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Usha lo miraba de hito en hito, como todos los demás: como si le hubiesen crecido dos cabezas o tal vez como si no tuviese ninguna, como los pollos. No había dejado de observarlo así desde su llegada, cuando había abierto de golpe la puerta principal (acordándose de llamar después de haberlo hecho) y había gritado:

—¡Usha, soy yo, Tas! ¡El gigante todavía no me ha aplastado de un pisotón!

Usha Majere había sido una preciosa jovencita. «La edad ha realzado su hermosura, aunque —pensó Tas— no es exactamente la misma belleza que tenía cuando vine para el funeral de Caramon la primera vez.» Su cabello tenía el mismo matiz plateado, sus ojos eran del mismo color dorado, pero a éste le faltaba calidez, y el plateado adolecía de lustre. Parecía cansada, apagada.

«Y también es desdichada —comprendió de repente Tas—. Debe de ser contagioso, como el sarampión.»

—¡Oh, ahí llega Palin! —dijo Usha al oír abrir y cerrarse la puerta principal. Parecía aliviada.

—Y Jenna —farfulló Tas, que tenía llena la boca.

—Sí. Jenna —repitió la mujer con tono frío—. Quédate aquí si quieres, eh... Tas. Termina las gachas de avena. Hay más en la olla.

Ella se levantó y salió de la cocina, cerrando la puerta tras de sí. Tas se comió las gachas mientras escuchaba a escondidas, con interés, la conversación que se sostenía en el vestíbulo. Por lo general, no habría escuchado a escondidas la conversación de otras personas ya que era de mala educación hacer algo así, pero puesto que hablaban de él sin que estuviese presente, cosa que tampoco era muy cortés, se sintió justificado.

Además, a Tas empezaba a gustarle poco Palin. Esto hacía que se sintiese mal, pero no podía evitarlo. Había pasado bastante tiempo con el mago en casa de Laurana, contándole una y otra vez todo cuanto recordaba sobre el primer funeral de Caramon. Había añadido los consabidos adornos y aderezos, por supuesto, sin los cuales ningún relato kender se consideraba completo. Por desgracia, en lugar de entretener a Palin, esos adornos —que cambiaban de un relato a otro— parecieron irritarlo al máximo. Palin lo había mirado de un modo... No como si le hubiesen crecido dos cabezas, sino más bien como si se planteara arrancarle de cuajo la única que tenía para abrirla y ver qué había dentro.

«Ni siquiera Raistlin me miraba así —se dijo para sus adentros mientras rebañaba el cuenco con el dedo—. Él me miraba a veces como si quisiera matarme, pero nunca como si deseara volverme del revés antes.»

—... afirma que es Tasslehoff —llegó la voz de Usha a través de la puerta.

—Es Tasslehoff, querida —contestó Palin—. Creo que conoces a la señora Jenna ¿verdad, Usha? Pasará unos días con nosotros. ¿Querrás preparar la habitación de invitados?

Hubo un silencio que sonó como si hubiese pasado por un tamiz y luego la voz de Usha, fría como las gachas a esas alturas, dijo:

—Palin, ¿podemos hablar en la cocina?

Tasslehoff suspiró y, pensando que debía hacer como si no hubiese oído nada, empezó a canturrear entre dientes y a revolver en la alacena, buscando algo más que comer.

Por suerte, ni Palin ni Usha le prestaron la menor atención, excepto que el mago le espetó que dejara de meter tanto ruido.

—¿Qué hace ella aquí? —demandó Usha, puesta en jarras.

—Tenemos que hablar de cosas importantes —respondió, evasivo.

—¡Me lo prometiste, Palin! ¡El viaje a Qualinesti sería el último! Sabes lo peligrosa que se ha vuelto esa búsqueda de artefactos...

—Sí, querida, lo sé —la interrumpió el mago con tono frío—. Y por ello creo que sería mejor que te marcharas de Solace.

—¡Marcharme! —exclamó, atónita, Usha—. ¡Acabo de regresar a casa después de tres meses de ausencia! Tu hermana y yo estuvimos virtualmente prisioneras en Haven. ¿Lo sabías?

—Sí, me...

—¡Lo sabías! ¿Y no has dicho nada? ¿No estabas preocupado? No has preguntado cómo escapamos...

