Algo va mal, pensó Toller antes de verse afectado por un sentimiento de ultraje personal. La muerte de Lain habría sido terrible para él, pero a eso había que añadir el agravante de las dudas y sospechas; y ahora las naves espaciales estaban despegando de la base, infringiendo los planes estrictos que se habían realizado sobre el vuelo de migración. Había un límite en lo que su mente podía abarcar en un momento determinado y el universo había decidido injustamente olvidarse de eso.
— Tengo que volver ahora — dijo, instando a su cuernoazul para que se moviese.
Cabalgaron montaña abajo, rodeando un cerro cubierto de zarzas y llegando a la ladera abierta donde yacía el cuerpo de Lain. La vista ilimitada hacia el este mostró otros globos ascendiendo desde el recinto, pero la mirada de Toller fue atraída por la extensión moteada de la ciudad, que yacía detrás de ellos. Desde los barrios del centro subían columnas de humo negro.
— Parece una guerra, capitán — comentó Engluh extrañado, empinándose sobre sus estribos.
— Quizá lo sea.
Toller dirigió una mirada a la anónima forma inerte que había sido su hermano. Vivirás dentro de mí, Lain. Después espoleó a su montura en dirección a la ciudad.
Ya conocía la creciente inquietud existente entre la acosada población de Ro-Atabri, pero le costaba imaginar que los disturbios civiles tuviesen un efecto real en el cursa ordenado de los acontecimientos del interior de la base. Leddravohr había instalado unidades del ejército en un semicírculo que quedaba entre el recinto espacial y las afueras de la ciudad, y dispuesto que fuesen controlados por oficiales en quienes pudiera confiar incluso en las circunstancias especiales de la migración. Los oficiales eran hombres que no tenían ningún interés personal en volar a Overland y su único deber era preservar Ro-Atabri como una entidad, pasara lo que pasase. Toller creía que la base estaba segura, incluso en el caso de un motín general, pero ahora las naves espaciales estaban despegando mucho antes de la fecha fijada…
Al llegar a la pradera llana hizo que el cuernoazul galopase a toda velocidad, observando atentamente cómo la barrera que rodeaba la base se agrandaba en su campo de visión. La entrada del oeste se usaba poco porque daba al campo abierto, pero al acercarse descubrió que había grandes grupos de soldados montados y de infantería detrás de la verja, y podían verse vagones de provisiones moviéndose al otro lado de las pantallas dobles, donde se desviaban hacia el norte y hacia el sur. Otras naves flotaban hacia arriba en el cielo matutino, y el rugido retumbante de sus quemadores se mezclaba con el traqueteo de los ventiladores de inflado y los gritos de fondo de los controladores.
Las puertas se abrieron para Toller y el sargento. Después, en cuanto atravesaron la zona intermedia, se cerraron de golpe. Toller detuvo su cuernoazul al acercarse a él un capitán del ejército, que llevaba su casco de penacho naranja bajo el brazo.
— ¿Es usted el capitán espacial Toller Maraquine? — preguntó frunciendo el entrecejo.
— Sí. ¿Qué ha ocurrido?
— El príncipe Leddravohr ha dado orden de que se presente inmediatamente en el Recinto 12.
Toller asintió.
— ¿Qué ha ocurrido?
— ¿Qué le hace pensar que ha ocurrido algo? — dijo el capitán con acritud. Se dio la vuelta y se alejó a grandes pasos, dando órdenes airadas a los soldados más cercanos, que mostraban sin disimulos su expresión de disgusto.
Toller pensó en ir tras él y obtener una respuesta aclaratoria, pero en ese momento divisó a una figura uniformada de azul haciéndole señas desde el otro lado de la verja. Era Ilven Zavotle, recientemente ascendido al rango de teniente piloto. Toller avanzó hacia él en el cuernoazul y desmontó, notando al hacerlo que el joven estaba pálido y preocupado.
— Me alegro de que haya vuelto, Toller — dijo Zavotle con ansiedad —. Oí que había salido para buscar a su hermano y vine a alertarle sobre el príncipe Leddravohr.
