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— Señor, el emisario del príncipe Chakkell está en el recinto. Informa que los dos príncipes suben por la colina.

— Gracias, querida. — Glo cerró el libro y aguardó a que Gesalla abandonase la habitación antes de enseñar a Toller los restos de su dentadura inferior.

— Parece que te da… hummm… miedo.

Toller reaccionó indignado.

— ¿Miedo? ¿Por qué debería tener miedo?

— ¡Puf! — Fera volvió a su lugar junto a la ventana —. ¿Por qué peor?

— ¿De qué hablas?

— Dijiste que había llegado en el peor momento. ¿Por qué peor?

Toller la miró con fijeza, exasperado y mudo, en el momento en que Glo le tiró de la manga para hacerle saber que quería levantarse. En el vestíbulo de entrada sonaban las pisadas y la voz de un hombre. Toller ayudó a Glo a levantarse y fijó las cañas verticales de su soporte. Juntos se dirigieron al vestíbulo, sosteniendo el joven con disimulo casi todo el peso de Glo. Lain y Gesalla escuchaban al emisario, un chico de unos catorce años, de piel sebácea y labios carnosos y rojos. Su túnica verde oscuro y sus calzones estaban exageradamente adornados con hileras de diminutas cuentas de cristal, y llevaba la espada estrecha de los duelistas.

— Soy Canrell Zotiern, representante del príncipe Chakkell — anunció con una altivez que más hubiera correspondido a su señor —. El gran Glo y los miembros de la familia Maraquine, y ninguna otra persona, deben permanecer aquí alineados frente a la puerta para esperar la llegada del príncipe.

Toller, consternado ante la arrogancia de Zotiern, ayudó a Glo a colocarse en el lugar indicado junto a Lain y Gesalla. Miró a Glo esperando que pronunciase la debida reprimenda, pero el anciano parecía demasiado preocupado por el complicado mecanismo de andar como para advertir la inadecuación de cualquier cosa. Varios criados de la casa observaban en silencio desde la puerta que conducía a las cocinas. Al otro lado de la arcada de la entrada principal, los soldados montados de la guardia personal de Chakkell se interpusieron a la luz que entraba en el vestíbulo. Toller. se dio cuenta de que el emisario estaba mirándolo.

— ¡Tú! ¡El criado personal! — gritó Zotiern —. ¿Estás sordo? A tu habitación.

— Mi ayudante personal es un Maraquine y se queda conmigo — dijo Glo con voz firme.

Toller oyó el intercambio de frases como desde una tumultuosa distancia. Hacía tiempo que no experimentaba el fragor encendido y le sorprendió comprobar que su cultivada inmunidad parecía ser una ilusión. Soy otra persona, se dijo, mientras un hormigueo frío atravesaba su frente. Soy otra persona.

— Y debo avisarte. — Glo se volvió, hablando en kolkormniano formal, rescatando algo de su antigua autoridad al dirigirse a Zotiern —. Los poderes que el rey ha decidido otorgar a Leddravohr y Chakkell no se extienden, como pareces creer, a sus lacayos. No toleraré que vuelvas a violar el protocolo.

— Mil disculpas, señor — dijo Zotiern, con tono hipócrita e imperturbable, consultando una lista que había sacado del bolsillo —. Ah, sí. Toller Maraquine… y una esposa llamada Fera. — Con aire jactancioso se acercó a Toller —. Hablando del protocolo. Toller Maraquine, ¿dónde está esta esposa tuya? ¿No sabe que deben presentarse todos los miembros femeninos de la casa?

— Mi esposa está aquí al lado — dijo Toller con frialdad —. Le…

Se interrumpió al ver a Fera, que debía de haber estado escuchando, aparecer por la puerta de la sala. Moviéndose con una modestia y timidez poco habituales en ella, se acercó a Toller.

— Sí, ya veo por qué querías esconderla — dijo Zotiern —. Tengo que realizar una inspección minuciosa en nombre del príncipe.

Cuando Fera pasó junto a él la detuvo por el poco ceremonioso método de agarrar un mechón de su cabello. El fragor en el cerebro de Toller estalló. Adelantó su mano izquierda y empujó a Zotiern en el hombro, haciéndole perder el equilibrio. Éste cayó de lado sobre las manos y las rodillas e inmediatamente se incorporó de un salto. Su mano derecha fue hacia la espada y Toller comprendió que en cuanto volviese a su posición, la espada estaría desenvainada. Impulsado por el instinto, la rabia y la agitación, Toller se abalanzó sobre su oponente y le golpeó a un lado del cuello con toda la fuerza de su brazo derecho. Zotiern giró sobre sí mismo cortando el aire con los brazos como las hojas de un garrote anti — ptertha, cayó al suelo y se deslizó varios metros sobre la superficie pulida. Terminó tendido hacia arriba, inmóvil, con la cabeza caída sobre un hombro. Gesalla dio un fuerte grito.

