Flenn sonrió.
— Si lo que desea es comer, capitán, yo soy su hombre. Le aseguro que mi estómago ya tiene telarañas.
— En ese caso, ve a ver qué puedes preparar para comer.
Toller sabía que esa orden sería especialmente bien recibida, porque durante todo un día la tripulación había optado por no comer ni beber para evitarse la vergüenza, incomodidad y desagrado de usar los servicios del aseo en condiciones de ingravidez.
Miró con benevolencia a Flenn cuando éste empujó al carbel a su refugio caliente entre sus ropas y se desató de la silla. Era obvio que el hombrecillo respiraba con dificultad mientras se dirigía tambaleándose hacia la cocina, pero las piedras negras de sus ojos reflejaban buen humor. Reapareció poco después para entregarle a Toller un pequeño frasco de coñac que estaba incluido entre las provisiones del globo; después transcurrió un largo rato en el que se le oía trabajar con el equipo de la cocina, resollando y maldiciendo continuamente. Toller tomó un sorbo de coñac, y le había pasado ya el frasco a Zavotle, cuando se dio cuenta de que Flenn estaría intentando preparar una comida caliente.
— No necesitas calentar nada — gritó —. Un poco de carne fría con pan es suficiente.
— Todo va bien, capitán — fue la respuesta sofocada de Flenn —. El carbón ya está encendido… y sólo es cuestión de… avivarlo con bastante fuerza. Voy a servirle… un auténtico banquete. Un hombre necesita un buen… ¡Demonios!
Coincidiendo con la última palabra hubo un gran ruido de cacharros. Toller se volvió hacia la cocina y vio un trozo de leña ascendiendo de forma vertical hacia el cielo desde detrás del tabique. Girando lánguidamente, envuelto en una pálida llama amarilla, se dirigió hacia arriba rebotando en una banda de la parte inferior del globo. Justo cuando parecía que iba a desviarse inofensivamente en el cielo, fue atrapado por una corriente de aire que lo mandó hacia un estrecho hueco que quedaba entre un montante de aceleración y la envoltura. Se encajó en la unión de ambos, todavía ardiendo.
— ¡Es mío! — gritó Flenn —. ¡Lo cogeré!
Éste apareció sobre la pared de la barquilla en la esquina, desenganchó su correa y subió por el montante a toda velocidad, usando sólo sus manos, gateando curiosamente ingrávido. El corazón y la mente de Toller se helaron al ver el humo marrón que salía de la tela barnizada del globo. Flenn alcanzó el palo ardiendo y lo asió con la mano enguantada. Lo lanzó con un barrido lateral de su brazo y, de repente, también él se alejó de la nave, dando vueltas por el aire fluido. Extendiendo las manos vanamente hacia el montante, flotando y alejándose con lentitud.
La conciencia de Toller estaba dividida en dos focos de terror. El temor por su destrucción personal mantuvo su mirada fija en el parche de tela humeante hasta que vio que la llama se había extinguido; pero, mientras tanto, una voz en su interior le gritaba que la distancia entre Flenn y el globo cada vez se hacía mayor.
El impulso inicial de Flenn no había sido grande, pero se había alejado a la deriva unos treinta metros antes de detenerse por la resistencia del aire. Colgaba en el vacío azul, brillando iluminado por el sol que el globo ocultaba a la barquilla, apenas identificable como un ser humano envuelto en sus harapos de arpillera.
Toller se acercó al borde y ahuecó las manos junto a la boca para dirigir su grito.
— ¡Flenn! ¿Estás bien?
— No se preocupe por mí, capitán. — Flenn agitó un brazo e, increíblemente, su voz sonaba casi divertida —. Puedo ver la envoltura desde aquí. Hay una zona quemada alrededor de la fijación del montante, pero la tela no ha llegado a agujerearse.
— Vamos a traerte. — Toller se volvió a Zavotle y a Rillomyner —. No está perdido, tenemos que lanzarle una cuerda.
Rillomyner estaba encogido en su silla.
— No puedo, capitán — murmuró —. No puedo asomarme ahí fuera.
