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Al echar la cabeza hacia atrás para acabar su copa de coñac, la mirada de Leddravohr se desplazó hasta el cenit, e inmediatamente obtuvo la respuesta. El gran disco de Overland estaba ahora totalmente iluminado y su cara empezaba a mostrar los cambios centelleantes que anunciaban su inmersión nocturna en la sombra de Land. La noche profunda, ese período en el que el planeta experimentaba una auténtica oscuridad, estaba empezando, y tenía su réplica en la mente de Leddravohr.

Él era un soldado, profesionalmente inmune al miedo, y por eso había tardado tanto en reconocer o identificar la emoción que había acechado su conciencia durante la mayor parte del día.

¡Le asustaba el vuelo a Overland!

Lo que sentía no era una determinada aprensión por los riesgos inevitables que entrañaba, era un puro, primitivo e inhumano terror, hacia la idea de ascender miles de kilómetros en la implacable inmensidad azul del cielo. La magnitud de su espanto era tal que, cuando llegase el momento terrible del embarque, podría ser incapaz de controlarse. Él, el príncipe Leddravohr lseldeever, podría desmoronarse, salir corriendo como un niño aterrado, teniendo que ser arrastrado hasta la nave a la vista de miles…

Leddravohr se puso en pie de un salto y arrojó el vaso, que se hizo añicos contra el suelo de piedra del balcón. Resultaba irónico que su primer contacto con el miedo no hubiese tenido lugar en el campo de batalla, sino en la tranquilidad de una pequeña habitación, y que fuese causado por ficciones inconsistentes, por conjeturas y visiones casuales de lo inconcebible.

Respirando profunda y regularmente, como intentando hacerse de nuevo dueño de sus emociones, Leddravohr observó la oscuridad de la noche profunda que envolvía el mundo, y cuando finalmente se retiró a la cama, su rostro había recuperado su compostura escultural.

Capítulo 9

— Se está haciendo tarde — dijo Toller —. Quizá Leddravohr ha decidido no venir.

— Ya veremos.

Lain sonrió brevemente y volvió su atención a los papeles y al instrumental matemático de su escritorio.

— Sí — dijo Toller contemplando el techo durante un momento —. Ésta no es una conversación muy animada, ¿verdad?

— Ato es ninguna clase de conversación — contestó Lain —. Lo que ocurre es que estoy intentando trabajar y tú no dejas de interrumpirme.

— Lo siento.

Toller se daba cuenta de que debía salir de la habitación, pero se resistía a hacerlo. Había pasado mucho tiempo desde su marcha del hogar de la familia, y algunos de los recuerdos más importantes de su juventud volvían a él en aquella habitación tan íntima, con sus artesonados de madera de perette y las brillantes cerámicas, y al ver a Lain en el mismo escritorio, dedicado a las incomprensibles tareas de matemático. El instinto de Toller le decía que su hermano y él estaban llegando a la corriente divisoria de sus vidas, y deseaba compartir el tiempo con él mientras aún era posible. Se sentía vagamente avergonzado de sus sentimientos, y no había intentado expresarlos con palabras, con el resultado negativo de que Lain se hallaba nervioso e intrigado por su continua presencia.

Decidiendo permanecer en silencio, Toller fue hasta una de las pilas de manuscritos que habían sido sacadas de los archivos de Monteverde. Cogió un pliego empastado en cuero y echó un vistazo a su título. Como era usual, las palabras le parecieron una sucesión lineal de letras sin contenido determinado, hasta que usó el truco que en una ocasión le había enseñado Lain. Cubrió el título con la palma de la mano y lentamente deslizó ésta hacia la derecha de forma que las letras se aparecieron una tras otra. Esta vez, los símbolos impresos adquirieron sentido: VUELOS AEROSTÁTICOS AL LEJANO NORTE, por Muel Webrey, 2136.

