Continuó leyendo mientras los hermanos intercambiaban una mirada. Una arruga se marcaba en su frente, y su entrecejo se frunció. Acabó de leer el mensaje y se quedó mirando al vacío largos instantes, como si deseara que en la carta pusiera algo distinto a lo que decía. Luego soltó la parte inferior del pergamino, que se enrolló sobre sí mismo y quedó colgando flojamente de su mano.
—Al parecer se nos ha estado espiando —dijo, y su tono era deliberadamente sosegado e inexpresivo—. Un dragón, uno de los esbirros de Beryl, persiguió a Palin y a Tasslehoff. Palin cree que el reptil iba detrás del artefacto, y eso significa que Beryl está enterada de su existencia y de que ha sido encontrado. Los Caballeros de Neraka no toparon por casualidad con vosotros cuatro, Kalindas. Os tendieron una emboscada.
—¡Un espía! En vuestra propia casa. ¿Quizás uno de nosotros? Eso es imposible, señora —manifestó acaloradamente Kellevandros.
—De todo punto —abundó Kalindas.
—Espero que tengáis razón —repuso seriamente Laurana—. Un elfo capaz de traicionar a su propio pueblo... —Sacudió la cabeza y su voz sonó apesadumbrada—. Cuesta creer que pueda existir tanta maldad. Sin embargo, ya ha ocurrido antes.
—Sabéis que ninguno de vuestros servidores os traicionaríamos —reiteró Kalindas con énfasis.
—No sé qué creer. —La reina madre suspiró—. La señora Jenna sugiere que quizás haya un mentalista entre los Caballeros de Neraka, alguien que ha aprendido a ver en nuestras mentes y leer nuestros pensamientos. ¡A qué extremo hemos llegado! ¡Ahora hemos de tener cuidado con lo que pensamos! —Se guardó la misiva bajo el cinturón de oro que le ceñía el talle—. Kellevandros, tráeme un poco de jugo de limón y después prepara a Ala Brillante para que lleve un mensaje a los grifos.
El elfo salió de la habitación en silencio para hacer lo que le habían mandado. Intercambió una última mirada con su hermano antes de marcharse. Los dos se habían dado cuenta de que Laurana no había respondido a su pregunta sobre Palin, que había puesto gran cuidado en cambiar de tema. Al parecer, ni siquiera confiaba en ellos. Una sombra había caído sobre la tranquila morada; una sombra que no pasaría pronto ni fácilmente.
La respuesta de Laurana a la misiva fue corta:
«Tasslehoff no se encuentra aquí. Vigilaremos por si aparece. Gracias por vuestra advertencia sobre los espías. Estaré alerta».
Enrolló prietamente el papel para que cupiese en el fino tubo de cristal que se ataría a la pata del halcón.
—Perdonad que os moleste, señora —dijo Kalindas—, pero el dolor de cabeza se ha intensificado. Kellevandros me dijo que el sanador habló de extracto de adormideras. Creo que podría ayudarme si mi hermano me trae un poco.
—Mandaré llamar al sanador de inmediato —dijo Laurana, preocupada—. Quédate tumbado ahí hasta que tu hermano venga a recogerte.
El gobernador Medan paseó hasta muy tarde por su jardín. Disfrutaba contemplando el milagro de las flores nocturnas que evitaban el sol y abrían sus corolas a la pálida luz de la luna. Se encontraba solo. Había despedido a su ayudante, ordenándole que recogiera sus cosas y se las llevara. El solámnico llegaría al día siguiente para ocuparse de sus nuevas tareas.
Medan se había parado para admirar una orquídea blanca que parecía brillar bajo la luz de la luna, cuando oyó una voz siseando desde los arbustos.
—¡Gobernador! ¡Soy yo!
—¿De veras? Y yo que pensaba que era una serpiente. Me tienes harto. Regresa bajo tu piedra hasta mañana.
—Tengo información importante que no puede esperar —dijo la voz—. Información que Beryl encontrará muy interesante. El mago Palin Majere ha utilizado el ingenio para viajar hacia atrás en el tiempo. Es un objeto mágico muy poderoso, quizás el más poderoso que se haya descubierto en el mundo.