— ¿Qué está ocurriendo aquí? — La voz enfurecida pertenecía al príncipe Chakkell, que acababa de entrar seguido de cerca por su guardia. Avanzó a grandes pasos hasta Zotiern, se inclinó ligeramente sobre él, mostrando su ralo cuero cabelludo reluciente, y levantó la vista hacia Toller, que se había quedado congelado en su posición de lucha —. ¡Tú! ¡Otra vez tú! — la tez morena de Chakkell se oscureció aún más —. ¿Qué significa esto?

— Insultó al gran Glo — dijo Toller, mirando al príncipe directamente a los ojos —. También insultó y se propasó con mi esposa.

— Es cierto — intervino Glo —. El comportamiento de su hombre fue imperdo…

— ¡Silencio! ¡Ya estoy harto de este imbécil insolente! — Chakkell movió el brazo indicando a sus guardias que se acercasen a Toller —. ¡Mátenlo!

Los soldados avanzaron sacando sus espadas negras. Toller retrocedió, pensando en su propia espada que había dejado en casa, hasta que su talón chocó con la pared. Los soldados formaron un semicírculo y lo encerraron, mirándolo intensamente con los ojos entornados bajo los cascos de brakka. Tras de ellos, Toller vio a Gesalla oculta en los brazos de Lain. Glo, con su túnica gris, se quedó inmóvil en su sitio, con una mano alzada en una protesta inútil; Fera observaba a través del enrejado de sus dedos. Hasta ese momento, todos los guardias habían permanecido a una misma distancia de él; pero ahora, uno de la derecha tomó la iniciativa, describiendo con la punta de su espada círculos pequeños y rápidos como preparándose para la primera estocada.

Toller se pegó a la pared y se preparó para arrojarse bajo la espada cuando ésta llegara, decidido a atacar de alguna manera a sus ejecutores, en vez de dejarse cortar en. dos por ellos. La punta oscilante de la espada se detuvo, decidida, y el mensaje para Toller fue que había llegado el momento. Una percepción acentuada de todo lo que le rodeaba le permitió descubrir que otro hombre entraba en el vestíbulo; aun en su situación desesperada, lamentó que el recién llegado fuese el príncipe Leddravohr, apareciendo justo a tiempo para saborear su muerte…

— ¡Apártense de ese hombre! — ordenó Leddravohr. Su voz no fue excesivamente alta, pero los cuatro guardias respondieron enseguida retrocediendo.

— ¿Pero qué…? — Chakkell se volvió hacia Leddravohr —. Esos hombres son de mi guardia personal y sólo reciben órdenes mías.

— Ah ¿sí? — dijo Leddravohr tranquilamente. Apuntó con el dedo a los soldados indicándoles con un movimiento lento de la mano que fuesen hasta el otro lado de la sala. Los soldados siguieron la trayectoria indicada, como controlados por varillas invisibles, y ocuparon sus nuevas posiciones.

— Pero ¿no lo entiendes? — protestó Chakkell —. Este bárbaro de Maraquine ha matado a Zotiern.

— Eso no debería haber sido posible; Zotiern estaba armado y el bárbaro de Maraquine no. Lo ocurrido es parte del precio que tienes que pagar, querido Chakkell, por rodearte de fanfarrones incompetentes. — Leddravohr se acercó a Zotiern, lo miró y soltó una carcajada —. Además, no está muerto. Está tan grave que difícilmente podrá curarse, pero aún no está del todo muerto. ¿Verdad, Zotiern? — le preguntó dándole un leve empujón con la punta del pie. La boca de Zotiern emitió un débil balbuceo y Toller vio que sus ojos estaban aún abiertos, aunque su cuerpo permanecía inerte. Leddravohr esbozó su sonrisa hacia Chakkell —. Ya que tienes un concepto tan alto de Zotiern, le haremos el honor de despacharlo por la Vía Brillante. Quizás él mismo la hubiese escogido si todavía pudiese hablar. — Leddravohr se dirigió a los cuatro soldados que observaban —. Llévenlo fuera y encárguense de eso. — Los soldados, obviamente aliviados de escapar de la presencia de Leddravohr, lo saludaron rápidamente y tomaron a Zotiern arrastrándolo hacia el exterior. Chakkell hizo ademán de seguirlos pero después se volvió. Leddravohr le dio una palmada afectuosa y burlona en el hombro, llevó su mano a la espada y atravesó la sala para colocarse ante Toller —. Parece que te obsesiona poner tu vida en peligro — dijo —. ¿Por qué lo has hecho?