— ¿Leddravohr? — Toller levantó la vista cuando una nave espacial ocultó el sol por un instante —. ¿Qué pasa con Leddravohr?
— Está loco — dijo Zavotle, mirando alrededor para comprobar que su declaración traidora no era escuchada por otros —. Ahora está en los recintos… dirigiendo a los cargadores y a los equipos de inflado… con la espada en la mano… lo he visto atravesar a un hombre sólo porque se detuvo a echar un trago.
— ¡El…! — El desconcierto y consternación de Toller crecieron —. ¿Qué ha provocado todo esto?
Zavotle alzó la mirada sorprendido.
— ¿No lo sabe? Debió usted salir de aquí antes dé… Todo ocurrió en un par de horas, Toller.
— ¿Qué ocurrió? Habla, Ilven, o habrá más sablazos.
— El gran Prelado Balountar presidió una marcha de ciudadanos hasta la base. Exigió que todas las naves fueran destruidas y las provisiones repartidas entre la gente. Leddravohr lo hizo arrestar y decapitar allí mismo.
Toller estrechó los ojos como si visualizara la escena.
— Eso fue un error.
— Un gran error — corroboró Zavotle —, pero eso fue sólo el principio. Balountar había excitado a las multitudes con promesas de comida y cristales. Cuando vieron su cabeza sobre un poste, empezaron a destrozarlas protecciones. Leddravohr envió al ejército contra ellos, pero… fue sorprendente. Toller… la mayoría de los soldados se negaron a luchar.
— ¿Desafiaron a Leddravohr?
— Son hombres de la zona, la mayoría proceden del mismo Ro-Atabri, y se les estaba ordenando que masacrasen a su propia gente. — Zavotle se interrumpió cuando una nave que volaba sobre ellos produjo un rugido atronador —. Los soldados también están hambrientos, y hay una sensación generalizada de que Leddravohr les está volviendo la espalda.
— A pesar de eso…
A Toller le parecía casi imposible imaginar a simples soldados rebelándose contra el príncipe militar.
— Entonces fue cuando Leddravohr realmente enloqueció. Dicen que mató a más de una docena de oficiales y hombres. No obedecían sus órdenes… pero tampoco podían defenderse contra él… y el carnicero entonces… — la voz de Zavotle vaciló —. Como cerdos, Toller. Igual que a cerdos.
A pesar de la magnitud de lo que estaba oyendo, Toller alimentaba un sentimiento inconfesable de que tenía un motivo distinto y más urgente de preocupación.
— ¿Cómo acabó eso?
— Con los incendios de la ciudad. Cuando Leddravohr vio el humo… se dio cuenta de que las pantallas anti — ptertha estaban ardiendo… y recobró la razón. Condujo al interior del perímetro a los hombres que continuaban siéndole fieles, y ahora está intentando que despegue toda la flota de nave espaciales antes que los rebeldes se organicen e invadan la base. — Zavotle estudió con suspicacia a los soldados próximos —. Este grupo se supone que defiende la entrada oeste, pero yo diría que no tienen muy claro de qué lado están. Los uniformes azules ya no son muy gratos aquí. Tenemos que volver a los recintos enseguida que…
Las palabras se desvanecieron en los oídos de Toller mientras su mente realizaba una serie de saltos, y cada uno de ellos lo acercaba más al origen de su preocupación subconsciente. Los fuegos de la ciudad… las pantallas anti — ptertha ardiendo… no ha llovido durante muchos días… sin las pantallas la ciudad está indefensa… la migración DEBE ponerse en marcha enseguida… y eso significa…
— ¡Gesalla!
Toller soltó el nombre de repente en un acceso de pánico y auto recriminación. ¿Cómo podía haberse olvidado de ella durante tanto tiempo? Estaría esperando en la Casa Cuadrada… aún sin la confirmación de la muerte de Lain… y el vuelo a Overland ya había empezado…
— ¿Me oye? — dijo Zavotle —. Tendríamos que…