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Desmontó, se arregló el jubón bordado de su uniforme de capitán del espacio y se encaminó hacia su hermano y esposa, sintiéndose aún extrañamente nervioso y tímido. Al aproximarse, Lain le dirigió la semisonrisa serena, reveladora de su orgullo familiar teñido de incredulidad, que solía dedicarle en los últimos tiempos cuando coincidían en las reuniones técnicas. Toller estaba satisfecho de haber sorprendido e impresionado a su hermano mayor con su enfrentamiento tenaz a cada uno de los obstáculos, incluido el de su dificultad para la lectura, y de la manera en que se había convertido en piloto de aeronave.

— Hoy es un día triste — dijo Lain.

Gesalla, que no había advertido su presencia, se volvió bruscamente llevándose una mano a la garganta. Él se inclinó con cortesía y omitió el saludo verbal, dejándole a ella la posibilidad de aceptar o declinar la iniciativa de conversación. Ella inclinó también la cabeza en silencio, pero sin ningún indicio visible de su antigua antipatía, y Toller se sintió algo más tranquilo. En su memoria, el rostro de Gesalla seguía marcado por los trastornos de la preñez, pero ahora sus mejillas estaban más redondeadas y sonrosadas. Parecía más joven que antes y la visión de ella acaparó sus ojos.

Advirtiendo la presión de la mirada de Lain, dijo:

— ¿Por qué ha tenido que morir tan pronto?

Lain se encogió de hombros; un gesto inesperado en una persona tan próxima al gran Filósofo.

— ¿Se ha confirmado lo del ascenso?

— Sí. Es a las diez.

— Lo sé. Quiero decir, ¿estás totalmente decidido?

— ¡Desde luego! — Toller levantó la vista hacia el cielo cubierto de redes y el semicírculo nacarado de Overland —. Estoy totalmente decidido a llegar hasta las montañas invisibles de Glo.

Gesalla le miró divertida e interesada.

— ¿Qué significa eso?

— Sabemos que la atmósfera pierde densidad entre los dos planetas — dijo Toller —. La proporción en que disminuye ha sido medida de manera burda enviando globos de gas y observando su expansión mediante telescopios graduados. Es algo que debe verificarse en el vuelo de prueba, pero creemos que el aire es lo bastante abundante como para permitir la vida, incluso en el punto medio.

— Escucha al nuevo experto — dijo Lain.

— He tenido los mejores profesores — respondió Toller, sin ofenderse, volviendo de nuevo su atención a Gesalla —. El gran Glo dijo que el vuelo era como escalar hacia la cima de una montaña invisible y descender por otra.

— Nunca le reconocí su mérito de poeta — dijo Gesalla.

— Tenía muchos méritos que no se le reconocieron.

— Sí, como adoptar esa esposa tuya cuando te marchaste a jugar a los soldados — intervino Lain —. Por cierto, ¿qué ha sido de ella?

Toller miró a su hermano un momento, desconcertado y ofendido por la insinuación maliciosa de su tono. Lain le había hecho la misma pregunta hacía tiempo, y ahora parecía que volvía a sacar el tema de Fera sin ninguna razón excepto que siempre había sido un fastidio para Gesalla. ¿Era posible que Lain estuviese celoso de que su «hermanito» hubiera logrado un puesto en el vuelo de prueba, el mayor experimento científico de la época?

— Fera se aburrió pronto de la vida en la Torre y volvió a vivir en la ciudad — dijo Toller —. Me imagino que se encontrará bien, espero que así sea; pero no he intentado encontrarla. ¿Por qué lo preguntas?

— Hummm… simple curiosidad.

— Bueno, si tu curiosidad incluye mi estancia en el ejército, puedo asegurarte que la palabra «jugar» es absolutamente inadecuada. Yo…

— Callad los dos — dijo Gesalla, apoyando una mano en un brazo de cada uno —. La ceremonia empieza.

