Leddravohr examinó su cara durante un momento, inquisitivamente, después trasladó su interés a la nave. El equipo encargado de inflar había progresado hasta la fase de alzar el globo sobre los cuatro montantes de aceleración que constituían la principal diferencia entre ésta y una nave diseñada para un vuelo atmosférico normal. Ahora, el globo lleno en tres cuartas partes de su volumen se combaba entre los montantes como un gigante grotesco privado del soporte de su medio natural. — La capa de lienzo barnizado aleteaba débilmente entre las corrientes de aire provenientes de los orificios de la pared del recinto.
— Si no me equivoco — dijo Leddravohr —, ha llegado el momento de que entres en la nave, Maraquine.
Toller le saludó, apretó afectuosamente el hombro de Armduran y corrió hacia la barquilla. Hizo una señal y Zavotle, el copiloto y cronista del vuelo, se precipitó a bordo. Fue de inmediato seguido por Rillomyner, el mecánico, y por la diminuta figura de Flenn, el montador. Toller entró tras ellos, ocupando su puesto junto al quemador. La barquilla todavía estaba de lado, de modo que tuvo que tenderse de espaldas sobre una mampara de caña trenzada para poder manejar los controles del quemador.
El tronco de un árbol muy joven de brakka había sido usado en su totalidad para formar el elemento principal del quemador. A la derecha de la base abultada había un pequeño tanque lleno de pikon, más una válvula que daba entrada a los cristales en la cámara de combustión bajo presión neumática. En el otro lado, un artefacto similar controlaba el flujo de halvell y ambas válvulas se manejaban mediante una única palanca. Los conductos de la válvula de la derecha eran ligeramente mayores, suministrando automáticamente mas cantidad de halvell, que se había revelado como poseedor de gran fuerza propulsora.
Toller accionó manualmente el reservorio neumático, después hizo una señal al que supervisaba la operación de inflar para que supiese que estaba listo para empezar a quemar. El ruido del recinto se redujo cuando el equipo del ventilador cesó de dar vueltas a la manivela y apartó la pesada máquina y su tobera.
Toller adelantó la palanca de control durante un segundo. Se produjo un rugido silbante cuando los cristales de energía se combinaron, lanzando un chorro de la mezcla de gases calientes al orificio del globo. Satisfecho con el funcionamiento del quemador, provocó una serie de ráfagas, todas ellas breves para reducir el riesgo de dañar con el calor el tejido del globo, y la gran envoltura empezó a dilatarse y a levantarse del suelo. Mientras iba adquiriendo gradualmente la posición vertical, un equipo de hombres aguantaba los cabos del globo que iban cayendo y los fijaba al bastidor de carga de la barquilla, mientras otros levantaban ésta para colocarla en su posición normal. Enseguida la nave espacial estuvo lista para volar, aguantada solamente por el ancla central.
Recordando el aviso de Armduran sobre los falsos ascensos, Toller continuó quemando durante otro minuto más y, como el aire caliente desplazaba continuamente al aire frío fuera del globo, la estructura completa empezó a empujar hacia arriba. Finalmente, demasiado ocupado en el trabajo como para sentir alguna emoción por lo que sucedía, tiró del ancla y la nave despegó sin problemas del suelo.
Subió rápidamente al principio, después la bóveda curvada del globo entró en una corriente de aire por encima de las paredes del recinto, produciendo una fuerza ascensional extra tan violenta que Rillomyner resolló en voz alta mientras la nave aceleraba hacia el cielo. Toller, desilusionado por el fenómeno, lanzó una larga ráfaga desde el quemador. En pocos segundos el globo había entrado totalmente en la corriente y viajaba en ella y, al reducirse a cero el flujo de aire de la parte superior, la fuerza ascensional extra también desapareció.
Al mismo tiempo, una deformación producida por la agitación del impacto inicial del viento, expulsó un poco de gas por la obertura del globo, y ahora, de hecho, la nave perdía altura y era llevada hacia el este a unos quince kilómetros por hora. La velocidad no era alta comparada con la que podían lograr otras formas de transporte, pero la nave estaba diseñada para trayectorias verticales solamente y cualquier contacto con el suelo en esa fase probablemente sería catastrófico.