—Querida, no he tenido tiempo de...

—¡Ni siquiera pudimos asistir al funeral de tu padre! —prosiguió Usha—. Se nos permitió partir sólo porque accedí a pintar el retrato de la esposa del magistrado. Esa mujer tiene una cara que resultaría fea hasta en una hobgoblin. Y ahora quieres que me marche otra vez.

—Es por tu propia seguridad.

—¿Y qué pasa con tu seguridad? —demandó ella.

—Sé cuidar de mí mismo.

—¿De verdad, Palin? —De repente la voz de Usha se tornó suave. La mujer alargó la mano e intentó coger la de su esposo.

—Sí —repuso él secamente y apartó las manos tullidas, que metió bajo las mangas de la túnica.

Tasslehoff, extremadamente incómodo, habría querido poder meterse en la despensa y cerrar la puerta. Por desgracia, no había espacio, ni siquiera después de haber vaciado un hueco metiendo varios objetos de aspecto interesante en sus bolsillos.

—De acuerdo. Si es eso lo que quieres, no te tocaré, pero creo que al menos me debes una explicación. —Usha se cruzó de brazos—. ¿Qué ocurre? ¿Por qué mandaste a este kender diciendo que es Tas? ¿Qué te propones?

—Tenemos a la señora Jenna esperando ahí fuera...

—Estoy segura de que no le importa. ¡Soy tu esposa, por si lo has olvidado! —Usha se apartó el plateado cabello con un gesto de la cabeza—. No me sorprendería que fuese así. Ya no nos vemos nunca.

—¡No empieces otra vez con eso! —gritó el mago, furioso, y se giró hacia la puerta.

—¡Palin! —Alargó la mano hacia él de manera instintiva—. ¡Te amo! ¡Quiero ayudarte!

—¡No puedes! —gritó, volviéndose hacia ella—. Nadie puede. —Alzó las manos y las puso a la luz; los dedos anquilosados se torcían hacia dentro como las garras de un ave—. Nadie puede —repitió.

De nuevo se hizo un silencio. Tas recordó aquella vez que estuvo prisionero en el Abismo. Se había sentido muy solo, abatido y desdichado. Curiosamente, ahora se sentía igual a pesar de estar sentado en la cocina de sus amigos. Su desánimo era tal que ni siquiera dirigió un segundo vistazo a la cerradura del armario.

—Lo siento, Usha —dijo fríamente el mago—. Tienes razón. Mereces una explicación. Este kender es Tasslehoff.

La mujer sacudió la cabeza.

—¿Recuerdas oír a mi padre contar la historia sobre cómo Tas y él viajaron hacia atrás en el tiempo? —prosiguió Palin.

—Sí —contestó Usha con voz tensa.

—Lo hicieron merced a un artefacto mágico. Tasslehoff ha utilizado el mismo objeto para saltar al futuro para poder hablar en el funeral de mi padre. Ya estuvo aquí en otra ocasión, pero se pasó en los cálculos, llegó tarde, cuando el funeral había terminado, así que regresó una segunda vez. En esta ocasión, lo hizo a tiempo, sólo que todo era distinto. En el otro futuro vio una vida de esperanza y felicidad, los dioses no habían desaparecido, yo era el jefe de los Túnicas Blancas, los reinos elfos estaban unificados...

—¿Y tú te lo crees? —inquirió Usha, atónita.

—Sí —manifestó tozudamente él—. Le creo porque he visto el ingenio, Usha. Lo he tenido en mis manos. He sentido su poder. Por eso la señora Jenna ha venido. Necesito su consejo. Y también es por eso por lo que no es seguro para ti permanecer en Solace. El dragón sabe que tengo el artefacto. No estoy seguro de cómo lo ha descubierto, pero me temo que alguien del servicio de Laurana es un traidor. En tal caso, Beryl podría estar ya enterada de que he traído el objeto a Solace, y enviará a los suyos para intentar...

—¡Vas a utilizarlo! —exclamó con espanto. Su esposo no contestó—. Te conozco, Palin Majere. ¡Planeas usar personalmente el ingenio! Te propones viajar hacia atrás en el tiempo y... y... ¡quién sabe qué más!