El mensaje era claro, que todos se hundirían juntos. Los ricos y los pobres. El rey y el mendigo.
Al pensar en el rey, solo y vulnerable en el Palacio Principal, la compostura del otro Leddravohr se desintegró. Debía llevarse a cabo una tarea vital y urgente; él tenía responsabilidades que superaban ampliamente un conflicto entre unos cientos de ciudadanos y soldados.
Dio un paso hacia su otro yo complementario y se produjo un efecto, una ofuscación del tiempo y el espacio…
El príncipe Leddravohr Neldeever abrió los ojos en un torrente de intensa luz solar. El mango de su espada estaba húmedo en su mano, y, a su alrededor, los ruidos del tumulto y los colores de la matanza. Examinó la escena durante un momento, parpadeando mientras intentaba reorientarse en una realidad cambiante, después guardó su espada y corrió hacia su cuernoazul que le aguardaba.
Capítulo 18
Toller miró el cuerpo encapuchado de amarillo sin moverse durante unos diez minutos, tratando de comprender cómo soportar el dolor de la pérdida.
Ha sido Leddravohr, pensó. Éstos son los frutos que recojo por dejar vivir a ese monstruo. ¡Abandonó a mi hermano a los pterthas!
El sol del antedía todavía estaba bajo en el este, pero ante la ausencia total de movimiento de aire, la ladera rocosa de la montaña ya empezaba a proyectar calor. Toller estaba dividido entre el sentimiento y la prudencia; el deseo de correr hacia el cuerpo de su hermano y la necesidad de permanecer a una distancia segura. Su visión borrosa le mostró algo blanco que brillaba en el pecho hundido, aguantado por la cuerda de la cintura de la túnica gris y una mano delgada.
¿Papel? ¿Podría ser, el corazón de Toller se aceleró al pensarlo, una acusación contra Leddravohr?
Sacó su pequeño telescopio de la infancia y enfocó el rectángulo blanco. Sus lágrimas conspiraban con el brillo feroz de la imagen para dificultar la lectura de las palabras garabateadas, pero al fin recibió el último comunicado de Lain:
PTERTHAS AMIGOS DE BRAK. NOS MATAN POR NOSOTROS MATAMOS BRAK. BRAK. ALIMENTO PTERTH. EN PAGO P PROTEGE B. TRANSPARENTE, ROSA, PÚRPURA. P EVOLU TOXINS. DEBER VIVIR EN ARMONÍA CON B. MIRAR AL CIELO.
Toller apartó el telescopio. En algún lugar bajo la terrible confusión del sufrimiento, comprendió que el mensaje de Lain tenía un significado que llegaba más allá de las circunstancias del momento, pero en aquel instante era incapaz de comprenderlo. Por el contrario, fue invadido por una decepción desconcertante. ¿Por qué no había usado Lain sus últimas energías físicas y mentales para acusar al asesino y así preparar el camino para el castigo? Tras pensar un momento, dio con la respuesta, y casi consiguió sonreír con afecto y respeto. Lain, incluso desde la muerte, había sido el auténtico pacifista, ajeno a los sentimientos de venganza. Se había marchado del mundo de una forma que encajaba con su modo de vida; y Leddravohr aún continuaba…
Toller se volvió para atravesar la ladera hacia donde esperaba el sargento con dos cuernoazules. Mantenía un control absoluto sobre sí mismo y ya no había lágrimas que se interpusiesen en su visión, pero ahora sus pensamientos estaban dominados por una nueva pregunta que rastrillaba su cerebro con la fuerza y persistencia de las olas barriendo la playa.
¿Cómo podré vivir sin mi hermano? El calor reflejado en las losas de piedra presionaba sus ojos, se introducía en su boca. Hoy va ser un largo y caluroso día, ¿cómo voy a vivirlo sin mi hermano?
— Le acompaño en el sentimiento, capitán — dijo Engluh —. Su hermano era un buen hombre.
— Sí.
