Выбрать главу

Apoyando su espalda contra el tabique, Toller hizo una señal al equipo de inflado indicándole que ya estaba dispuesto para empezar a quemar. Dejaron de dar vueltas a la manivela y arrastraron a un lado el ventilador, permitiendo a Toller una clara visión del interior del globo. La envoltura, parcialmente llena de aire frío, se aflojaba y ondulaba entre los montantes de aceleración. Toller lanzó una serie de ráfagas al interior, ahogando el sonido de los otros quemadores que funcionaban en la hilera de recintos, observando cómo se hinchaba el globo y se levantaba del suelo. Al alcanzar la posición vertical, los hombres que aguantaban las cuerdas de la corona, las acortaron y ataron al bastidor de carga de la barquilla, y otros volcaron la ligera estructura hasta que quedó en posición horizontal. El enorme conjunto formado por el globo y la barquilla, ahora más ligero que el aire, empezó a tensar suavemente su ancla central, como si Overland lo estuviese llamando.

Toller saltó de la barquilla e hizo un gesto a Chakkell y a los ayudantes que esperaban; indicando que podían subir los pasajeros y el equipaje. Se acercó a Gesalla y ésta no hizo ninguna objeción cuando él se colgó su fardo al hombro.

— Estamos listos para salir — dijo —. Podrás tumbarte y descansar en cuanto estemos a bordo.

— Pero ésa es una nave real — respondió, retrasándose inesperadamente —. Supongo que encontraré un sitio en otra.

— Gesalla, por favor, olvida todo lo que se supone que tenía que ocurrir. Muchas naves no lograrán despegar y es probable que se vierta sangre en la lucha por lograr un puesto en alguna que lo consiga. Tienes que venir ahora.

— ¿Ha dado el príncipe su consentimiento?

— Ya lo hemos hablado, y acepta.

Toller cogió a Gesalla del brazo y caminó hacia la barquilla. Subió a bordo primero y descubrió que Chakkell, Daseene y los niños habían ocupado ya sus puestos en uno de los compartimentos de pasajeros, asignando tácitamente el otro a Gesalla y a él. Ésta se encogió de dolor cuando le ayudó a subir por un lado; y en el momento en que le indicó el compartimento libre, se tendió sobre los edredones de lana almacenados allí.

Se desprendió de la espada, colocándola junto a ella, y volvió al puesto de piloto. Un fuerte cañonazo sonó de nuevo a lo lejos, en el momento en que reactivó el quemador. La nave estaba poco cargada en comparación con la que había emprendido el vuelo de prueba, y esperó menos de un minuto para tirar del ancla. Se produjo un suave balanceo y las paredes del recinto empezaron a deslizarse verticalmente hacia abajo. El ascenso continuó bien, incluso cuando el globo salió al aire libre, y en pocos segundos Toller tuvo una visión panorámica de la base. Las otras tres naves del vuelo real, que se distinguían por las franjas blancas en los laterales de las barquillas, habían despegado ya de sus recintos y volaban un poco por encima. Los otros lanzamientos se habían detenido temporalmente, pero aún tenía la impresión de que el aire estaba abarrotado, y observó con atención a las naves acompañantes hasta que el inicio de una brisa en dirección oeste las separó un poco.

En un vuelo masivo había siempre el riesgo de colisión entre dos naves que ascendían o descendían a distintas velocidades. Como era imposible para un piloto ver nada que estuviese directamente sobre él, a causa del globo, la regla era que la aeronave que estaba más arriba tenía la responsabilidad de emprender alguna acción para evitar a la de abajo. Ésa era la teoría, pero Toller tenía sus dudas al respecto, porque casi la única opción posible en la fase de ascenso era subir más deprisa y por tanto incrementar el riesgo de alcanzar a una tercera nave. Ese riesgo hubiera sido mínimo si la flota hubiese partido de acuerdo con el plan, pero ahora sabía que formaban parte de un enjambre colocado verticalmente.

