Contemplando el complejo y variado escenario situado debajo de él, Toller se sorprendió al descubrir que sentía cierta emoción. Le parecía haber puesto a prueba sus conexiones con su vida anterior dando el primer paso de un largo recorrido de ocho mil kilómetros de altura hasta Overland. Si conseguía llegar realmente al planeta hermano en un vuelo posterior y empezar allí una nueva vida más satisfactoria para él, era una cuestión del futuro; y su presente estaba ligado al diminuto mundo de la nave espacial. El microcosmos de la barquilla, de sólo cuatro largos pasos de lado, estaba destinado a ser todo un universo durante más de veinte días y no tendría más obligaciones que…
Las meditaciones de Toller se vieron interrumpidas de golpe cuando advirtió una mancha purpúrea en el cielo veteado de blanco a cierta distancia hacia el noroeste.
— De pie, Rillomyner — gritó —. Ha llegado el momento de que empieces a ganarte el sueldo de este viaje.
El mecánico se levantó y salió del compartimento de pasajeros.
— Lo siento, capitán. El despegue le ha afectado a mi estómago.
— Coge el cañón si no quieres ponerte enfermo de verdad — dijo Toller —. Puede que pronto tengamos una visita.
Rillomyner soltó una maldición y, tambaleándose, fue hasta el cañón más cercano. Zavotle y Flenn ocuparon sus puestos sin que fuera necesario darles la orden. Había dos rifles anti — ptertha montados a cada lado de la barquilla, con los cañones hechos de delgadas tiras de brakka atadas con cordeles de vidrio y resina. Bajo cada arma había una cámara que contenía cápsulas de cristales de energía y provisiones del último tipo de proyecticlass="underline" un haz de varas de madera engarzadas que se abría radialmente en el aire. Requerían mayor puntería que las antiguas armas de dispersión, pero lo compensaban con su más largo alcance.
Toller permaneció en su puesto de piloto y lanzó ráfagas intermitentes de calor al globo para que mantuviese la velocidad de ascenso. Ido estaba excesivamente preocupado por el ptertha y había gritado el aviso más que nada para despertar a Rillomyner. Por lo que se sabía, las burbujas necesitaban las corrientes de aire para trasladarse en ellas distancias largas, y sólo se movían horizontalmente por propia voluntad cuando estaban cerca de una presa. Cómo conseguían impulsarse esos últimos metros seguía siendo un misterio, pero una teoría era que el ptertha había empezado ya el proceso de autodestrucción en esa fase, creando un pequeño orificio en su superficie en el punto más distante a su víctima. La expulsión de gases internos lo propulsaría dentro de su radio mortífero antes de que toda la estructura se desintegrara y liberase su carga de polvo tóxico. El proceso seguía siendo tema de especulaciones debido a la imposibilidad de estudiar a los pterthas de cerca.
En el presente caso, la burbuja estaba a unos cuatrocientos metros de la nave y era probable que permaneciera a esa distancia porque la situación de ambas estaba controlada por la misma corriente de aire. Toller sabía, sin embargo, que una de las características de su movimiento era su buen control en la dimensión vertical. Las observaciones mediante telescopios graduados mostraban que un ptertha podía gobernar su altitud aumentando o disminuyendo su tamaño, alterando así su densidad, y Toller estaba interesado en llevar a cabo un doble experimento que podría ser valioso para la flota de migración.
— Fíjate en la burbuja — le dijo a Zavotle —. Parece que se mantiene en el mismo nivel que nosotros y, si es así, demuestra que puede advertir nuestra presencia desde esa distancia. Quiero averiguar también cuánto subirá antes de retirarse.
— Muy bien, capitán.
Zavotle levantó sus gemelos y se dispuso a observar al ptertha.
Toller miró alrededor de su restringido dominio, intentando imaginar lo incómodo que se encontraría con una tripulación completa de veinte personas a bordo. El lugar destinado a los pasajeros consistía en dos compartimentos estrechos en lados opuestos de la barquilla para mantener el equilibrio, limitados por separaciones que llegaban a la altura del pecho. En cada uno irían embutidas unas nueve personas, sin poder tumbarse con cierta comodidad ni moverse, y era probable que al final del viaje su estado físico se hubiera debilitado.