Toller combatió el descenso involuntario con combustiones prolongadas. Durante un angustioso minuto, la barquilla se dirigió directamente hacia una hilera de árboles de elvart situada al lado este del campo de aterrizaje, como si estuviese adherida a unos raíles invisibles. Después la flotación del globo empezó a reafirmarse por sí sola. Lentamente, la tierra fue quedando abajo y Toller pudo dejar descansar al quemador. Mirando atrás hacia los recintos, algunos de los cuales todavía estaban en construcción, pudo distinguir el resplandor blanco de la coraza de Leddravohr entre cientos de espectadores, pero ahora ya parecía parte de su pasado, disminuyendo su importancia psicológica con la perspectiva.
— ¿Quieres anotar algo? — dijo Toller a Ilven Zavotle —. Parece que la velocidad máxima del viento para el despegue con una carga completa es, en esta región, de quince kilómetros por hora. Incluye también esos árboles.
Zavotle levantó la mirada brevemente de la mesa de mimbre de su puesto.
— Ya lo estoy haciendo, capitán.
Era un joven de cabeza estrecha con unas diminutas orejas pegadas y el ceño fruncido permanentemente, tan maniático y quisquilloso en su comportamiento como un anciano, pero ya veterano de varios vuelos de experimentación.
Toller echó un vistazo a su alrededor para comprobar que en la barquilla cuadrada todo andaba bien. El mecánico Rillomyner se había desplomado sobre los sacos de arena en uno de los compartimentos de pasajeros, su rostro estaba pálido y apreciablemente asustado. Ree Flenn, el encargado de los aparejos, permanecía colgado, como algunos animales arborícolas, de la baranda de la barquilla, ocupado en acortar una correa sobre uno de los montantes de aceleración que colgaba libremente. Toller sintió un espasmo helador en el estómago al ver que Flenn no había asegurado su cuerda a la baranda.
— ¿Qué crees que estás haciendo, Flenn? — le dijo —. Amarra tu cuerda.
— Trabajo mejor sin ella, capitán. — Una sonrisa irónica se marcó en aquel rostro de ojos minúsculos y nariz chata —. No me asustan las alturas.
— ¿Te gustaría enfrentarte con algo que realmente te asustara?
Toller habló apacible y casi cortésmente, pero la sonrisa de Flenn desapareció enseguida y asió su cuerda de seguridad a la baranda de brakka. Toller se volvió para esconder su risa. Aprovechando su pequeña estatura y su aspecto cómico Flenn solía desafiar la disciplina de una forma que, usada por otros hombres, hubiera provocado un castigo inmediato, pero era un gran experto en su trabajo y Toller se alegró de contar con él en el vuelo. Su propia experiencia le inclinaba a sentir simpatía hacia los rebeldes e inconformistas.
En aquel momento la nave se remontaba a una velocidad estable sobre los barrios de las afueras al oeste de Ro-Atabri. Las estructuras familiares de la ciudad estaban veladas y oscurecidas por el manto de pantallas anti — ptertha que se extendía por encima como un molde filamentoso, pero las vistas del golfo y la bahía de Arle eran como Toller recordaba de sus excursiones aéreas infantiles. Sus azules nostálgicos se desvanecían en una neblina púrpura hacia el horizonte sobre el cual, mitigadas por la luz del día, brillaban las nueve estrellas del Árbol.
Al mirar hacia abajo, Toller pudo ver el Palacio Principal, sobre la orilla sur del Borann, y se preguntó si el rey Prad estaría en una ventana en ese preciso momento, mirando hacia la frágil estructura de tela y madera que representaba su apuesta a la posteridad. Desde la asignación de su hijo a un cargo de poder absoluto, el rey se había convertido casi en un recluso. Algunos decían que su salud se había deteriorado, otros que le desagradaba andar precavidamente como un animal furtivo por las amortajadas calles de su propia capital.