El puente sobre el Bytran, el río principal que cruzaba el camino en dirección sur, estaba totalmente cubierto por una estructura de madera, dando la impresión de ser un gigantesco almacén, y por una especie de túnel atravesaba el foso y conducía hasta el Palacio Principal, que ahora estaba entoldado. El primer indicio que percibió Toller de que la reunión iba a ser diferente de la que había tenido lugar dos años antes, fue la ausencia de carruajes en el patio delantero. Aparte de unos cuantos coches oficiales, solamente la ligera berlina de su hermano, adquirida antes de la proscripción de vehículos tirados por yuntas, esperaba cerca de la entrada. Lain estaba solo junto a la berlina con un delgado rollo de papel bajo el brazo. Su cara alargada parecía pálida y cansada bajo los negros mechones de su cabello. Toller dio un salto y ayudó a Glo a bajar del carruaje, aguantándolo discretamente hasta que consiguió mantenerse en equilibrio.
— No me comentó que iba ser una audiencia privada — dijo Toller.
Glo lo miró con irónico desdén, recobrando momentáneamente su antiguo temperamento.
— Yo no tengo por qué comentarte nada, jovencito. Es importante que el gran Filósofo se mantenga reservado y… hummm… enigmático en ciertas ocasiones.
Agarrándose con fuerza al brazo de Toller, pasó cojeando bajo el arco labrado de la entrada, donde se encontraron con Lain.
Mientras se intercambiaban los saludos, Toller, que no había visto a su hermano desde hacía más de cuarenta días, percibió su aspecto obviamente debilitado.
— Espero que no estés trabajando en demasía — le dijo.
Lain sonrió sarcásticamente.
— Trabajando en demasía, y durmiendo demasiado poco. Gesalla está nuevamente embarazada y esta vez le ha afectado más que la anterior.
— Lo siento.
A Toller le sorprendió saber que después del aborto de hacía casi dos años, Gesalla seguía decidida a ejercer la maternidad. Reflejaba un instinto maternal que le costaba asociar con su carácter. Aparte de aquella curiosa visión casual y breve que tuvo de Gesalla el día en que volvía de la desastrosa reunión del consejo, siempre la había considerado demasiado adusta, demasiado acostumbrada al orden y a su propia autonomía, como para ocuparse de criar niños.
— Por cierto, te manda recuerdos — añadió Lain.
Toller sonrió abiertamente demostrando su incredulidad, mientras los tres hombres avanzaban hacia el palacio. Glo los condujo a través de la silenciosa actividad de los corredores hasta una puerta de madera vidriada bastante alejada de las zonas administrativas. Los ostiarios de armaduras negras en sus puestos eran un signo de que el rey estaba dentro. Toller sintió cómo Glo hacía esfuerzos para erguir su cuerpo, intentando adquirir una buena apariencia, y él, a su vez, intentó fingir que apenas le prestaba ayuda mientras entraban en la cámara de audiencias donde los esperaban.
La sala era hexagonal y bastante pequeña, iluminada por una sola ventana, y el único mobiliario era una mesa hexagonal con seis sillas. El rey Prad estaba ya sentado frente a la ventana y a su lado se encontraban el príncipe Leddravohr y Chakkell, todos ellos ataviados informalmente con atuendos holgados de seda. El único signo distintivo de Prad era una gran joya azul que llevaba colgada del cuello por una cadena de vidrio. Toller, que deseaba pasar lo más inadvertido posible por el bien de su hermano y de Glo, evitó mirar en dirección a Leddravohr. Mantuvo sus ojos bajos hasta que el rey hizo una señal a Glo y a Lain para que se sentaran y después puso toda su atención en ayudar a Glo a sentarse, intentando que su soporte de caña crujiese lo menos posible.
— Pido disculpas por el retraso, majestad — dijo el gran Filósofo, cuando al fin se acomodó, hablando en kofikorroniano formal —. ¿Desea que se retire mi ayudante?
Prad negó con la cabeza.
— Puede quedarse, por si lo necesita, gran Glo. No alcanzo a apreciar su grado de invalidez.
— Una cierta terquedad en las… hummm… extremidades, eso es todo — respondió Glo estoicamente.
— No obstante, le agradezco el esfuerzo de haber venido hasta aquí. Como puede ver, he suprimido todas las formalidades, que podrían impedirnos un intercambio de ideas. Las circunstancias de nuestra última reunión favorecían poco una comunicación relajada, ¿no es verdad?
Toller, que se había colocado detrás de la silla de Glo, se sorprendió ante el tono amistoso y razonable del rey. Parecía como si su pesimismo careciera de fundamento, y a Glo fuera a evitársele cualquier nueva humillación. Por primera vez, miró directamente hacia la mesa y comprobó que la expresión de Prad era realmente tan tranquilizadora como se lo permitían sus rasgos dominados por aquel ojo inhumano de mármol blanco. Toller desplazó su mirada, sin una intención consciente, hasta Leddravohr y experimentó una especie de conmoción psíquica al darse cuenta de que los ojos del príncipe habían estado clavados en él durante todo el tiempo, proyectando una malicia y un desprecio indisimulados.
Soy otra persona, se dijo Toller, advirtiendo que un reflejo desafiante se transmitía a sus hombros. Glo y Lain no van a tener problemas por mi culpa.
Bajó la cabeza, pero no antes de ver cómo se esbozaba la sonrisa de Leddravohr, la fácil mueca fugaz de su labio superior. Toller no lograba decidir qué actitud tomar. Parecía que las cosas que se comentaban sobre Leddravohr, sobre su excelente memoria para las caras y aún más excelente para los insultos, eran ciertas. La inmediata dificultad para Toller estaba en eso. Aunque decidido a no cruzar su mirada con la de Leddravohr, pensó que no tenía ningún sentido seguir con la cabeza baja durante todo el antedía. ¿Podría encontrar un pretexto para salir de la sala, quizás algo relacionado con…?
— Deseo hablar sobre el viaje a Overland — dijo el rey, dejando caer sus palabras como una bomba, que borró cualquier otra idea de la mente de Toller —. ¿Puede usted, en su condición de gran Filósofo, afirmar que es posible?
— Sí, majestad. — Glo observó a Leddravohr y al atezado príncipe Chakkell, como retándolos a presentar sus objeciones —. Podemos volar a Overland.
— ¿Cómo?
— Con grandes globos de aire caliente, majestad.
— Siga.
— Su poder de elevación puede aumentarse mediante chorros de gas, pero sería fundamental que en la región donde los globos dejaran prácticamente de funcionar, los chorros funcionasen al máximo. — Glo hablaba en voz alta y sin titubeos, como hacía cuando estaba inspirado —. Los chorros también servirían para que el globo pudiese virar a mitad del recorrido y así descender normalmente. Se lo repito, majestad: podemos volar a Overland.
Las palabras de Glo fueron seguidas por un silencio en el que se oían las respiraciones. Toller, pensativo, miró a su hermano para ver si, como antes, la conversación sobre el viaje a Overland le había causado un fuerte impacto. Lain parecía nervioso y preocupado, pero en absoluto sorprendido. Glo y él debían de haber estado comentando el asunto, y si Lain creía que el viaje podía hacerse, ¡podía hacerse! Toller sintió una corriente de frío recorriendo su columna al imaginar algo que para él significaba una experiencia intelectual y emocional totalmente nueva. Tengo un futuro, pensó. He descubierto por qué estoy aquí…