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Al oír tal afirmación, Toller sintió un fuerte escalofrío. Cualquier asomo de terror dio paso al momento a una curiosidad y a una sensación irresistible, egoísta y excitante de ser un privilegiado. Los acontecimientos más relevantes de la historia se desarrollaban a su favor. Por primera vez en su vida, anhelaba el futuro.

— …como si los pterthas estuviesen estimulados por los sucesos de los dos pasados años, de la misma forma que un guerrero que ve a su adversario debilitándose — decía el rey —. Están aumentando; ¿y quién puede decir que sus infectas emanaciones no se volverán aún más letales? Ha ocurrido una vez, y podría suceder de nuevo.

»Aquí, en Ro-Atabri, hemos sido relativamente afortunados hasta el momento, pero por todo el imperio la gente se está muriendo de esa insidiosa nueva forma de pterthacosis, a pesar de todos nuestros esfuerzos por acabar con las burbujas. Y los recién nacidos, de quienes depende nuestro futuro, son los más vulnerables. Podríamos encontrarnos con la perspectiva de vernos reducidos a un montón de infelices ancianos y ancianas estériles, condenados a desaparecer; aparte del creciente fantasma del hambre. Las regiones donde se desarrollaba la agricultura ya no pueden producir alimentos en las cantidades que son necesarias para mantener a nuestras ciudades, a pesar de que las poblaciones urbanas han sido enormemente reducidas.

El rey hizo una pausa sonriendo con tristeza a su audiencia.

— Hay algunos entre nosotros que afirman que todavía hay espacio para la esperanza, que el destino puede aún perdonar y volverse contra los pterthas; pero Kolkorron no se engrandecerá confiando sumisamente en la suerte. Esa actitud es ajena a nuestro carácter. Cuando se nos obliga a rendirnos en una batalla, nos retiramos a un reducto seguro donde podamos acopiar fuerzas y obtener la resolución para salir y vencer a nuestros enemigos.

»En el caso que nos ocupa, como es propio de un conflicto difícil, hay una difícil solución; y su nombre es Overland.

»Mi decreto real es que preparemos nuestra retirada a Overland; no para huir del enemigo, sino para crecer y volvernos más poderosos, para ganar tiempo en desarrollar métodos que destruyan a los pterthas en su repugnante totalidad; y finalmente, sin dar importancia al tiempo que se precise, volver a nuestro planeta Land como un ejército glorioso e invencible que reclamará triunfalmente lo que por derecho y naturaleza nos pertenece.»

La oratoria del rey, acentuada por el formalismo de la lengua oficial, había arrastrado a Toller, abriendo nuevas perspectivas en su cabeza y, con sorpresa, se dio cuenta de que no se producía ninguna respuesta ni por parte de su hermano ni de Glo. Este último estaba tan inmóvil que parecía muerto, y Lain continuaba mirando fijamente a sus manos, dando vueltas al anillo de brakka que llevaba en su sexto dedo. Toller se preguntó, con una sombra de censura, si Lain estaría pensando en Gesalla y el bebé que nacería en tiempos tan turbulentos.

Prad interrumpió el silencio para dirigirse, curiosamente según el punto de vista de Toller, a Lain.

— ¿Y bien, disputador? ¿Tienes alguna otra demostración que hacernos sobre lectura de mentes?

Lain alzó con seguridad la cabeza y su mirada hacia el rey.

— Majestad, incluso cuando nuestros ejércitos estaban en su mejor momento, nos abstuvimos de atacar Chamteth.

— ¡Me ofenden las implicaciones de ese comentario! — exclamó el príncipe Leddravohr, con voz destemplada —. Exijo que…

— ¡Tu promesa, Leddravohr! — replicó severo el rey a su hijo —. Te recuerdo la promesa que me hiciste. ¡Ten paciencia! Pronto llegará tu turno.

