Toller hizo una finta y cambió de posición, aguantando su mano sangrante junto al cuerpo. Leddravohr se acercó a él a una velocidad desconcertante, creando un triángulo bajo de barrido que casi obligó a Toller a defender más su brazo inútil que la cabeza o el cuerpo. La embestida terminó con un revés de Leddravohr que pasó fugazmente bajo la barbilla de Toller, haciéndole sentir el corte del aire frío. Dio un paso atrás y pensó que el príncipe, aun en una situación debilitada, era un rival para un soldado en excelentes condiciones.
¿Era este resurgimiento de fuerzas la trampa que sospechó que Leddravohr le preparaba? En ese caso, era vital no dejarle espacio para respirar ni tiempo para recuperarse. Toller reanudó su ataque en el acto, iniciando una secuencia de acometidas sin descansos apreciables, usando toda su fuerza pero al mismo tiempo acompañando a la furia con la inteligencia, no permitiendo al príncipe descanso mental o físico.
Leddravohr respiraba ahora con dificultad, obligando a ceder terreno. Toller vio que estaba retrocediendo hacia un grupo de matorrales espinosos y lo obligó a aproximarse esperando el momento en que estuviese distraído, inmovilizado o perdiese el equilibrio. Pero Leddravohr, demostrando su talento para el combate, pareció advertir la presencia de los matorrales sin volverla cabeza.
Se salvó parando la hoja de Toller con un contragolpe en círculo digno de un maestro de la espada corta, provocando su defensa, y haciendo que ambos hombres se desplazaran a una nueva posición. Durante un segundo, los dos estuvieron apretados uno con otro, pecho con pecho, las espadas trabadas en los puños por encima, en el vértice de un triángulo formado por sus brazos derechos extendidos.
Toller sintió el calor del aliento de Leddravohr y olió la fetidez de sus vómitos, después el contacto se rompió al intentar bajar su espada, convirtiéndola en una palanca irresistible que consiguió separarlos.
Leddravohr saltó hacia atrás e inmediatamente a un lado para dejar los matorrales espinosos entre ellos. Su pecho se henchía con rapidez, evidenciando su creciente cansancio, pero, curiosamente, parecía haber sido estimulado por el estrecho margen con que había escapado del peligro. Se inclinaba ligeramente hacia adelante en una actitud que sugería una nueva vehemencia, y sus ojos se volvieron más vivos e irónicos entre las filigranas de sangre seca que cubrían su cara.
Algo ha ocurrido, pensó Toller, sintiendo en su piel el hormigueo del recelo. ¡Leddravohr sabe algo!
— Por cierto, Maraquine — dijo Leddravohr, con un tono casi cordial —, oí lo que le decías a tu mujer.
— ¿Sí? — dijo Toller, en tono irónico.
A pesar de su alarma, una parte de la conciencia de Toller estaba ocupada en el hecho de que el desagradable olor que había soportado estando en contacto con Leddravohr permanecía con intensidad en sus fosas nasales. ¿Era únicamente la acidez de la comida vomitada o había algún otro olor allí? ¿Algo extrañamente familiar y con un significado de muerte?
Leddravohr sonrió.
— Fue una buena idea. Lo de disparar el cañón, quiero decir. Me ahorrará la molestia de tener que ir a buscarla cuando haya acabado contigo.
No pierdas energías respondiendo, se dijo Toller. Leddravohr está representando una escena. Eso significa que no te está conduciendo a ninguna trampa; ¡ya la ha hecho saltar!
— Bueno, no creo que vaya a necesitar esto — dijo Leddravohr. Agarró el mango de cuero en la base de su espada, lo quitó y lo arrojó al suelo. Sus ojos estaban fijos en él, divertidos y enigmáticos.
Toller miró atentamente el mango y vio que parecía hecho en dos capas, con una delgada piel exterior que había sido rajada. Alrededor de los bordes de la raja había restos de un fango amarillo.
Toller miró su propia espada, reconociendo tardíamente el hedor que emanaba de ella, el hedor de helecho blanco, y vio más fango en la parte ancha, cerca de la empuñadura. El material negro de la hoja estaba barboteando y desprendiendo vapor, disolviéndose bajo el ataque del fango de brakka con el que había sido untada cuando las dos se cruzaron por las empuñaduras.
