Cuando por fin el caballero fue capaz de hablar sin farfullar, su tono sonó aún más frío y desagradable que antes, si tal cosa era posible:
—La señora Laura me mandó recado con uno de los clientes de que la estabas asustando con tus comentarios irracionales y descabellados. Mis superiores me envían para que te lleve a prisión de nuevo. Y también les gustaría saber —agregó con un tono severo—, cómo te las arreglaste para escapar de la celda esta mañana.
—Me encantará volver contigo a la prisión. Es muy bonita —contestó Tas, cortés—. Nunca había visto una que fuera a prueba de kenders. Regresaré contigo nada más acabar el funeral. Me lo perdí una vez, ¿comprendes?, así que no puedo perdérmelo de nuevo. ¡Anda...! Lo había olvidado. —Tas suspiró—. No puedo ir contigo a la prisión. —Ojalá recordase el nombre del caballero. No quería preguntárselo, porque sería una falta de educación—. He de volver a mi propio tiempo enseguida. Le prometí a Fizban que no zascandilearía por ahí. Quizá tenga oportunidad de visitar vuestra cárcel en otro momento.
—Tal vez deberíais dejar que se quedara, sir Gerard —intervino Laura, que se acercó a la mesa, retorciendo el delantal entre las manos—. Parece completamente decidido, y no querría que ocasionara problemas. Además —las lágrimas empezaron a fluir de nuevo—, quizás esté diciendo la verdad. Después de todo, padre creyó que era Tasslehoff.
¡Gerard! Tas sintió un gran alivio. Ese era el nombre del caballero.
—¿Lo reconoció? —Gerard parecía escéptico—. ¿Lo dijo?
—Sí —respondió Laura mientras se secaba los ojos con el delantal—. El kender entró en la posada, fue directamente hacia papá, que estaba sentado aquí, como tenía por costumbre, y dijo «Hola, Caramon, he venido a hablar en tu funeral. He llegado un poco antes porque pensé que te gustaría oír lo que voy a decir». Y papá lo miró sorprendido. Al principio me parece que no le creyó, pero luego lo miró con más detenimiento y gritó «¡Tas!» y le dio un gran abrazo.
—Lo hizo, sí. —Tas sintió que iba a empezar a llorar—. Me abrazó y dijo que se alegraba de verme y que dónde había estado metido todo este tiempo. Le contesté que era una historia muy larga y que tiempo no era precisamente algo que le sobrara, así que antes quería que oyese el discurso. —Soltando el sollozo contenido hasta ese momento, Tas se limpió la nariz con la manga.
—Quizá deberíamos dejarlo quedarse para el funeral —sugirió Laura con timbre apremiante—. Creo que a papá le gustaría. Sólo que, si pudieseis... En fin... vigilarlo.
Las dudas de Gerard saltaban a la vista. Incluso intentó convencerla, pero Laura había tomado una decisión, y se parecía mucho a su madre. Cuando había decidido algo, ni un ejército de draconianos la haría cambiar de opinión.
La mujer abrió la puerta de la posada para que entrase el sol, la vida y todos aquellos que habían acudido a presentar sus respetos. Caramon Majere yacía en una sencilla caja de madera frente a la gran chimenea de la posada que tanto había amado. No había fuego en el hogar, sólo cenizas. Las gentes de Solace pasaron ante él, deteniéndose un instante para dejar su ofrenda: un adiós silencioso, una bendición queda, un juguete favorito, unas flores recién cortadas.
Los dolientes vieron que la expresión del anciano era plácida, incluso alegre; más alegre que la que había tenido desde que su amada Tika murió.
—Están juntos, en alguna parte —comentaban, y sonreían en medio de sus lágrimas.
Laura se encontraba cerca de la puerta, recibiendo las condolencias. Vestía las mismas ropas que usaba para trabajar: blusa blanca, delantal limpio, falda de color azul cobalto, con enaguas blancas. A la gente le extrañó que no se hubiese puesto de negro de pies a cabeza.
—Padre no habría querido que lo hiciera —era su sencilla respuesta.
