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La oscuridad bajo la nave espacial era absoluta, como si Land hubiera sido ya abandonada por toda la humanidad, pero cuando Toller miró hacia abajo, vio una fina línea de fuego rojo, verde y violeta que aparecía en el horizonte occidental. Se ensanchaba, incrementando su resplandor y, de repente, una ola de luz clara barrió todo el planeta a una velocidad sobrecogedora, recreando los océanos y las masas de tierra, con todos sus colores y complicados detalles. Toller casi retrocedió esperando una ola de viento cuando el veloz límite de iluminación alcanzó la nave, envolviéndola con su intensa luz solar y precipitándose hacia el horizonte del este. La sombra columnar de Overland había completado su tránsito diario sobre Kolkorron, y a Toller le pareció surgir de otro tipo de oscuridad, de una noche breve de la mente.

No te preocupes, querido hermano, pensó, No te traicionaré ni siquiera con el pensamiento, ¡Nunca!

Ilven Zavotle se puso en pie junto al quemador y examinó el noroeste.

— ¿Qué piensa ahora de la burbuja, capitán? ¿Es mayor o está más cerca? ¿O ambas cosas?

— Podría estar un poco más cerca — dijo Toller, contento por encontrar un centro de atención externo para sus pensamientos, enfocando con sus gemelos hacia el ptertha —. ¿Notas que la nave se balancea un poco? Podría ser una cierta agitación debida al aire caliente y frío durante el paso de la noche breve, y eso puede haber jugado a favor de la burbuja.

— Todavía está a nuestra altura, a pesar de que hemos alterado nuestra velocidad.

— Si. Creo que nos quiere.

— Yo sé lo que yo quiero — declaró Flenn al pasar junto a Toller de camino hacia el aseo —. Voy a ser el primero en probar la gran caída, y espero que aterrice directamente sobre el viejo Puehilter.

El nombre era el de un supervisor cuyas mezquinas tiranías le habían hecho ganar la antipatía de los técnicos de vuelo del E.E.E.

Rillomyner soltó una carcajada.

— Por una vez se quejará con razón.

— Peor será cuando tú vayas; tendrán que evacuar todo Ro-Atabri cuando empieces a bombardearlos.

— Tú preocúpate de no caerte por el agujero — gruñó Rillomyner, a quien no agradó la referencia a sus debilidades dietéticas —. No han sido pensados para enanos.

Toller no intervino en la conversación. Sabía que estaban probando qué tipo de mando iba a privar durante el viaje. Una interpretación estricta de las reglas de vuelo habría excluido cualquier tipo de bromas entre los tripulantes, y más aún las groserías, pero a él sólo le preocupaban las aptitudes de sus hombres y su eficacia, su lealtad y su valor. En un par de horas la nave estaría más alta de lo que nunca había estado antes otra, excluyendo la del casi mítico Usader, cinco siglos antes, entrando en una región desconocida, y preveía que al pequeño grupo de aventureros le sería necesario cualquier apoyo humano disponible.

Además, el mismo tema había dado lugar a miles de chistes del mismo estilo en las dependencias de los oficiales, desde que el diseño utilitario de la barquilla de la nave espacial se había hecho de dominio público. Él mismo se divirtió por la frecuencia con que el personal de tierra le recordó que el aseo no debía usarse` hasta que el viento del oeste hubiese alejado lo bastante la nave de la base…

La explosión del ptertha tomó a Toller por sorpresa.

Estaba observando la imagen de la burbuja, aumentada por los gemelos, cuando simplemente dejó de existir y, sin un fondo en contraste, no quedó ni siquiera la mancha de polvo disipándose para marcar su localización. A pesar de su seguridad en que tendrían que afrontar la amenaza, asintió satisfecho. Iba a ser difícil dormir la primera noche de vuelo sin preocuparse por las caprichosas corrientes de aire que podían conducir al enemigo silencioso cerca de ellos, situándolos dentro de su radio mortífero.

