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Palin se cubrió las manos con las mangas y se apartó con brusquedad del kender.

—Dices que me conoces, kender. ¿De qué?

—La última vez que te vi fue en el primer funeral de Caramon. Tuvimos una agradable charla sobre la Torre de la Alta Hechicería de Wayreth y sobre que eras el jefe de los Túnicas Blancas, y Dalamar estaba allí y era el jefe del Cónclave, y también estaba su novia Jenna, que era la jefa de los Túnicas Rojas, y...

El mago frunció el entrecejo y miró a Gerard.

—¿De qué demonios habla?

—No le hagáis caso, señor. No ha dejado de decir insensateces desde que lo encontré. —El caballero miró a Palin de modo raro—. Decís que se parece a Tasslehoff. Pues bien, es quien afirmaba ser, hasta que empezó con esas tonterías de tener amnesia. Sé que suena extraño, pero vuestro padre también creía que era Tasslehoff.

—Mi padre era un hombre de edad avanzada y, como ocurre con muchos ancianos, probablemente revivía los días de su juventud. Sin embargo —añadió en voz queda, casi para sí mismo—, se parece realmente a Tas.

—¿Palin? —llamó una voz desde el extremo del jardín—. ¿Qué es todo eso que me cuenta Kellevandros?

Gerard se volvió y vio una mujer elfa, hermosa como un crepúsculo invernal, que se dirigía hacia ellos por el paseo de losas. Tenía el cabello largo, del color de la miel bajo la luz del sol. Llevaba ropas confeccionadas con un tejido irisado tan fino que parecía ir vestida con niebla. Al reparar en Gerard, lo miró con incredulidad, demasiado ultrajada al principio para fijarse en el kender, que no paraba de brincar y agitar las manos con gran excitación.

Gerard, desconcertado e impresionado, hizo una torpe reverencia.

—¡Has traído a un caballero negro aquí, Palin! —Laurana se volvió hacia el mago, furiosa—. ¡A nuestro jardín secreto! ¿Por qué motivo?

—No es un caballero negro, Laurana —repuso, lacónico, Palin—, como ya le dije a Kellevandros, aunque al parecer pone en duda mis palabras. Este hombre es Gerard Uth Mondor, un Caballero de Solamnia destacado en Solace y amigo de mi padre.

—¿Estás seguro, Palin? —Laurana miró a Gerard con escepticismo—. Entonces ¿por qué lleva esa horrenda armadura?

—Me la puse sólo como disfraz, milady —repuso el caballero—. Y, como podéis ver, me la he quitado en cuanto se me ha presentado la ocasión.

—Era el único modo de entrar en Qualinesti —añadió el mago.

—Os pido disculpas, señor caballero —dijo Laurana mientras ofrecía su mano, blanca y delicada. Sin embargo, cuando Gerard la tomó en la suya notó en la palma las durezas de aquellos días en que la elfa manejaba escudo y espada, cuando se la conocía como el Áureo General—. Perdonadme, y sed bienvenido a mi casa.

Gerard volvió a hacer una reverencia con profundo respeto. Deseaba decir algo galante y correcto, pero su lengua estaba paralizada y él mismo se sentía torpe y tosco. Se sonrojó hasta las orejas y balbuceó una frase incompleta y confusa.

—¡Eh, Laurana! ¡Mírame! —gritó el kender.

La elfa se volvió y observó atentamente al hombrecillo; lo que vio pareció dejarla estupefacta. Se quedó boquiabierta y, llevándose la mano al corazón, retrocedió un paso, todo ello sin apartar los ojos del kender un solo instante.

—¡Alshana, Quenesti-Pah! —susurró—. ¡Es imposible!

—Tú también lo reconoces —comentó Palin, que la observaba con gran atención.

—¡Pues claro! ¡Es Tasslehoff! —exclamó, aturdida—. Pero ¿cómo...? ¿Dónde...?

—¿Soy Tasslehoff? —El kender parecía anhelante—. ¿Estás segura?

—¿Y qué te hace pensar que no lo eres? —preguntó Laurana.

—Siempre creí que sí —contestó solemnemente Tas—. Pero como nadie más parecía creerlo, pensé que quizá me había equivocado. Sin embargo, si tú dices que soy Tasslehoff, supongo que el asunto queda resuelto. Tú no cometerías una equivocación. ¿Te importa si te abrazo?

