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—Padre —empezó Palin, pero tenía tan seca la garganta que las palabras parecían desgarrarle la carne—. Padre, ¿qué...?

—¡Te he estado buscando! —lo interrumpió Caramon, desesperado—. ¡Raistlin no está aquí! ¡No lo encuentro! Algo va mal...

Aparecieron más fantasmas en el estudio, que pasaron veloces junto a Caramon, por encima y alrededor de él. No se quedaban quietos, no permanecían mucho tiempo en un sitio. Agarraron a Caramon e intentaron llevárselo, como una muchedumbre dominada por el pánico que arrastra a la destrucción a cuantos la forman.

Empleando todas sus fuerzas, Caramon se liberó de la brutal corriente y se abalanzó sobre el mago.

—¡Palin! —gritó, aunque sin hacer ruido—. ¡No mates a Tas! ¡Él es la...!

Caramon desapareció repentinamente. Las formas efímeras giraron en remolinos un instante y después se separaron en jirones irregulares, como si una mano hubiese dispersado humo. Los jirones fueron arrastrados por un viento que helaba el alma.

—¿Padre? ¡No lo entiendo! ¡Padre!

El sonido de su propia voz despertó a Palin, que se sentó como si le hubiesen echado encima agua fría. Miró en derredor, frenético.

—¡Padre!

El cuarto estaba vacío. La luz del sol se colaba por la ventana abierta; el aire era caliente y fétido.

—Un sueño —musitó el mago, aturdido.

Pero un sueño muy real. Al recordar a los muertos agolpados alrededor, Palin sintió un escalofrío de terror que le puso de punta el vello de los brazos y de la nuca. Todavía le parecía sentir las manos ansiosas de los muertos tirando de sus ropas, y sus voces susurrando y suplicando. Se pasó la mano por la cara para limpiársela, como si se hubiese dado de bruces con una tela de araña en medio de la oscuridad.

Exactamente lo que había dicho Goldmoon...

—Tonterías —se dijo en voz alta, ya que necesitaba oír la voz de un ser vivo después de aquellos horrendos susurros—. Me metió la idea en la cabeza, eso es todo. No me extraña que tenga pesadillas. Esta noche me tomaré una poción para dormir.

Alguien sacudió levemente la manilla de la puerta intentando abrirla, pero estaba cerrada con llave. A Palin se le subió el corazón a la garganta.

Luego se oyó un ruido metálico —el de una ganzúa— hurgando en la cerradura. No eran fantasmas. Sólo un kender.

Palin suspiró, se levantó de la silla, fue a la puerta y la abrió.

—Buenos días, Tas.

—Ah, hola —contestó Tasslehoff. El kender estaba doblado por la cintura, con la ganzúa en la mano, los ojos puestos en el sitio donde estaba la cerradura un momento antes de abrirse la puerta. Se puso derecho y guardó la ganzúa en un bolsillo delantero—. Pensé que estarías dormido y no quería molestarte. ¿Tienes algo de comer?

El kender entró en la habitación como si fuese su casa.

—Mira, Tas —empezó Palin, intentando tener paciencia—, no es un buen momento. Estoy muy cansado, no dormí bien...

—Tampoco yo —lo interrumpió Tas mientras entraba en la sala y se dejaba caer pesadamente en un sillón—. Supongo que no tienes nada de comida. Bah, da igual. En realidad no tengo hambre.

Se quedó callado, balanceando los pies y contemplando el cielo y el mar. Permaneció en silencio varios minutos.

Palin, reconociendo aquel comportamiento como un fenómeno realmente insólito, acercó una silla y se sentó a su lado.

—¿Qué pasa, Tas? —preguntó afablemente.

—He decidido regresar —anunció el kender sin mirarlo, con la vista prendida en el vacío cielo—. Hice una promesa. No se me había ocurrido pensarlo hasta ahora, pero una promesa no es algo que uno hace con la boca, sino con el corazón. Y cada vez que rompes una promesa, el corazón también se te rompe un poco hasta que, al final, lo tienes lleno de rajas. Creo que es mejor ser aplastado por un gigante.

—Eres muy sabio, Tas —dijo el mago, que se sintió avergonzado—. Mucho más sabio que yo.