En un rincón de la barquilla estaba la cocina, y en la diagonal opuesta un aseo rudimentario, que consistía básicamente en un agujero en el suelo y algunos útiles sanitarios. El centro estaba ocupado por los cuatro puestos para la tripulación rodeando el quemador y el chorro propulsor, dirigido hacia abajo. La mayor parte del espacio restante estaba ocupado por los almacenes de pikon y halvell, también dispuestos a ambos lados de la barquilla, junto con las provisiones de comida y bebida y equipo diverso.
Toller podía imaginar la travesía interplanetaria, como tantas otras aventuras históricas y gloriosas, desarrollándose entre la sordidez y la degradación, siendo una prueba de resistencia mental y física que no todos superarían.
En contraste con la exigüidad de la barquilla, el elemento superior de la nave era asombrosamente espacioso, altísimo, una forma gigantesca casi carente de materia. Los paneles de lienzo de la envoltura habían sido teñidos de marrón oscuro para que absorbieran el calor del sol y de esa forma ganar fuerza ascensional; pero cuando Toller alzó la vista hacia su interior a través de la boca abierta, pudo ver la luz resplandeciendo a través del tejido. Las costuras y cintas de carga verticales y horizontales parecían una malla geométrica de hilos negros que remarcaba la inmensidad del globo. La parte de arriba parecía una cúpula de tela de araña de una catedral sostenida por las nubes, imposible de asociar con el trabajo hecho a mano por unos simples tejedores y costureros.
Satisfecho porque la nave se mantenía estable y ascendía regularmente, Toller dio la orden de que acortasen los montantes de aceleración y los fijasen por sus extremos inferiores a las esquinas de la barquilla. Flenn realizó la operación en pocos minutos, confiriendo al conjunto formado por la barquilla y el globo una cierta rigidez estructural necesaria para funcionar con las modestas fuerzas que actuarían sobre ella cuando usaran los chorros propulsores o los de posición.
Atado a un garfio en el lugar del piloto estaba el cabo de desgarre, que ascendía por el globo hasta una banda de la corona, que podía separarse violentamente para dejar escapar el gas con rapidez. Además de ser un artilugio de seguridad, era un indicador rudimentario de la velocidad de ascenso, que se volvía laxo cuando la corona era deprimida por una fuerte corriente de aire vertical. Toller palpó la cuerda y estimó que estaban ascendiendo a unos 20 kilómetros por hora, ayudados por el hecho de que la mezcla de gases era menos pesada que el aire aun sin estar caliente. Más tarde incluso doblaría la velocidad usando el chorro propulsor, cuando la nave entrase en regiones de baja gravedad y poco aire.
Después de treinta minutos de vuelo, la nave estaba sobre la cima del monte Opelmer y había cesado la deriva hacia el este. La fértil provincia de Kail se extendía hacia el sur en el horizonte, con las franjas de cultivos ordenadas en un mosaico irisado, con sus teselas estriadas en seis sombras diferentes que variaban desde el amarillo al verde. Al oeste se veía el mar de Otollan y al este el océano Mirlgiver, sus estelas curvas de color azul, salpicadas aquí y allá por embarcaciones a vela. Las montañas ocres del Alto Kolkorron limitaban la vista por el norte, con praderas y pliegues reducidos por la perspectiva. Unas cuantas aeronaves destellaban como diminutas joyas elípticas surcando las rutas comerciales mucho más abajo.
Desde una altura de unos diez kilómetros, el rostro de Land parecía plácido y tristemente bello. Sólo la relativa escasez de aeronaves y veleros aéreos señalaba que todo el panorama, que aparentemente dormitaba bajo la apacible luz del sol, era en realidad un campo de batalla, una arena donde la humanidad había luchado y perdido en un duelo a muerte.