Normalmente hasta aquí llegaba el interés que Toller sentía por los libros, pero los ascensos de globos ya no eran una cosa ajena a su mente desde la relevante reunión del día anterior, y su curiosidad se acrecentó ante el conocimiento de que el libro tenía una antigüedad de cinco siglos. ¿Cómo era posible que se hubiese volado por el mundo cuando aún Kolkorron no había surgido para unificar una docena de naciones beligerantes? Se sentó y abrió el libro por la mitad, esperando que Lain reparase en ello, y empezó a leer. Ciertos signos y construcciones gramaticales poco familiares hicieron el texto más complicado de lo que hubiera querido, pero perseveró, deslizando su mano sobre un párrafo tras otro que, para su desencanto, tenían que ver más con la política antigua que con la aviación. Empezaba a perder interés cuando nuevamente su atención fue atrapada por una referencia: «… y a nuestra izquierda las burbujas rosadas de los pterthas iban subiendo.»

Toller frunció el ceño y pasó su dedo repetidas veces sobre el adjetivo hasta que fue consciente de ello.

— Lain, aquí dice que los pterthas son rosados.

Lain no levantó la cabeza.

— Debes haberlo leído mal. La palabra es «púrpura».

Toller examinó el adjetivo nuevamente.

— No, dice rosado.

— Tienes que aceptar una cierta desviación en las descripciones subjetivas. Además, el significado de una palabra puede haber variado después de tanto tiempo.

— Sí, pero… — Toller se quedó insatisfecho —. Así que no crees que los pterthas pudieran ser dif…

— ¡Toller! — Lain soltó su pluma —. Toller, no creas que no me alegro de verte, pero ¿por qué te has instalado en mi despacho?

— Nunca hablamos — dijo Toller con timidez.

— Muy bien, ¿de qué quieres hablar?

— De nada. No hay mucho… tiempo. — Toller trataba de inspirarse —. Podrías decirme en qué estás trabajando.

— No tendría mucho sentido. No lo entenderías.

— Es una pena — dijo Toller, levantándose y volviendo a colocar el libro sobre la pila.

Cuando ya iba hacia la puerta su hermano habló.

— Lo siento, Toller, tienes razón. — Lain sonrió, disculpándose —. Verás, empecé este ensayo hace más de un año, y quiero terminarlo antes de que otros asuntos me aparten de él. Pero quizá no sea tan importante.

— Debe de serlo si has estado trabajando durante tanto tiempo. Te dejaré tranquilo.

— Por favor, no te vayas — dijo Lain rápidamente —. ¿Te gustaría ver algo de veras maravilloso? ¡Mira esto!

Sacó un pequeño disco de madera, lo colocó sobre una hoja de papel y trazó un círculo alrededor. Desplazó hacia un lado el disco, dibujó otro círculo y después repitió la operación, para terminar trazando una línea que atravesó los tres círculos por la mitad. Puso un dedo a cada lado de ésta y dijo:

— Desde aquí hasta aquí hay exactamente tres diámetros, ¿de acuerdo?

— De acuerdo — dijo Toller perplejo, preguntándose si se le habría escapado algún detalle.

— Ahora pasemos a la parte más asombrosa.

Lain hizo una marca de tinta en el borde del disco y lo colocó verticalmente sobre el papel, procurando que la marca coincidiese con el borde más alejado del primer círculo. Después de levantar la vista hacia Toller para comprobar si le estaba prestando suficiente atención, Lain, lentamente, hizo rodar el disco derecho sobre la línea dibujada. La marca del borde, tras dar una vuelta completa, coincidió justo con el borde más alejado del último círculo.

— Demostración terminada — anunció Lain —. Y en parte, sobre eso trata lo que estoy escribiendo.

Toller lo miró con sorpresa.

— ¿La circunferencia de una rueda es igual a tres diámetros?

— Exactamente igual a tres diámetros. Esa demostración fue muy burda, pero incluso con las mediciones precisas, la proporción es exactamente tres. ¿No te deja totalmente atónito?