— Dijiste que alguien debería hacer algo, y eso es lo que yo voy a hacer — contestó Glo tranquilamente —. Tendrás que bailar con tu propia música.
Toller ayudó a Glo a sentarse en una silla de respaldo alto en un lado del vestíbulo y fue a buscar una jarra de vino, con su mente atormentada por el problema de cómo reconciliarse con lo intolerable. La especulación no era para él una cosa cotidiana y por eso tardó en llegarle la inspiración. Leddravokr sólo está jugando con nosotros, decidió, agarrándose a un hilo de esperanza. Gesalla no puede gustarle a alguien que está acostumbrado a tratar con cortesanas. Leddravohr sólo la está reteniendo en su habitación, riéndose de nosotros. De hecho, puede expresar mucho mejor su desprecio hacia nosotros si no se digna tocar a ninguna de nuestras mujeres…
En la hora que siguió, Glo bebió cuatro grandes tazones de vino. Su rostro adquirió un color rojizo y él quedó casi totalmente inútil. Lain se retiró a la soledad de su estudio, sin mostrar ningún síntoma de emoción, y Toller se sintió abatido cuando Glo anunció su deseo de irse a la cama. Sabía que no podría dormir y no deseaba estar solo con sus pensamientos. Llevó casi a cuestas a Glo hasta la suite asignada y le ayudó en toda la tediosa operación de asearse y meterse en la cama. Después salió al pasillo que comunicaba los dormitorios principales. A su izquierda escuchó un susurro.
Se dio la vuelta y vio a Gesalla caminando hacia él, dirigiéndose a sus habitaciones. Su vestido negro, largo y vaporoso, y su cara descolorida le daban una apariencia espectral, pero su porte era erguido y digno. Era la misma Gesalla Maraquine que siempre había conocido, fría, reservada e indomable; y al verla experimentó una mezcla de alivio y preocupación.
— Gesalla — dijo, yendo hacia ella —. Estás…
— No me toques — dijo bruscamente con la mirada envenenada de sus ojos rasgados y pasó de largo sin alterar su paso. Consternado ante la clara aversión de su voz, la observó hasta que desapareció de su vista. Después, su mirada fue atraída por las claras baldosas del suelo. La marca de las pisadas teñidas de sangre le reveló una historia mucho más terrible que la que había intentado desterrar de su mente.
Leddravohr, oh Leddravohr, oh Leddravohr, repitió internamente. Ahora estamos casados, tú y yo. Tú te has entregado a mí… y sólo la muerte podrá separarnos.
Capítulo 10
La decisión de atacar Chamteth desde el oeste se tomó por razones geográficas.
En la frontera oeste del imperio kolkorroniano, un poco al norte del ecuador, había una cadena de islotes volcánicos que terminaban en un bajo triángulo de tierra de unos trece kilómetros de lado. Conocido como Oldock, la isla deshabitada tenía varias características de importancia estratégica para Kolkorron. Una de ellas era que estaba lo bastante cerca de Chamteth como para constituir un excelente punto de partida de una invasión desde el mar, otra, que estaba densamente cubierta de árboles de las especies rafter y tallon, que crecían bastante altos y ofrecían una buena protección contra los pterthas.
El hecho de que Oldock y todo el conjunto de las Fairondes estuviesen en un lugar de corrientes de aire procedentes del oeste era también una ventaja para los cinco ejércitos de Kolkorron. Aunque los barcos avanzaban más despacio y las aeronaves se veían obligadas a usar con exceso sus propulsores, el viento constante que soplaba en el mar abierto tenía un efecto mayor sobre los pterthas, imposibilitándolos para acercarse lo suficiente a sus presas. Los telescopios mostraban enjambres de burbujas lívidas en las contracorrientes de las alturas, pero la mayoría de ellas eran arrastradas hacia el este cuando intentaban penetrar en los niveles bajos de la atmósfera. Al planear la invasión, los altos mandos kolkorronianos habían calculado que perderían una sexta parte de su personal a causa de los pterthas; y ahora, vistas las circunstancias, las bajas serían insignificantes.