Hizo una pausa. De nuevo oía la voz de su padre. «¡No mates a Tas!» La visión había sido real; mucho más real que cualquier sueño. Un mago aprendía a confiar en su instinto, a escuchar las voces del corazón y del alma, porque ésas eran las voces que hablaban el lenguaje de la magia. Se preguntó si, quizás, aquel sueño no sería una voz interior que le advertía para que no se precipitara, para que no actuara sin pensar.

—Tas —empezó lentamente—, he cambiado de opinión. No quiero que regreses. Al menos, de momento no.

Tas se puso de pie de un salto.

—¿Qué? ¿No tengo que morir? ¿Es eso cierto? ¿Lo dices en serio?

—Sólo he dicho que no tienes que volver aún —lo reprendió el mago—. Por supuesto, tendrás que regresar en algún momento.

El excitado kender no lo oyó. Tas saltaba por la habitación, desparramando el contenido de sus bolsas por todas partes.

—¡Esto es maravilloso! ¿Podemos salir a navegar en un barco, como Goldmoon?

—¿Que Goldmoon se marchó en un barco? —repitió Palin, sorprendido.

—Sí, con el gnomo —contestó alegremente Tas—. Al menos, supongo que Acertijo la alcanzó. Nada condenadamente deprisa. No sabía que los gnomos supieran nadar tan bien.

—Se ha vuelto loca —se dijo Palin, que se dirigió a la puerta—. Debemos alertar a los guardias. Alguien tiene que ir a rescatarla.

—Oh, ya han salido tras ellos —comentó el kender, despreocupado—, pero dudo que los encuentren. Verás, Acertijo me dijo que el Indestructible puede sumergirse bajo el agua, igual que un delfín. Es un subna... sunma... supma... Bueno, comoquiera que se diga. Acertijo me lo enseñó anoche. Su aspecto es igual que el de un pez de acero gigantesco. Oye, me pregunto si podríamos verlos desde aquí.

Tas corrió hacia el ventanal, pegó la nariz contra el cristal y escudriñó el paisaje buscando el barco. Palin había olvidado la extraña visión a causa de la sorpresa y la consternación. Esperaba que aquélla fuese otra de las historietas del kender, y que Goldmoon no hubiese embarcado en un cacharro inventado y construido por gnomos.

Se disponía a bajar la escalera para informarse de lo que había ocurrido realmente, cuando la quietud de la mañana saltó hecha añicos por un toque de trompeta. Las campanas tocaron a rebato. En el vestíbulo se oyeron voces exigiendo saber qué estaba pasando. Respondieron otras voces en las que se advertían el pánico.

—¿Qué es ese jaleo? —preguntó Tas, todavía asomado al ventanal.

—El toque de tomar las armas. Me pregunto por qué.

—A lo mejor tiene algo que ver con esos dragones —comentó Tas mientras señalaba.

Formas con alas, negras contra el cielo matinal, volaban hacia la Ciudadela. Una de ellas, la del centro de la formación, era más grande que las demás, tanto que parecía que la tonalidad verde del firmamento era un reflejo de la luz del sol en las escamas del reptil. Palin escudriñó atentamente. Consternado, retrocedió al centro de la habitación, a las sombras, como si, incluso desde aquella distancia, los rojizos ojos del dragón fueran a localizarlo.

—¡Es Beryl! —exclamó con un nudo en la garganta—. ¡Y viene con sus secuaces!

—Creía que era la noticia de que no tenía que regresar para morir lo que me provocaba un nudo en el estómago, pero es por la maldición, ¿verdad? —Miró a Palin—. ¿Por qué viene aquí?

Buena pregunta. Desde luego, cabía la posibilidad de que a Beryl se le hubiese antojado atacar la Ciudadela, pero Palin lo dudaba. El complejo se encontraba en territorio de Khellendros, el Dragón Azul que dominaba esa parte del mundo. Beryl no irrumpiría en territorio del Azul a no ser por extrema necesidad.

—Quiere el ingenio —adivinó el mago.

—¿El ingenio mágico? —Tasslehoff se llevó la mano a un bolsillo y sacó el objeto—. ¡Puf, qué asco! —Se pasó la mano por la cara—. En este cuarto tiene que haber arañas. Estoy lleno de sus telillas. —Asió el artefacto con gesto protector—. ¿Puede olfatearlo el dragón, Palin? ¿Cómo sabe que nos encontramos aquí?