— Vas a asomarte y vas a trabajar — le aseguró Toller con severidad.
— Yo puedo ayudar — dijo Zavode, dejando su silla.
Abrió el baúl de los aparejos y sacó varios rollos de cuerdas. Toller, impaciente por realizar el rescate, le arrebató una de las cuerdas, ató uno de los extremos y arrojó el cabo hacia Flenn; pero al hacerlo, sus pies se levantaron de la cubierta, y lo que había pretendido que fuera un potente lanzamiento resultó gesto débil y mal dirigido. La cuerda se desenrolló sólo en parte de su longitud y se quedó inmóvil, conservando aún las ondulaciones.
Toller atrajo la cuerda y mientras la enrollaba de nuevo, Zavode lanzó la suya con suerte parecida. Rillomyner, que gemía casi sin ruido a cada inhalación, tiró un cable más delgado de cuerda de vidrio. Se dirigió en la dirección correcta, pero se detuvo demasiado cerca.
— ¡Maravilloso! — se burló Flenn, que no parecía perturbado por los miles de kilómetros de abismo que se abrían debajo de él —. Tu abuela lo haría mejor, Rillo.
Toller se quitó los guantes y realizó un nuevo intento de establecer un puente, pero aunque se había agarrado a uno de los tabiques, la cuerda rígida por el frío se desenrolló otra vez de forma inadecuada. Mientras la estaba recogiendo se dio cuenta de un hecho desalentador. Al comienzo de los intentos de rescate, Flenn estaba a bastante altura con relación a la nave, al mismo nivel que el extremo superior del montante de aceleración; pero ahora estaba un poco más abajo que el borde de la barquilla.
Un momento de reflexión dijo a Toller que Flenn estaba cayendo. La nave también caía, pero como había calor en el interior del globo mantenía una cierta capacidad de flotar y descendería más lentamente que un objeto sólido. Cerca del punto medio, las diferencias eran insignificantes, pero Flenn sin embargo estaba bajo el poder de la gravedad de Overland y había empezado la gran zambullida hacia la superficie.
— ¿Has notado lo que ocurre? — dijo Toller a Zavotle en voz baja —. Se nos acaba el tiempo.
Zavotle estudió la situación.
— ¿Serviría de algo usarlos laterales?
— Sólo empezaríamos a dar vueltas.
— Esto es serio — dijo Zavotle —. Primero Flenn nos estropea el globo, después se va adonde no puede repararlo.
— Dudo que lo hiciera a propósito. — Toller se volvió bruscamente hacia Rillomyner —. ¡El cañón! Buscad un peso que entre en el cañón. A lo mejor podemos disparar una cuerda.
En ese momento, Flenn, que había estado tranquilo, pareció advertir su cambio gradual de posición respecto a la nave y sacar la conclusión lógica. Empezó a moverse torpemente y a retorcerse, después realizó exagerados movimientos de natación que en otras circunstancias habrían resultado cómicos. Descubriendo que no obtenía resultados de nada de lo que hacía, se quedó quieto otra vez, excepto por un involuntario movimiento de sus manos cuando el segundo lanzamiento de la cuerda de Zavotle no llegó a alcanzarlo.
— Me estoy asustando, capitán. — Aunque Flenn gritaba, su voz parecía débil, sus energías disipadas en las inmensidades circundantes —. Habéis conseguido enviarme a casa.
— Te traeremos aquí. Hay…
Toller dejó que la frase se desvaneciese hasta convertirse en silencio. Iba a asegurar a Flenn que había mucho tiempo, pero su voz habría delatado su falta de convicción. Cada vez era más evidente no sólo que Flenn caía bajo la barquilla, sino también que, siguiendo las inmutables leyes de la física, estaba ganando velocidad. La aceleración era casi imperceptible, pero su efecto era acumulativo. Acumulativo y letal…
Rillomyner tocó el brazo de Toller.
— No hay nada adecuado para el cañón, capitán, pero he unido dos trozos de cuerda de vidrio y les he atado esto. — Le mostró un martillo con una gran maza de brakka —. Creo que lo alcanzará.