Como los ejércitos avanzaban hacia el oeste, se producía un cambio gradual pero perceptible en la distribución del día y la noche. El antedía se acortaba y el postdía se alargaba, mientras Overland iba alejándose del cenit y se aproximaba al horizonte del este. Más tarde, el antedía se redujo a un breve resplandor cuando el sol atravesaba la estrecha franja situada entre el horizonte y el disco de Overland, y poco después de que el planeta hermano estuviera encajado sobre el borde oriental de Land. La noche breve se convirtió en una corta prolongación de la noche, y entre los invasores aumentó la expectación ante la evidencia de que estaban entrando en la Tierra de los Largos Días.
El establecimiento de una cabeza de playa en el mismo Chamteth era otra fase de la operación en la que se esperaba tener considerables pérdidas, y los comandantes kolkorronianos apenas podían creer su buena suerte cuando encontraron las hileras de árboles indefensas y sin vigilancia.
Los tres frentes invasores, bastante separados entre sí, no encontraron ningún tipo de resistencia, adentrándose y consolidándose sin una sola víctima, exceptuando los heridos y muertos accidentales que siempre se producían cuando grandes masas de hombres y material entraban en un territorio extranjero. Casi enseguida encontraron arboledas de brakkas entre otros tipos de forestación, y al cabo de un día ya había grupos de peones desnudos trabajando tras el avance militar. Los sacos de cristales verdes y púrpuras extraídos de los brakkas se almacenaban en distintos buques de carga, ya que no podían transportarse grandes cantidades de pikon y halvell; y en un tiempo increíblemente breve se establecieron los primeros puestos para iniciar una cadena de suministro que llegase hasta Ro-Atabri.
El reconocimiento aéreo fue descartado por el momento, debido a que las aeronaves resultaban demasiado llamativas, pero usando los antiguos mapas como guía, los invasores fueron capaces de extenderse hacia el oeste a una marcha constante. El terreno estaba empantanado en algunos lugares, infestado de serpientes venenosas, pero no presentaba obstáculos serios para los bien entrenados soldados cuyas condiciones morales y psíquicas eran óptimas.
Al duodécimo día, la patrulla de exploración advirtió una aeronave de extraño diseño deslizándose silenciosamente sobre el cielo por encima de ellos.
En ese momento, la vanguardia del Tercer Ejército estaba saliendo del litoral anegado y alcanzaba tierras más altas caracterizadas por una cadena de colinas ovales que se extendía de norte a sur. Allí los árboles y la vegetación eran más escasos. Era el tipo de tierra en la que un ejército podía hacer excelentes avances si nada se le oponía; pero la primera defensa chamtethana estaba a la espera.
Eran hombres de piel morena, musculosos, de barbas oscuras, que llevaban armaduras flexibles hechas de pequeñas hojuelas de brakka entretejidas con escamas de pescado, y cayeron sobre los invasores con una ferocidad que ni siquiera los más experimentados kolkorronianos habían conocido antes. Algunos parecían grupos suicidas, enviados para causar el máximo daño y confusión, creando debilidades para permitir que otros atacaran con diversas clases de armas de largo alcance: cañones, morteros y catapultas mecánicas que arrojaban bombas de pikon y halvell.
Las tropas de choque kolkorronianas, veteranas de muchas acciones fronterizas, vencieron a los chamtethanos en el curso de una batalla difusa, con centros dispersos que duró casi todo el día. Se descubrió que habían muerto menos de cien hombres, frente a más del doble por parte de los enemigos, y cuando el día siguiente transcurrió sin mayores incidentes, el ánimo de los invasores volvió a elevarse.
De allí en adelante, sin que el secreto fuera ya posible, el frente de soldados fue precedido por una cobertura aérea de bombarderos y naves de reconocimiento, y los hombres de tierra se sintieron más seguros al ver en el cielo la disposición elíptica de las aeronaves.