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Asió con firmeza el ingenio, con cuidado de no activarlo de manera accidental, y siguió a Gerard, que seguía enfrascado en la conversación con lord Vivar. A fuerza de soltar una esquina del envoltorio que llevaba el caballero más joven, con la destreza y el sigilo que sólo un kender sabe emplear, Tasslehoff deslizó el ingenio de vuelta al interior del paquete.

—¡Y quédate ahí! —le ordenó, severo.

7

El tajo de Beckard

Situada a orillas del Nuevo Mar, Sanction era la mayor ciudad portuaria del nordeste de Ansalon. Era una urbe antigua, establecida mucho antes del Cataclismo. Se sabía muy poco de su historia, excepto que antes de aquella gran hecatombe Sanction había sido un lugar agradable donde vivir.

Muchos se preguntaban la razón de que tuviese un nombre tan raro, que significaba «sanción». Según la leyenda, cuando no era más que un pequeño pueblo, vivía allí una humana de avanzada edad cuya opinión era respetada en todas partes. Disputas y desacuerdos sobre cualquier asunto, desde la propiedad de barcas hasta contratos matrimoniales, se le consultaban a la anciana. Ella escuchaba a todas las partes y después daba su veredicto, que siempre era justo e imparcial, sabio y acertado. «La anciana así lo ha sancionado», era la respuesta a sus sentencias y, en consecuencia, el pequeño pueblo en el que residía se hizo famoso como un lugar de autoridad y ley.

Cuando los dioses desataron su ira y arrojaron la montaña de fuego sobre el mundo, el continente de Ansalon se fraccionó. Las aguas del océano Turbulento, al que a partir de entonces se lo llamó mar de Sirrion, se vertieron en grietas y fisuras recién creadas en la masa continental y dieron lugar a un mar nuevo que la gente, con sentido práctico, dio en llamar precisamente así: el Nuevo Mar. Los volcanes de la cordillera de la Muerte entraron en erupción y vomitaron ríos de lava que fluyeron hacia Sanction.

Con la innata capacidad de recuperación del género humano, la población no tardó en convertir un desastre en algo de lo que se podía sacar ventaja, y quienes antaño labraban la tierra y recogían cosechas de alubias o cebada cambiaron el arado por la red y cosecharon los frutos del mar. Surgieron multitud de aldeas pesqueras a lo largo de la costa del Nuevo Mar.

Los vecinos de Sanction se trasladaron a las playas, donde la brisa marina arrastraba lejos los gases de los volcanes. La ciudad prosperó, pero no creció de manera significativa hasta la llegada de los grandes barcos. Marineros aventureros de Palanthas surcaron con sus naves el Nuevo Mar confiando en encontrar un paso fácil y rápido al otro lado del continente, a fin de evitar la ruta mucho más larga y peligrosa que discurría por el norte, a través del mar de Sirrion. La esperanza de los emprendedores marineros se truncó, ya que tal pasaje no existía. Sí descubrieron, sin embargo, que había un puerto natural en Sanction, una ruta por tierra que no era demasiado difícil, y mercados que necesitaban sus mercancías al otro lado de las montañas Khalkist.

La ciudad empezó a prosperar, a expandirse y, como cualquier criatura que se desarrolla, a soñar. Sanction se vio como una segunda Palanthas: famosa, respetable, consolidada y opulenta. Sin embargo, esos sueños no se materializaron. Los caballeros solámnicos velaban por Palanthas, la protegían y la dirigían conforme al Código y la Medida. Sanction pertenecía a quienquiera que tuviese la fuerza y el poder para gobernarla. La urbe creció como un niño testarudo y malcriado, sin reglas ni leyes y con dinero de sobra.

Sanction no se mostró quisquillosa con quienes llegaban hasta ella. Acogió de buen grado a gentes codiciosas, especuladoras, sin escrúpulos. Ladrones y forajidos, timadores y prostitutas, mercenarios y asesinos consideraban a Sanction su hogar.

Llegó el momento en que Takhisis, Reina de la Oscuridad, intentó regresar al mundo, y agrupó ejércitos para conquistar Ansalon en su nombre. Ariakas, general de dichos ejércitos, se dio cuenta del valor estratégico de Sanction para la ciudad sagrada de Takhisis, Neraka, así como para el puesto avanzado de Khur. Lord Ariakas marchó con sus tropas sobre Sanction y la conquistó, si bien apenas encontró resistencia. Construyó templos para su diosa y estableció su cuartel general allí.