Acepto mi muerte, reflexionó Toller, entre los pensamientos borrosos del tiempo enloquecido de la batalla, viendo que Leddravohr se lanzaba hacia él, a condición de no hacer solo el viaje.
Alzó la cabeza y arremetió contra el pecho de Leddravohr con su espada. Éste la paró y partió la hoja por la base, que salió disparada a un lado, y en el mismo momento hizo un barrido en redondo dirigiendo una estocada al cuerpo de Toller.
Toller recibió la estocada, confiando en que lograría la última ambición de su vida. Boqueó cuando lo atravesó la hoja, procurando caer cerca de donde estaba Leddravohr. Agarró el mismo cuchillo que antes les había lanzado y, con su mano izquierda aún empalada en él, dirigió la hoja hacia arriba y la introdujo en el estómago de Leddravohr, haciéndola girar y buscando la muerte con su punta.
Leddravohr gruñó y lo empujó con desesperada fuerza, retirando al mismo tiempo su espada. Luego lo miró fijamente, con la boca abierta, durante varios segundos, después soltó la espada y cayó de rodillas. Se echó hacia delante apoyándose sobre sus manos y permaneció así, con la cabeza baja, mirando el charco de sangre que iba formándose bajo su cuerpo.
Toller liberó el cuchillo de los huesos que lo apresaban, mentalmente ajeno al dolor que se estaba infringiendo, después se apretó el costado en un esfuerzo por detener los latidos empapados de la herida de espada. Los límites de su visión se agitaban; la ladera soleada se precipitaba hacia él y se alejaba. Arrojó el cuchillo, se aproximó a Leddravohr con las piernas flexionadas y recogió la espada. Con toda la fuerza que le quedaba en su brazo derecho alzó la espada.
Leddravohr no levantó la vista, pero movió un poco la cabeza, demostrando que era consciente de los movimientos de Toller.
— Te he matado, ¿verdad, Maraquine? — dijo con voz entrecortada y enronquecida por la sangre —. Dame este último consuelo.
— Lo siento, pero sólo me has hecho un rasguño — dijo Toller, clavándole la hoja negra —. Y esto es por mi hermano… ¡príncipe!
Se giró alejándose del cuerpo de Leddravohr y con dificultad fijó su mirada en la forma cuadrada de la barquilla. ¿Se estaba balanceando por la brisa, o era el único punto inmóvil en un universo que se columpiaba mientras se disolvía?
Comenzó a andar hacia allí, intrigado por el descubrimiento de que estaba muy lejos… a una distancia mucho mayor de la que había entre Land y Overland…
Capítulo 21
El muro posterior de la cueva estaba parcialmente oculto por un montículo de grandes guijarros y fragmentos de rocas que durante siglos habían ido cayendo por una chimenea natural. Toller se entretenía mirando el montículo porque sabía que los overlandeses vivían dentro.
En realidad no los había visto, y por tanto no sabía si parecían hombres o animales en miniatura, pero era profundamente consciente de su presencia porque usaban lámparas.
La luz de las lámparas brillaba a través de las grietas de las rocas a intervalos que no coincidían con el ritmo de días y noches del mundo exterior. A Toller le gustaba imaginar a los overlandeses ocupados en sus tareas allí dentro, seguros en su destartalada fortaleza, sin preocuparse por nada que pudiera ocurrir en el universo en general.
Esto era una consecuencia de su delirio, e incluso en los períodos en que se sentía perfectamente lúcido, una diminuta lámpara podía continuar a veces resplandeciendo en el centro del montón. En esos momentos no se complacía en la experiencia. Temeroso por su cordura, miraba el punto de luz, deseando que desapareciera porque no tenía cabida en el mundo racional. A veces el deseo se cumplía rápidamente, pero en ocasiones tardaba horas en apagarse, y entonces se aferraba a Gesalla, haciendo de ella la cuerda salvavidas que le unía a todo lo que era familiar y normal…