Toller se calló, experimentando una nueva confusión de emociones, mientras el cortejo fúnebre llegaba desde la casa. En su testamento, Glo había establecido su preferencia por la ceremonia más simple y corta apropiada para un aristócrata kolkorroniano. El cortejo lo componían sólo el gran Prelado Balountar y cuatro obispos con túnicas oscuras, que llevaban el bloque cilíndrico de yeso blanco en donde ya se había encerrado el cuerpo de Glo. Balountar, con la cabeza estirada hacia delante y sus vestimentas negras cubriendo su huesuda figura, parecía un cuervo caminando lentamente hacia el foso circular excavado en el lecho de roca del cementerio.

Recitó una corta oración, entregando el viejo caparazón de Glo al cuerpo matriz del planeta para que fuese reabsorbido y pidiendo que su espíritu gozase de una travesía segura hasta Overland, seguido de un afortunado renacimiento y una larga y próspera vida en el mundo hermano.

Toller se sentía culpable mientras observaba el descenso del cilindro y la clausura del orificio con cemento vertido desde una urna decorada. Deseaba verter lágrimas de tristeza y aflicción por ver partir a Glo para siempre, pero sus pensamientos indisciplinados estaban dominados por el hecho de que Gesalla, que nunca antes le había tocado, estaba apoyando la mano sobre su brazo. ¿Indicaba esto un cambio de actitud hacia él, o era consecuencia de algún giro en su relación con Lain, quien a su vez actuaba de forma extraña? Y sobre todo, en la mente de Toller, estaba la conciencia latente de que pronto iba a ascender hacia la cúpula azul del cielo, incluso más lejos del alcance de los telescopios más potentes.

Se alivió cuando concluyó la breve ceremonia y los corros de asistentes, familiares en su mayoría, empezaron a dispersarse.

— Ahora debo volver ala base — dijo —. Todavía quedan muchas cosas que…

Dejó inconclusa la última frase al advertir que el gran Prelado se había apartado de su séquito y se aproximaba al trío. Presuponiendo que el interés de Balountar tendría que ver con Lain, Toller dio un discreto paso hacia atrás. Se sorprendió cuando Balountar fue directamente hacia él, con mirada decidida y furiosa, golpeándole el pecho con sus dedos lacios.

— Me acuerdo de ti — dijo —. ¡Maraquine! Tú eres el que se atrevió a tocarme en la Sala del Arco Iris, ante el rey.

Nuevamente golpeó a Toller con un gesto claramente insultante.

— Bueno, ahora que estamos en paz — dijo Toller tranquilamente —, ¿puedo servirle en algo, señor?

— Sí, puedes quitarte ese uniforme; es una ofensa para la Iglesia en general y para mí en particular.

— ¿Qué es lo que le ofende de él?

— ¡Todo! El mismo color simboliza los cielos, ¿no es cierto? Proclama tu intención de profanar el Camino de las Alturas ¿verdad? Incluso aunque tu maligna ambición será truncada, Maraquine, esos harapos azules son una ofensa para cualquier ciudadano decente del país.

— Llevo este uniforme para servir a Kolkorron, señor. Cualquier objeción que tenga deberá presentarla directamente al rey. O al príncipe Leddravohr.

— ¡Bah! — Balountar fijó su mirada ponzoñosa durante un momento, reflejando en su rostro la rabia frustrada —. No te saldrás con la tuya; lo sé. Aunque tus preferencias y las de tu hermano vuelvan la espalda a la Iglesia, con toda vuestra sofisticación y arrogancia, aprenderéis con dolor que el pueblo clamará justicia en su momento. ¡Ya lo veréis! La gran blasfemia, el gran pecado, no quedará sin castigo.

Se volvió y, a grandes pasos, se alejó hacia la verja del cementerio, donde los cuatro obispos auxiliares estaban esperando.

Taller contempló su marcha y se volvió hacia los otros alzando las cejas.

— El gran Prelado no parece contento.

— En otra época le hubieras aplastado la mano por hacer eso. — Lain imitó el gesto de Balountar, golpeando con sus dedos laxos el pecho de Taller —. ¿Ya no te hierve la sangre con tanta facilidad?