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Ella levantó la vista de su creciente colección.

— ¿Has visto algo allí atrás?

— Nada — contestó él sonriendo —. No hay nada.

— Pero ya había notado antes que observabas esas rocas. ¿Cuál es tu secreto?

Intrigada, y queriendo compartir el juego, se acercó a él y se arrodilló para tener su mismo punto de vista. Aproximó su cara a la de él, y Toller vio que sus ojos se abrían sorprendidos.

— ¡Toller! — La voz era como la de un niño, pasmado de asombro —. ¡Hay algo que brilla allí!

Se levantó a toda la velocidad que le permitía su leve cuerpo, pasó por encima de él y entró en la cueva.

Preso de un extraño temor, Toller trató de gritarle que tuviera cuidado, pero su garganta estaba seca y las palabras parecían haberle abandonado. Gesalla ya estaba apartando las piedras de arriba. La observó aturdido mientras ella introducía sus manos en el montículo, sacando algo pesado que llevó hasta la luz clara de la entrada de la cueva.

Se arrodilló junto a Toller, colocando el hallazgo sobre sus muslos. Era un trozo de roca gris oscuro, pero distinta a cualquier otra que Toller hubiera visto antes. Atravesando ésta, incrustada en ella aunque con distinta composición, había una franja ancha de un material blanco, pero de un blanco que reflejaba el sol como las aguas de un lago distante al amanecer.

— Es precioso — susurró Gesalla —, ¿pero qué es?

— No lo… — Haciendo una mueca de dolor, Toller alcanzó sus ropas, buscó en un bolsillo y sacó el extraño recuerdo que le había dado su padre. Lo colocó junto al estrato resplandeciente de la piedra, confirmando lo que ya sabía: que eran idénticas en su composición.

Gesalla cogió el pedazo y pasó la punta de un dedo por la superficie pulida.

— ¿De dónde sacaste esto?

— Mi padre… mi padre verdadero… me lo dio en Chamteth justo antes de morir. Me dijo que lo había encontrado hacía tiempo. Antes de que yo naciera. En la provincia de Redant.

— Es extraño. — Gesalla se estremeció y alzó la mirada hacia el disco brumoso, enigmático y expectante del Viejo Mundo —. ¿Será la nuestra la primera migración, Toller? ¿Ha ocurrido ya todo esto antes?

— Eso creo, y quizá muchas veces, pero lo importante es que nos aseguremos de que nunca…

La debilidad obligó a Toller a dejar su frase inconclusa. Apoyó su mano sobre la franja bruñida de la roca, cautivado por su frialdad y rareza, y por silenciosos indicios de que, de alguna forma, él podría hacer que el futuro no se pareciera al pasado.

FIN

Titulo del originaclass="underline" The Ragged Astronauts

Traducción: Pilar Alba

© 1986 by Bob Shaw

© 1987 by Ediciones Acervo Julio Verne 5 — Barcelona

ISBN 84-7002-203

Edición electrónica de Carlos Palazón R6 04/01