Apenas se hablaba. La gente callaba presagiando el gran silencio que antes o después nos llega a todos. Las madres tranquilizaban a los inquietos niños, que contemplaban la posada iluminada sin entender qué había ocurrido, sólo percibiendo que era algo importante y horrible, una sensación que dejaría impronta en sus mentes inmaduras y que recordarían hasta el fin de sus días.
—Lo siento muchísimo, Laura —le dijo Tas en la queda hora que precede al alba.
La mujer se encontraba al lado del banco donde Caramon acostumbraba tomar su desayuno, sin hacer nada, mirando al vacío, con el rostro pálido y demacrado.
—Caramon era mi amigo, el mejor del mundo —añadió Tas.
—Gracias. —Laura sonrió, aunque fue una sonrisa temblorosa. Tenía los ojos colorados de llorar.
—Tasslehoff —le recordó el kender, pensando que había olvidado su nombre.
—Sí. —Laura parecía inquieta—. Eh... Tasslehoff.
—Soy Tasslehoff Burrfoot. El original —agregó el kender al recordar a sus treinta y siete tocayos; treinta y nueve, contando los perros—. Caramon me reconoció. Me dio un abrazo y dijo que se alegraba de verme.
—Ciertamente pareces Tasslehoff —comentó Laura, que lo miraba con incertidumbre—. Claro que sólo era una niña la última vez que te vi, y todos los kenders se parecen, al fin y al cabo. ¡Y no tiene sentido! ¡Tasslehoff Burrfoot murió en la Guerra de Caos!
Tas le habría explicado todo sobre el artilugio para viajar en el tiempo y que Fizban lo había manipulado mal la primera vez, de modo que él había llegado tarde al primer funeral de Caramon para poder hacer su discurso, pero tenía un nudo en la garganta; un nudo tan grande que impedía que salieran las palabras.
Laura dirigió la vista hacia las escaleras de la posada, con los ojos llenos de lágrimas otra vez, y hundió la cara en las manos.
—Vamos, vamos —la consoló Tas mientras le daba palmaditas en el hombro—. Palin vendrá pronto. Él me conoce y podrá explicarlo todo.
—Palin no vendrá —sollozó Laura—. Me fue imposible enviarle un mensaje. ¡Es demasiado peligroso! Su padre ha muerto y no podrá acudir al funeral. Su esposa y mi querida hermana se hallan atrapadas en Haven, desde que el dragón cerró las calzadas. Sólo estoy yo para decirle adiós. ¡Es muy duro, demasiado para soportarlo!
—Pues claro que Palin vendrá —manifestó Tas mientras se preguntaba qué dragón había cerrado las calzadas y por qué. Tenía intención de preguntarlo, pero con tantas ideas que bullían en su mente, ésta no pudo abrirse paso para situarse por delante de las demás—. Está ese joven mago que se hospeda aquí, en la habitación diecisiete. Se llama... Bueno, lo he olvidado, pero le pedirás que vaya a la Torre de la Alta Hechicería de Wayreth, donde Palin es el jefe de la Orden de los Túnicas Blancas.
—¿Qué torre de Wayreth? —inquirió Laura, que había dejado de llorar y parecía desconcertada—. Desapareció, igual que la de Palanthas. Palin era el jefe de la Escuela de Hechicería, pero ni siquiera eso le queda ya. Beryl, la gran Verde, la destruyó hace un año, casi por estas mismas fechas. Y no hay habitación diecisiete en la posada. No desde que se reconstruyó por segunda vez.
Tas, muy ocupado recordando, no la escuchó.
—Palin vendrá pronto y traerá a Dalamar, y también a Jenna. Palin enviará mensajes a lady Crysania, en el Templo de Paladine, y a Goldmoon y a Riverwind, en Que-shu, y a Laurana y a Gilthas y a Silvanoshei, en Silvanesti. Todos llegarán pronto, y entonces empezaremos...
Tas enmudeció. Laura lo miraba como si de repente le hubiesen crecido dos cabezas. Tas lo sabía porque había notado esa misma expresión en su propia cara cuando se hallaba frente a un troll al que le había pasado exactamente eso. Despacio, sin quitar ojo a Tas, Laura se apartó de él.
—Quédate sentado aquí —le dijo con una voz muy suave y amable—. Aquí mismo, y yo... te traeré un plato de...
—¿Patatas picantes? —acabó Tas, alegre. Si había algo que podía deshacer el nudo que tenía en la garganta, eran las patatas picantes de Otik.