Los asistentes comentaron que era triste que Laura fuese el único miembro de la familia que se encontrara presente para sepultar a su padre. Dezra, su hermana, había viajado a Haven a comprar lúpulo para la famosa cerveza de la posada y había quedado atrapada en aquel lugar cuando Beryl atacó la ciudad. Se las había ingeniado para enviar noticias a su hermana de que se encontraba bien y a salvo, pero que no se atrevía a regresar ya que las calzadas no eran seguras para los viajeros.
En cuanto al hijo de Caramon, Palin, había partido de Solace a otro de sus misteriosos viajes. Si Laura sabía dónde se encontraba, no lo dijo. La esposa de Palin, Usha, retratista de cierto renombre, había acompañado a Dezra a Haven. Como había hecho retratos de las familias de algunos de los comandantes de los Caballeros de Neraka, estaba en negociaciones para intentar obtener un salvoconducto para Dezra y para ella. Los hijos de Usha y Palin, Ulin y Linsha, se hallaban ausentes en sus propias aventuras. Hacía muchos meses que no se tenían noticias de Linsha, una Dama de Solamnia, y Ulin se había marchado tras conocer un informe sobre un artefacto mágico que se creía se hallaba en Palanthas.
Tas se encontraba sentado en un banco, bajo vigilancia, con el caballero Gerard a su lado. Al ver entrar a la gente, el kender sacudió la cabeza.
—Te digo que el funeral de Caramon no tenía que ser así —repetía insistentemente.
—Cierra el pico, demonio —ordenó Gerard en voz baja y dura—. Esto ya es bastante duro para Laura y los amigos de su padre para que tú empeores las cosas con tus tonterías. —A fin de dar énfasis a sus palabras, asió fuertemente el hombro del kender y lo sacudió.
—Me haces daño —protestó Tas.
—Me alegro —gruñó Gerard—. Cállate de una vez y haz lo que se te dice.
Tas guardó silencio, lo que era un gran logro en él, si bien en ese momento le resultaba más fácil hacerlo de lo que sus amigos habrían esperado. Su desacostumbrado silencio se debía al nudo que tenía en la garganta y que no lograba quitarse. La tristeza se mezclaba con la confusión que ofuscaba su mente y le impedía pensar con claridad.
El funeral de Caramon no marchaba en absoluto como se suponía que debía ser. Tas lo sabía muy bien porque ya había asistido al funeral en otra ocasión y recordaba cómo había sido, y no se parecía en nada a éste. En consecuencia, el kender no se estaba divirtiendo ni mucho menos como había esperado.
Todo estaba mal. Muy mal. Rematadamente mal. Ninguno de los dignatarios que se suponía debían encontrarse allí se hallaba presente. Palin no había llegado y Tas empezaba a pensar que quizá Laura tenía razón y no iría. Lady Crysania no había acudido aún. Goldmoon y Riverwind faltaban también. Dalamar no aparecería de repente, materializándose en las sombras y dando un buen susto a los presentes. Tas notó que no podría pronunciar su discurso. El nudo de la garganta era demasiado grande y no lo dejaría. Y había algo más que no marchaba bien.
La multitud era numerosa, ya que todos los habitantes de Solace y los alrededores habían acudido a presentar sus respetos y a encomiar la memoria del hombre tan querido por todos. Pero no había tanta gente como en el primer funeral de su amigo.
Caramon fue enterrado cerca de la posada que tanto amó, próximo a las tumbas de su esposa y sus hijos. El retoño de vallenwood que él había plantado en recuerdo de Tika crecía verde y fuerte; los que había plantado para sus hijos caídos en combate ya eran árboles grandes, de porte orgulloso y erguido, como la guardia proporcionada por los Caballeros de Solamnia, que le concedieron un honor que rara vez se daba a un hombre que no fuese caballero: escoltar su ataúd hasta el lugar del sepelio. Laura plantó el retoño de vallenwood en memoria de su padre, en pleno centro de Solace, cerca del que él había plantado para su madre. La pareja había sido el corazón y el alma de la ciudad durante muchos años, y todos lo consideraron apropiado.