Tas rodeó a Laurana por la cintura. La elfa miró con desconcierto a Palin y a Gerard por encima de la cabeza del kender, pidiendo en silencio una explicación.

—¿Habláis en serio? —demandó Gerard—. Con todos mis respetos, milady —añadió, rojo como la grana al caer en la cuenta de que casi había llamado mentirosa a la reina madre—, pero Tasslehoff Burrfoot murió en la Guerra de Caos, de modo que ¿cómo sería posible tal cosa? A menos que...

—A menos que ¿qué? —instó, cortante, Palin.

—A menos que toda su absurda historia sea cierta. —El caballero guardó silencio para plantearse aquella inesperada conclusión.

—Pero, Tas, ¿dónde has estado todos estos años? —preguntó Laurana mientras le quitaba uno de sus anillos cuando la joya empezaba a desaparecer bajo la pechera de la camisa del kender—. Como bien dice sir Gerard, te creíamos muerto.

—Lo sé. Vi la tumba. Muy bonita. —Tas asintió con la cabeza—. Allí fue donde conocí a sir Gerard. ¿Crees que podrían hacer algo para que se mantuvieran más limpios los alrededores? Ya sabes, por los perros y todo lo demás. Y la propia tumba presenta desperfectos. Le cayó un rayo cuando me encontraba dentro. Sonó un tremendo estampido y parte del mármol se desplomó. Además, dentro estaba terriblemente oscuro. Unas cuantas ventanas le darían un aspecto más alegre y luminoso...

—Deberíamos ir a hablar a otro sitio, Palin —intervino Gerard en tono urgente—. Un lugar más reservado.

—De acuerdo. Laurana, el caballero era portador de otra triste noticia. Mi padre ha muerto.

—¡Oh! —La elfa se llevó la mano a la boca y las lágrimas llenaron sus ojos—. Oh, lo siento, Palin. Mi corazón lamenta su pérdida, si bien la pena no parece apropiada. Ahora es feliz —añadió con melancólica envidia—. Tika y él están juntos. Venid dentro —añadió mientras recorría con la mirada el jardín; Tasslehoff vadeaba el estanque ornamentado, apartando nenúfares y asustando a los peces—. No deberíamos hablar de este asunto aquí fuera. —Suspiró—. Me temo que incluso mi jardín ha dejado de ser un lugar seguro.

—¿Qué ha ocurrido, Laurana? —se interesó el mago—. ¿Qué quieres decir con que el jardín ya no es seguro?

La elfa suspiró y una arruga se marcó en la tersa piel de su frente.

—Hablé con el gobernador militar Medan en el baile de disfraces de anoche. Sospecha que tengo trato con los rebeldes. Me instó a que hiciese uso de mi influencia para que interrumpieran sus acciones terroristas. Beryl está paranoica últimamente, al parecer, y amenaza con enviar sus ejércitos contra nosotros. Aún no estamos preparados para algo así.

—No hagas caso a Medan, Laurana. Sólo le preocupa salvar su valioso pellejo —manifestó el mago.

—Creo que su intención era buena, Palin —objetó Laurana—. Medan no siente el menor aprecio por la Verde.

—Él sólo siente aprecio por sí mismo. No te dejes engañar por su fingida preocupación. Medan evita los problemas para Medan, nada más. Se encuentra en un dilema. Si los ataques y sabotajes continúan, sus superiores lo revelarán del cargo y, por lo que he oído contar de su nuevo Señor de la Noche, Targonne, seguramente no sólo lo despojarían del mando, sino que lo dejarían sin cabeza. Y ahora, si me disculpas, iré a quitarme esta pesada capa. Me reuniré contigo en el atrio.

Palin se marchó; los pliegues de la negra capa de viaje ondearon tras él. Caminaba muy derecho, con pasos rápidos y firmes. Laurana lo siguió con la mirada, preocupada.

—Señora —dijo Gerard, que por fin pareció capaz de mover su paralizada lengua—. Estoy de acuerdo con Palin. No debéis confiar en el tal gobernador Medan. Es un caballero negro y, aunque los de su clase hablen de honor y sacrificio, sus palabras son vanas, tan hueras como sus almas.

—Sé que tenéis razón —admitió Laurana—. Aun así, he visto la semilla del Bien caer en la más oscura ciénaga y crecer fuerte y hermosa a pesar de la nociva miasma. Como también he visto la misma semilla, cultivada con suaves lluvias y sol brillante, crecer retorcida y fea y dar un fruto amargo.