Выбрать главу

La barquilla cayó en vertical cuando se aflojaron sus cables de carga, se soltó en dos de las esquinas y volcó, casi lanzando a sus ocupantes entre una lluvia de edredones y pequeños objetos. Increíblemente, después del traqueteante y peligroso avance sobre las copas de los árboles, Toller descubrió que podía descender con facilidad a la tierra musgosa. Se volvió y cogió a Gesalla, que estaba subida a un montante, y la bajó junto a él.

— Debes irte de aquí — le dijo con urgencia —. Vete al otro lado de la montaña y busca un sitio para esconderte.

Gesalla le rodeó con sus brazos.

— Tengo que quedarme contigo. Puedo ser una ayuda.

— Créeme, no podrás ayudarme. Si nuestro hijo está creciendo dentro de ti, debes darle una oportunidad de vivir. Si Leddravohr me mata, puede que no vaya tras de ti, especialmente si está herido.

— Pero… — los ojos de Gesalla se agrandaron cuando el cuernoazul resopló a corta distancia —. Pero no sabré lo que ha ocurrido.

— Dispararé el cañón si venzo. — Giró a Gesalla y la empujó con tal fuerza que ésta se vio obligada a empezar a correr para no caerse —. Vuelve sólo si oyes el cañón.

Esperó de pie observando a Gesalla, que se volvió varias veces, hasta que desapareció entre la espesura de los árboles. Había sacado su espada y buscaba algún espacio claro en donde luchar, cuando se dio cuenta de que una forma innata de comportarse le hacía afrontar el encuentro con Leddravohr como si se tratara de un duelo formal.

¿Cómo puedes pensar así cuando están en juego otras vidas?, se preguntó, confuso ante su propia ingenuidad. ¿Qué tiene que ver el honor con la simple tarea de extirpar un cáncer?

Miró a la barquilla que oscilaba lentamente, decidió que lo más probable era que Leddravohr se aproximara en esa dirección, y retrocedió para ocultarse detrás de un grupo de tres árboles que crecían tan juntos, que podían haber brotado de la misma raíz. La excitación que había sentido antes empezó a apoderarse de él.

Calmó su respiración, deshaciéndose de sus debilidades humanas, y un nuevo pensamiento llegó a su mente: Leddravokr estaba cerca hace un minuto, ¿por qué no lo veo ahora?

Conociendo la respuesta, se volvió y vio a Leddravohr a unos diez pasos. Éste ya había lanzado su cuchillo. La velocidad y la distancia eran tales que Toller no tuvo tiempo de agacharse o apartarse. Levantó la mano izquierda y paró el cuchillo con el centro de la palma. Toda la hoja negra atravesó el espacio entre los huesos con tanta fuerza que la mano fue impelida hacia atrás y la punta del cuchillo rasgó su cara justo por debajo del ojo izquierdo.

El instinto natural le habría obligado a mirar la mano herida, pero Toller la ignoró y colocó rápidamente su espada en posición de defensa, justo a tiempo para frenar a Leddravohr que había seguido al cuchillo lanzándose al ataque.

— Has aprendido varias cosas, Maraquine — dijo Leddravohr, poniéndose también en guardia —. La mayoría de los hombres habrían muerto dos veces en este tiempo.

— La lección es sencilla — replicó Toller —. Siempre estar preparado contra los reptiles que se comportan como tales.

— No puedes ofenderme, así que ahórrate tus insultos.

— No he insultado a nadie, excepto a los reptiles.

La sonrisa de Leddravohr apareció muy blanca en un rostro irreconocible a causa de los rastros de sangre seca. Su pelo estaba enmarañado y la coraza, que ya tenía manchas de sangre antes del vuelo de migración, estaba sucia con lo que parecía comida digerida parcialmente. Toller se alejó de la estrechez que le imponían los tres árboles, pensando en las tácticas de combate.

¿Era posible que Leddravohr fuese uno de esos hombres que aunque no temen a nada, son dominados por la acrofobia? ¿Era ésa la razón de que lo hubiera visto tan poco durante el vuelo? En tal caso, Leddravohr no se encontraría lo bastante bien para embarcarse en una lucha prolongada.