— Toma nota de que el ptertha ha explotado por sí solo — le dijo a Zavotle y, manifestando su alivio, añadió un comentario personal —. Escribe que ocurrió a las cuatro horas de vuelo… justo cuando Flenn usaba el aseo… pero que probablemente no hay ninguna relación entre los dos sucesos.

Toller se despertó poco después del amanecer con el ruido de una animada discusión situada en el centro de la barquilla. Se alzó de rodillas sobre los sacos de arena y se frotó los brazos, dudando si el frío que sentía era externo o una secuela del sueño. El rugido intermitente del quemador había sido tan penetrante que sólo dormitó levemente y ahora se sentía poco más descansado que si hubiera estado de guardia toda la noche. Caminó de rodillas hasta la abertura de la separación del compartimento de pasajeros y observó al resto de la tripulación.

— Debería echar un vistazo a esto, capitán — dijo Zavotle, levantando su estrecha cabeza —. ¡El indicador de altura funciona!

Toller introdujo sus piernas poco a poco en el estrecho espacio que quedaba en el suelo en la parte central y fue hasta el puesto del piloto, donde Flenn y Ryllomyner estaban de pie junto a Zavotle. Allí había una pequeña mesa, sobre la que se hallaba fijado el indicador de altura. Éste sólo estaba constituido por una escala vertical, en cuya parte superior colgaba un pequeño peso de un frágil muelle hecho de una viruta de brakka tan fina como un cabello. La mañana anterior, al comienzo del viaje, el peso se hallaba frente a la marca inferior de la escala; pero ahora estaba varias divisiones más arriba.

Toller examinó atentamente el indicador.

— ¿Alguien lo ha manipulado?

— Nadie lo ha tocado — le aseguró Zavode —. Lo que significa que es cierto lo que nos dijeron. ¡Todo se vuelve más ligero a medida que subimos! ¡Nos estamos volviendo ligeros!

— Era. de esperar — dijo Toller, sin ningún deseo de admitir que, en el fondo de su corazón, nunca aceptó la idea, ni siquiera cuando Lain se empeñó en hacerle entender la teoría dándole clases especiales.

— Sí, pero eso significa que dentro de tres o cuatro días no pesaremos nada. ¡Podremos flotar por el aire como… como… los pterthas! ¡Todo es cierto, capitán!

— ¿A qué altura dices que estamos?

— A unos quinientos sesenta kilómetros; y eso está de acuerdo con nuestros cálculos.

— Yo no noto ninguna diferencia — intervino Rillomyner —. Opino que el muelle se ha encogido.

Flenn asintió, aunque en su rostro se mostraba la duda. — Yo también — dijo.

Toller deseaba tiempo para ordenar sus pensamientos. Se acercó al borde de la barquilla y experimentó un momento aturdidor de vértigo al mirar a Land como nunca antes lo había visto: una convexidad circular inmensa, con una mitad casi totalmente oscura y la otra de un brillo centelleante de océanos azules y continentes e islas sutilmente ensombrecidos.

Las cosas serían muy distintas si despegases del centro de Chamteth y te dirigieras hacia el espacio abierto, repetía la voz de Lain en su recuerdo. Pero al viajar entre los dos mundos pronto llegarás a la zona media, de hecho algo más cerca de Overland que de Land donde el empuje gravitacional de cada planeta anula el del otro. En condiciones normales, como la barquilla es más pesada que el globo, la nave tiene la estabilidad de un péndulo; pero donde nada pesa, la nave será inestable y tendrás que usar los chorros laterales para controlar la posición.

Lain había realizado ya el viaje entero en su mente, comprendió Toller, y todo lo que había predicho que ocurriría estaba ocurriendo. Verdaderamente, habían entrado en la región de lo insólito, pero el intelecto de Lain Maraquine y de otros hombres como él ya había marcado el camino, y ellos debían confiar…