Al ganar altura, la escena que se desarrollaba abajo, en tierra, se fue revelando en toda su complejidad.

Los globos, inflados o estirados sobre la hierba, eran el factor dominante en un fondo de senderos y carriles para los vagones, depósitos de provisiones, carretas, animales y miles de personas arremolinándose en actividades sin un objetivo aparente. Toller los veía casi como insectos comunales que trabajaban para salvar a las envanecidas reinas de alguna catástrofe inminente. Hacia el sur, las multitudes formaban una masa abigarrada en la entrada principal de la base, pero la distancia imposibilitaba para decir si la lucha había estallado de nuevo entre las unidades militares enfrentadas.

Líneas discontinuas de gente, presumiblemente emigrantes decididos, convergían en la zona de lanzamiento desde distintos puntos del perímetro del campo. Y más atrás, los incendios que ahora se extendían con rapidez en Ro-Atabri, ayudados por la brisa, despojaban a la ciudad de sus protecciones contra los pterthas. En contraste con la hirviente confusión engendrada por los seres humanos y sus pertenencias, la bahía de Arle y el golfo de Tronom formaban un plácido telón de fondo turquesa y añil. Un bidimensional monte Opelmer flotaba en la brumosa distancia, sereno e imperturbable.

Toller, manejando el quemador mediante la palanca extensible, permanecía de pie en el lateral de la barquilla e intentaba asimilar el hecho de que abandonaba aquel lugar para siempre, pero dentro de él sólo había una voz trémula, casi una inquietud subconsciente, que le hablaba de emociones reprimidas. Habían ocurrido demasiadas cosas en el transcurso de un solo antedía. ¡Mi hermano está muerto!, y el dolor y el pesar permanecían contenidos, esperando surgir cuando llegasen las primeras horas de calma.

Chakkell también miraba hacia fuera desde su compartimento, rodeando con sus brazos a Daseene y a su hija, que debía de tener unos doce años. Toller, que lo consideraba un hombre motivado sólo por la ambición, se preguntó si debería replantearse su concepto. La facilidad con que lo había coaccionado en el asunto de Gesalla indicaba una preocupación avasalladora por su familia.

En las barandas de las otras dos naves reales podían verse espectadores: el rey Prad y sus ayudantes personales en una, el reservado príncipe Pouche y sus criados en la otra. Sólo Leddravohr, que parecía haber decidido viajar aislado, no estaba a la vista. Zavotle, una figura solitaria en los controles de la nave de Leddravohr, saludó a Toller con el brazo, después empezó a acortar y a fijar los montantes de aceleración. Como su nave era la menos cargada de las cuatro, podía dejar el quemador durante largos ratos y aún así seguir ascendiendo a la misma velocidad que los demás.

Toller, que se había estabilizado en un ritmo de dos — veinte, no mantenía la misma altura. Como resultado de lo aprendido en el vuelo de prueba, se había decidido que las naves de la migración podían ser manejadas por pilotos sin ayudantes, permitiendo así más capacidad de ascenso para los pasajeros y la carga. Durante sus períodos de descanso, el piloto podía confiar el quemador o el chorro propulsor a un pasajero, aunque siguiera controlando el ritmo.

— La noche breve ya está llegado, príncipe — dijo Toller, en tono cortés para compensar su anterior insubordinación —. Quisiera asegurar los montantes antes, de modo que debo solicitar que me releve en el quemador.

— Muy bien.

Chakkell parecía casi complacido por tener algo útil que hacer cuando tomó la palanca extensible. Sus hijos, de oscuros cabellos, que aún lanzaban miradas tímidas a Toller, se acercaron a él y escucharon atentamente su explicación sobre el funcionamiento de la maquinaria. Mientras Toller tensaba y ataba los montantes a las esquinas de la barquilla, Chakkell enseñaba a sus hijos a medir el ritmo del quemador cantando, como si fuera un juego.