—Sí, un gran plato rebosante de patatas picantes. Aún no hemos encendido los fogones esta mañana, y Guisa, la cocinera, estaba tan alterada que le di el día libre, así que quizá tarde un poco. Tú siéntate y prométeme que no irás a ninguna parte —dijo Laura al tiempo que se apartaba de la mesa y ponía una silla entre el kender y ella.
—Oh, no pienso ir a ningún sitio —prometió Tas mientras tomaba asiento—. Tengo que hablar en el funeral, ya sabes.
—Sí, claro. —Laura apretó los labios, sin decir nada durante unos instantes. Tras respirar hondo, añadió—: Tienes que hablar en el funeral. Quédate aquí, como un buen kender.
«Buen» y «kender» eran términos que rara vez, por no decir nunca, iban unidos, y Tasslehoff pasó el tiempo sentado a la mesa pensando qué podría ser un «buen kender» y preguntándose si él lo sería. Llegó a la conclusión de que probablemente sí, ya que era un héroe y todo lo demás. Tras resolver satisfactoriamente la cuestión, sacó sus notas y repasó el discurso mientras tarareaba entre dientes para hacerse compañía y ayudar a que la triste tarea le pasara por la garganta sin atascársele.
Oyó a Laura hablar con un hombre joven, tal vez el hechicero de la habitación diecisiete, pero no prestó mucha atención a lo que decía, ya que al parecer tenía que ver con una pobre persona «aquejada», alguien que se había vuelto loco y que tal vez podría ser peligroso. En cualquier otro momento, Tas habría sentido interés en ver a una persona peligrosa, aquejada y demente, pero tenía que ocuparse del discurso y, puesto que era la principal razón de su viaje —el segundo viaje, para ser exactos— se concentró en su tarea.
Seguía en ello, al tiempo que daba buena cuenta de las patatas y una jarra de cerveza, cuando advirtió que una persona alta se hallaba plantada a su lado, con expresión sombría.
—Ah, hola —saludó Tas, al comprobar con alegría que era su gran amigo, el caballero que lo había arrestado el día anterior. Y siendo el caballero un buen amigo, era una lástima que Tas no recordase su nombre—. Siéntate, por favor. ¿Te apetecen unas patatas? ¿O tal vez huevos?
El caballero rehusó sus ofertas y cualquier otra cosa de comer o de beber. Tomó asiento enfrente de Tas y lo contempló con expresión muy seria.
—Tengo entendido que estás ocasionando problemas —dijo el caballero en un frío y desagradable tono de voz.
Justo cuando Tasslehoff se sentía muy orgulloso de sí mismo por no causar ningún problema. Había permanecido sentado a la mesa, en silencio, pensando ideas tristes sobre la marcha de Caramon y evocando otras alegres de los tiempos maravillosos que pasaron juntos. No había mirado siquiera si había algo interesante en la leñera. Había pasado por alto su habitual inspección del arcón de plata, y sólo había conseguido una bolsa de dinero que no conocía, y que a pesar de no recordar cómo había llegado a su poder, daba por sentado que se le había caído a alguien. Se aseguraría de devolvérsela a su dueño después del funeral.
En consecuencia, Tas se sintió ofendido con toda razón por el comentario del caballero, en el que clavó una mirada severa; puesto que el hombre mantenía la suya fija en Tas, el resultado fue un duelo de miradas.
—Estoy seguro de que no eres desagradable a propósito —dijo el kender—. Estás alterado, y lo comprendo.
El semblante del joven caballero adquirió un color peculiar, tan rojo que casi era púrpura. Intentó decir algo, pero su rabia era tal que cuando abrió la boca sólo logró farfullar.
—Oh, ya veo cuál es el problema —se corrigió Tas—. No me has entendido. Al decir «desagradable» me refería a tu talante, no a tu cara, que por cierto es bastante fea. Pero sé que eso no puedes arreglarlo, y que tal vez tampoco puedas hacer nada con respecto al carácter, siendo como eres un Caballero de Solamnia y todo lo demás, pero te equivocas. No he ocasionado problemas. He permanecido sentado a esta mesa todo el tiempo, comiendo patatas. Por cierto, están muy ricas, ¿seguro que no te apetece probarlas? En fin, si no quieres, las terminaré yo. ¿De qué hablábamos? Ah, sí. Que he estado aquí sentado, comiendo y trabajando en mi discurso. Para el funeral, ya sabes.