Los Señores de la Muerte, tres volcanes que rodeaban Sanction, percibieron el ardor de la ambición de la Reina Oscura agitándose bajo ellos y despertaron de su prolongado letargo. Ríos de lava fluyeron desde los cráteres e iluminaron las noches de Sanction con un intenso resplandor. Los temblores de tierra se sucedían de continuo, y las tabernas de Sanction perdieron fortunas por la rotura de vajillas, de modo que empezaron a servir la comida en platos de estaño y la bebida en jarras de madera. El aire era ponzoñoso, cargado de gases sulfúricos, y los Túnicas Negras debían trabajar sin descanso para que la ciudad fuese habitable.

Takhisis se lanzó a la conquista del mundo, pero al final no pudo vencerse a sí misma; sus generales se enfrentaron y lucharon unos contra otros. El amor y el sacrificio generoso, la lealtad y el honor ganaron la batalla. Las ruinas de Neraka quedaron esparcidas y malditas en el sombrío valle que conducía a Sanction.

Los Caballeros de Solamnia marcharon contra Sanction y se apoderaron de ella tras librar una batalla con sus habitantes. Conscientes de la posición estratégica de la ciudad, así como de su importancia financiera para esa parte de Ansalon, los caballeros establecieron una fuerte guarnición en ella. Derribaron los templos dedicados al Mal, incendiaron los mercados de esclavos, arrasaron los burdeles. El Cónclave de Hechiceros envió magos para proseguir la labor de limpieza de la emponzoñada atmósfera.

Cuando los Caballeros de Takhisis empezaron a acumular poder, unos veinte años más tarde, Sanction se encontraba entre los primeros objetivos de una lista de prioridades. Y podrían haberla capturado sin demasiado esfuerzo, ya que los solámnicos se habían dejado envolver en el letargo de los años de paz y ya no estaban alertas en sus puestos. Pero antes de que los caballeros negros tuvieran ocasión de atacar Sanction, la Guerra de Caos ocupó la atención de los Caballeros de Takhisis y despertó a los solámnicos.

La Guerra de Caos finalizó y los dioses se marcharon. Los habitantes de Sanction acabaron comprendiendo que las deidades se habían ido. La magia —tal como la conocían— había desaparecido. Quienes sobrevivieron a la guerra se enfrentaron entonces a la muerte por asfixia a causa de los gases tóxicos. Huyeron de la ciudad hacia las playas para respirar el aire limpio del mar. Y así, durante un tiempo, Sanction volvió a sus comienzos.

Un hechicero extraño y misterioso, llamado Hogan Rada no sólo devolvió a Sanction su gloria pasada sino que consiguió que la ciudad se superase a sí misma. Hizo lo que ningún otro hechicero había sido capaz de lograr: limpió el aire y desvió el curso de los ríos de lava fuera de la urbe. El agua, fresca y pura, fluyó de las nevadas cumbres de las montañas. De hecho, era posible salir a la calle y respirar profundamente sin doblarse por la cintura, tosiendo y medio asfixiado.

Madura y más sabia, Sanction se volvió próspera, rica y respetable. Bajo la protección y el impulso de Rada, mercaderes honrados se trasladaron a la ciudad. Tanto los Caballeros de Solamnia como los Caballeros de Neraka entraron en contacto con Rada, cada bando ofreciendo instalarse en Sanction para protegerla del otro.

Rada no confiaba ni en unos ni en otros, de modo que se negó a permitir que entrara ninguno de los dos grupos. Furiosos, los Caballeros de Neraka argüyeron que Sanction era parte de las tierras que el Consejo les había entregado a cambio de sus servicios durante la Guerra de Caos. Los Caballeros de Solamnia no cejaron en su intento de negociar con Rada, que siguió rechazando todas sus ofertas de ayuda.

Entretanto, los caballeros negros, que ahora se llamaban a sí mismos Caballeros de Neraka, crecían en fuerza, riqueza y poder, ya que eran ellos quienes recaudaban los impuestos establecidos por los dragones y vigilaban Sanction del mismo modo que haría un gato con la madriguera de un ratón. Los Caballeros de Neraka codiciaban desde hacía mucho tiempo el puerto que les permitiría disponer de una base de operaciones desde la cual enviar sus naves y extender su dominio sobre todas las tierras costeras del Nuevo Mar. Al ver a los ratones muy ocupados mordiéndose y arañándose unos a otros, el gato se abalanzó sobre su presa.