—Quizá —dijo el gobernador, evasivo. Tenía muy mala opinión de los hechiceros y de la magia—. ¿Dónde se encuentra el artefacto?
—No lo sé con certeza —repuso el elfo—. La carta a mi señora decía que el kender había huido con él. Majere cree que el kender ha ido a la Ciudadela de la Luz y se dirige allí para intentar recuperarlo.
—Por lo menos no ha regresado aquí —musitó Medan, soltando un suspiro de alivio—. Adiós y en buena hora a él y al condenado ingenio.
—Esta información vale mucho —sugirió el elfo.
—Se te pagará, pero por la mañana —repuso Medan—. Ahora lárgate antes de que tu señora te eche en falta.
—No lo hará. —La voz del elfo sonaba petulante—. Duerme profundamente. Muy profundamente. Eché extracto de adormideras en su té de la noche.
—He dicho que te marches —instó secamente el gobernador—. Te deduciré una moneda de acero por cada segundo que sigas en mi presencia. Ya has perdido una.
Oyó ruido entre los arbustos. Esperó unos segundos más para asegurarse de que el elfo se había ido. La luna se metió detrás de una nube y el jardín se sumergió en la oscuridad. La pálida orquídea brillante desapareció de su vista.
Parecía una señal. Un augurio.
—Sólo es cuestión de tiempo —se dijo a sí mismo—. Días, tal vez, no más. Esta noche he tomado mi decisión, he elegido el curso que seguiré; ahora sólo me queda esperar.
Echado a perder el placentero paseo nocturno, Medan regresó a la casa, forzado a caminar a tientas en la oscuridad ya que el sendero había dejado de verse.
26
Peón cuatro a caballero de rey
Ese día, Gerard se reuniría con el gobernador Medan y se vería coaccionado a servir al general de los Caballeros de Neraka. Ese día, Laurana descubriría que había albergado a un espía, quizás alguien de su propio servicio. Ese día, Tasslehoff se daría cuenta de que resultaba difícil estar a la altura de lo que se dice de uno después de morir. Ese día, el ejército de Mina penetraría en Silvanesti. Ese día, Silvanoshei jugaba con su primo a un juego de mesa.
Silvan era rey de Silvanesti; rey de su pueblo, igual que la pieza de alabastro adornada con gemas que representaba al rey en el tablero de xadrez. Un rey estúpido e inútil que sólo podía desplazarse un cuadro cada vez. Un rey al que tenían que proteger sus caballeros y sus ministros. Incluso los peones tenían una labor más importante que el rey.
—Mi reina toma tu torre —anunció Kiryn mientras movía una pieza ornamentada sobre el tablero verde y blanco de mármol—. Tu rey está perdido. Esto pone fin al juego, creo.
—¡Maldición! ¡Así es! —Silvan dio un empujón al tablero, irritado, y desperdigó las piezas—. Solía ser bueno en el xadrez. Mi madre me enseñó a jugar, e incluso podía ganar a Samar de vez en cuando. Eres bastante peor jugador que él. Sin ánimo de ofender, primo.
—Faltaba más —dijo Kiryn mientras se agachaba para recoger un peón que había huido del campo de batalla para refugiarse debajo de la cama—. Estás preocupado, eso es todo. No te concentras completamente en el juego.
—Oye, déjame recogerlas a mí —se ofreció Silvan, arrepentido—. Al fin y al cabo fui yo quien las tiró.
—Puedo ocuparme... —empezó Kiryn.
—¡No, al menos deja que haga algo de provecho! —Silvan se agachó debajo de la mesa para recoger un caballero, un hechicero y, tras buscar un momento, su asediado rey, que había buscado escapar a la derrota escondiéndose detrás de una cortina.
Tras recuperar las piezas, Silvan dispuso de nuevo el tablero.
—¿Quieres jugar otra partida? —preguntó su primo.
—¡No, estoy hasta la coronilla de este juego! —repuso, irritado.
Se alejó de la mesa de juego y se dirigió a la ventana; se asomó a ella unos segundos y luego, impaciente, desanduvo sus pasos.
—Dices que estoy preocupado, primo. No sé por qué. No hago nada.