Leddravohr alzó ambas manos con un gesto de resignación, retrepándose de nuevo en su silla, y fijando ahora una mirada de preocupación en Lain. El espasmo de alarma que Toller había sentido por la seguridad de su hermano casi desapareció en el silencioso clamor de su reacción a la mención de Chamteth. ¿Cómo había tardado tanto en comprender que una flota de migración interplanetaria, si alguna vez llegaba a construirse, requeriría cristales de energía en una escala tan enorme que sólo podría obtenerse de una fuente? Si los pasmosos planes del rey también incluían ir a la guerra contra los enigmáticos y aislados chamtethanos, el futuro que se avecinaba iba a ser más turbulento incluso de lo que Toller había imaginado.

Chamteth era un país tan enorme que podía accederse a él viajando tanto hacia el este como hacia el oeste por la Tierra de los Largos Días, ese hemisferio del planeta que no cubría la sombra de Overland y donde no existía la noche breve para marcar el avance del sol a través del cielo. En el pasado, varios gobernantes ambiciosos habían intentado internarse en Chamteth; y el resultado había sido tan convincente, tan desastroso, que Chamteth quedó prácticamente borrado de la conciencia de la nación. Existía pero, al igual que Overland, su existencia no tenía ninguna relevancia para los asuntos cotidianos del imperio.

Hasta ahora, pensó Toller, intentando reconstruir su imagen del universo, Chamteth y Overland estaban ligados… unidos… para tomar uno había que tomar el otro…

— La guerra contra Chamteth se ha hecho inevitable — dijo el rey —. Algunos son de la opinión de que siempre ha sido inevitable. ¿Usted qué opina, gran Glo?

— Majestad, yo… — Glo se aclaró la garganta y se irguió en su silla —. Majestad, yo siempre me he considerado un pensador imaginativo, pero la grandiosidad y el alcance de su visión me han dejado… hummm… sin aliento. Cuando propuse en un principio volar a Overland, calculaba enviar unos cuantos exploradores, que serían seguidos poco a poco por una colonia que se establecería. Ni siquiera había soñado en una migración a la escala que usted propone, pero puedo asegurarle que estoy igualmente dispuesto a las responsabilidades que entraña. El diseño de una nave apropiada y la planificación de todo lo necesario…

Glo cesó de hablar al ver a Prad negando con la cabeza.

— Querido gran Glo, usted no está bien — dijo el rey —, y no sería justo por mi parte permitir que invirtiese las fuerzas que le quedan en una tarea de tal magnitud.

— Pero, majestad…

El rostro del rey se endureció.

— ¡No me interrumpa! Nuestra apurada situación requiere medidas extremas. Todos los recursos de Kolkorron deben reorganizarse y movilizarse y, por tanto, disuelvo todas las antiguas estructuras de familias dinásticas. En su lugar, desde este momento, habrá una única pirámide de autoridad. Su cabeza ejecutiva será mi hijo, el príncipe Leddravohr, que controlará y coordinará cada aspecto, tanto militar como civil, de nuestros asuntos nacionales. Estará secundado por el príncipe Chakkell, que será responsable ante él de la construcción de la flota de migración. — El rey se interrumpió y, al volver a hablar, su voz ya no poseía ningún atributo humano —. Debe entenderse que la autoridad del príncipe Leddravohr es absoluta, que su poder es ilimitado y que atentar contra sus deseos en cualquier aspecto es un delito equivalente a la alta traición.

Toller cerró los ojos, sabiendo que cuando los abriese el mundo de su infancia y su juventud habría pasado a la historia, y que su puesto estaría en un nuevo y peligroso cosmos, en donde su actuación podría ser demasiado breve.

Capítulo 8

Leddravohr se estaba mentalmente cansando y esperaba poder relajarse durante la cena, pero su padre, con la abundante energía cerebral que caracteriza a ciertas personas de edad avanzada, habló sin parar durante la comida. Pasaba con rapidez y sin esfuerzo de la estrategia militar a los planes de racionamiento de los alimentos o a tecnicismos sobre los vuelos interplanetarios, demostrando su apasionamiento, intentando examinar posibilidades incompatibles entre sí. Leddravohr, a quien no divertían los temas abstractos, se sintió aliviado cuando terminó la cena y su padre salió al balcón para tomar una última copa de vino antes de retirarse a sus aposentos privados.