Las espadas de combate kolkorronianas eran armas de dos filos cuyo peso excluía su usa en los duelos formales. Estaban limitadas a cortes simples y a estocadas que por lo general podían ser frenadas o desviadas por un oponente con reacciones rápidas y buena vista. En las mismas condiciones, el vencedor de una contienda tendía a ser el hombre con mayor fuerza y resistencia física. Toller tenía una ventaja natural, ya que era al menos diez años más joven que Leddravohr, pero esa ventaja estaba contrarrestada por la incapacidad de su mano izquierda. Ahora tenía razones para suponer que el equilibrio se restablecía en su favor; y sin embargo, Leddravohr, enormemente experimentado en tales asuntos, no había perdido nada de su arrogancia…

— ¿Por qué tan pensativo, Maraquine? — Leddravohr se movía con Toller para mantener la línea de combate —. ¿Estás inquieto por el fantasma de mi padre?

Toller negó con la cabeza.

— Por el fantasma de mi hermano. Aún no hemos arreglado ese asunto.

Para su sorpresa, comprobó que aquellas palabras alteraron la compostura de Leddravohr.

— ¿Por qué me cargas a mí con eso?

— Creo que eres responsable de la muerte de mi hermano.

— Te dije que el imbécil fue responsable de su propia muerte. — Leddravohr dio una furiosa estocada con su espada y las dos hojas se tocaron por primera vez —. ¿Por qué iba a mentirte entonces o ahora? Le rompió la pata a su animal y rehusó montar en el mío.

— Lain no habría hecho eso.

— ¡Lo hizo! Te digo que podría estar a tu lado en este momento, y ojalá estuviese; así tendría el placer de partiros el cráneo a los dos.

Mientras Leddravohr hablaba, Toller aprovechó la oportunidad para mirarse la mano herida. De momento no le dolía demasiado, pero la sangre corría constantemente por el puño del cuchillo y después goteaba en el suelo. Cuando movió la mano, la hoja permaneció en su lugar, trabada hasta la empuñadura entre los huesos. La herida, aunque no le impedía pelear, podría tener un efecto progresivo sobre su fuerza y su capacidad de lucha. Le convenía que el duelo acabase lo antes posible. Se propuso no hacerse eco de las mentiras que Leddravohr estaba contando sobre su hermano, y buscó una razón para explicar el sorprendente hecho de que un hombre cuya potencia debería haber sido disminuida por doce días de trastornos y mareos, se mostrase presuntuosamente seguro de la victoria.

¿Había un indicio importante que le había pasado inadvertido?

Estudió de nuevo a su oponente (las décimas de segundos se convertían en minutos en su estado de excitación) y lo único que vio fue que Leddravohr había cubierto su espada. Los soldados de todas partes del imperio kolkorroniano, principalmente de Sorka y Middac, tenían la costumbre de cubrir la base de la hoja con cuero, de forma que en determinadas circunstancias una mano se colocaba sobre ella y la espada podía usarse como un arma que se aguantaba con dos manos. Toller nunca había encontrado demasiado mérito en la idea, pero decidió ser sumamente cauteloso por si se producía una variación inesperada del ataque de Leddravohr.

Pronto concluyeron los preparativos.

Cada hombre había buscado una posición que en lo esencial no era mejor que cualquier otra, pero que le satisfacía de una forma indefinible por ser la más propicia, la que más se ajustaba a su propósito. Toller tomó la iniciativa, sorprendido de que se le permitiese esa ventaja psicológica, empezando con una serie de sablazos a izquierda y derecha, que rápidamente obtuvieron respuesta. Como era inevitable, Leddravohr paró fácilmente cada golpe, pero los impactos de su hoja no fueron tan fuertes como Toller esperaba. Parecía como si la espada de Leddravohr cediese un poco a cada golpe, insinuando una importante falta de fuerza.

En pocos minutos puede decidirse todo, se regocijó Toller. Después su instinto de supervivencia se reafirmó. ¡Peligroso pensamiento! ¿Lo habría perseguido lxddravolzr hasta allí, solo, sabiendo que estaba incapacitado para luchar?