantó también y apuntó hacia Leddravohr con los índices de ambas manos, concentrando en él toda la fuerza de su autoridad —. Leddravohr, ahora volverás a ocupar tu asiento.

Leddravohr contempló al rey durante unos segundos con expresión impasible, después dio la espalda a Toller y, lentamente, caminó hacia el estrado. Toller se sobresaltó al notar que su hermano le apretaba el brazo con la mano.

— ¿Qué pretendes? — murmuró Lain, escudriñando con su mirada aterrada el rostro de su hermano —. Leddravohr ha matado a muchos por menos.

Toller apartó el brazo.

— Aún estoy vivo.

— No tienes ningún derecho a inmiscuirte.

— Pido perdón por el insulto — dijo Toller —. Pensé que uno más no importaría.

— Sabes lo que pienso de tu infantil…

Lain enmudeció al acercarse el gran Glo.

— El muchacho no puede evitar ser tan impetuoso; yo era igual a su edad — dijo.

El brillo de su frente demostraba que cada poro de su piel destilaba sudor. Bajo los amplios pliegues de su túnica, su pecho se dilataba y se contraía con inquietante rapidez, expeliendo el olor del vino.

— Señor, creo que debería sentarse y tranquilizarse — dijo Lain en voz baja —. No es necesario que se someta a más…

— ¡No! Tú eres el que debe sentarse. — Glo señaló dos asientos cercanos y esperó a que Lain y Toller se acomodasen en ellos —. Eres un hombre bueno, Lain, pero fue un error de mi parte confiarte una tarea que es constitucionalmente… hummm… insostenible. Ahora se precisa valentía, valentía en los cálculos. Eso es lo que nos hizo ganar el respeto de los antiguos reyes.

Toller, morbosamente interesado por cada movimiento de Leddravohr, advirtió que, sobre el estrado, el príncipe concluía una conversación murmurada con su padre. Los dos hombres se sentaron y Leddravohr, inmediatamente, volvió su mirada escrutadora en la dirección de Toller. A un casi imperceptible asentimiento del rey, un oficial golpeó el suelo con su bastón para acallar los murmullos que invadían toda la sala.

— ¡Gran Glo! — La voz de Prad parecía ominosamente serena —. Disculpe la descortesía mostrada hacia los miembros de su delegación, pero también quisiera añadir que no debemos perder el tiempo de la reunión con sugerencias frívolas. Ahora, si le otorgo el permiso para que exponga aquí los factores esenciales de su gran plan, ¿podrá llevarlo a cabo rápida y escuetamente, sin aumentar mis tribulaciones de este día que ya ha tenido tantas?

— ¡Con mucho gusto!

— Entonces, adelante.

— Enseguida, majestad. — Glo se volvió hacia Lain, guiñándole el ojo y susurrándole —: ¿Recuerdas lo que dijiste de que volaba más alto y veía más lejos? Ahora tendrás razones para reflexionar sobre esas palabras, muchacho. Tus gráficos hablaban de una historia que ni si siquiera tú comprendes, pero yo…

— Gran Glo — dijo Prad —, estoy esperando.

Glo le dedicó una complicada reverencia, realizando unas florituras con la mano acordes con sus palabras altisonantes.

— Majestad, el filósofo tiene muchos deberes, muchas responsabilidades. No sólo debe abarcar con su mente el pasado y el presente, debe iluminar los múltiples caminos hacia el futuro. Cuanto más oscuros y… hummm… peligrosos sean estos caminos, más alto…

— ¡Vaya al grano, Glo!

— Muy bien, majestad. Mi análisis de la situación en la que se encuentra Kolkorron hoy en día, muestra que las dificultades para obtener brakka y cristales de energía están creciendo hasta un punto en que… hummm…, sólo con medidas enérgicas y previsoras se evitará el desastre nacional. — La voz de Glo temblaba de emoción —. Mi opinión es que como los problemas que nos atañen crecen y se multiplican, debemos ampliar nuestra capacidad de acuerdo a ellos. Si queremos mantener nuestra posición hegemónica en Land, debemos volver la vista, no hacia las naciones insignificantes que nos rodean, con sus escasos recursos, sino hacia el cielo. Todo el planeta Overland suspendido sobre nosotros está aguardando, como un delicioso fruto preparado para ser recogido. Está dentro de nuestras posibilidades desarrollar un método para ir allí y…

El final de la frase fue ahogado por una corriente exaltada de risas.

Toller, cuya mirada se había quedado fija en la de Leddravohr, se volvió al oír unos gritos a su derecha. Vio que detrás de la delegación médica de Tunsfo, el gran Prelado Balountar se había puesto en pie y señalaba al gran Glo con un dedo acusador, con su pequeña boca desencajada por la excitación.

Borreat Hargeth, sentado junto a Toller, se inclinó sobre su fila y presionó el hombro de Lain.

— Haz que se siente ese viejo loco — le susurró escandalizado —. ¿Tú sabías que iba a hacer esto?