Toller miró con fijeza al sargento, intentando superar sus sentimientos de rechazo. Éste era el hombre a quien se le había encomendado formalmente la seguridad de Lain, y seguía vivo mientras Lain estaba muerto. Poco podía haber hecho el sargento contra los pterthas en un terreno de aquel tipo y, según lo que contaba, había sido despedido por Leddravohr. Sin embargo, su presencia entre los vivos era una ofensa para el carácter primitivo de Toller.
— ¿Desea volver ya, capitán? — Engluh no mostró ningún signo de desconfianza ante el escrutinio de Toller. Era un veterano de aspecto duro, sin duda versado en el arte de conservar su propia piel, pero Toller no podía juzgarlo sin suspicacia.
— Todavía no — dijo Toller —. Quiero buscar el cuernoazul.
— Muy bien, capitán. — Un aleteo en el fondo de los ojos marrones del sargento demostró que había comprendido que Toller no aceptaba del todo el sucinto relato de Leddravohr sobre los acontecimientos del día anterior —. Le enseñaré el camino que tomamos.
Toller montó su cuernoazul y cabalgó detrás de Engluh siguiendo el sendero que conducía a la montaña. A mitad de la subida llegaron a una zona de roca laminada, limitada en el borde inferior por un montículo de piedras planas. Los restos del cuernoazul yacían sobre el material suelto, el esqueleto descarnado ya por los múltiples y otros carroñeros. Incluso la montura y los arneses habían sido despedazados y comidos en parte. Toller sintió un escalofrío en la espina dorsal al comprender que el cuerpo de Lain habría sufrido la misma suerte de no haber sido por el veneno ptertha que contenían sus tejidos. Su cuernoazul empezó a mover la cabeza de un lado a otro y a inquietarse, pero Toller lo condujo hasta el esqueleto, frunciendo el ceño al ver la tibia fracturada. Mi hermano vivía cuando esto ocurrió; y ahora está muerto. El dolor se apoderó de él con nueva fuerza, cerró los ojos e intentó pensar en lo increíble.
De acuerdo a lo que le habían dicho, el sargento Engluh y los otros tres soldados cabalgaron hacia la entrada oeste de la Base de Naves Espaciales tras ser despedidos por Leddravohr. Allí esperaron a Lain y se quedaron perplejos al ver que Leddravohr volvía solo.
El príncipe estaba de un humor extraño, enojado y alegre a la vez, y al ver a Engluh se contaba que le dijo:
— Prepárate para una larga espera, sargento. Tu amo ha lisiado a su cuernoazul y ahora está jugando al escondite con los pterthas.
Pensando que era su deber, Engluh se ofreció para volver galopando hasta la montaña con otro animal, pero Leddravohr se opuso:
— ¡Quédate donde estás! Él eligió arriesgar su vida en un juego peligroso y ése no es deporte para un buen soldado.
Toller hizo que le repitiera el relato varias veces y la única interpretación que podía darle a aquello era que a Lain se le había ofrecido ser transportado hasta un lugar seguro, pero él había elegido voluntariamente flirtear con la muerte. Leddravohr no necesitaba mentir sobre ninguno de sus actos, y sin embargo Toller seguía sin poder aceptar lo que le habían contado. Lain Maraquine, de quien era sabido que se desmayaba ante la vista de la sangre, habría sido el último hombre del mundo en enfrentarse a las burbujas. Si hubiera querido quitarse la vida habría encontrado una forma mejor, pero en cualquier caso no existía ninguna razón para que deseara suicidarse. Tenía demasiados motivos para vivir. Existía un misterio en lo ocurrido en la árida ladera de la montaña el día anterior, y Toller sólo sabía de un hombre que pudiese aclararlo. Leddravohr no debía de haber mentido pero sabía más de lo que…
— ¡Capitán! — susurró Engluh sobresaltado —. ¡Mire allí!
Toller siguió la línea que señalaba el dedo del sargento hacia el este y parpadeó al ver la inconfundible forma marrón oscura de un globo ascendiendo hacia el cielo sobre Ro- Atabri. Pocos segundos más tarde se le unieron otros tres subiendo en íntima formación, casi como si el ascenso masivo a Overland estuviera empezando antes de lo que estaba planeado.