—Sí, ¿qué ocurre? —demandó mientras enfocaba los ojos en el propietario de la voz siseante. Veía perfectamente bien en la oscuridad, por lo que no necesitaba luz.
—Ha llegado un mensajero desde Qualinost —informó el sirviente draconiano—. Afirma que trae noticias urgentes. De otro modo no os habría molestado.
—Hazlo pasar.
El draconiano hizo una reverencia y salió para dar paso a otro draconiano, un baaz llamado Groul, uno de los mensajeros favoritos de Beryl que gozaba de su confianza y que viajaba entre el cubil y Qualinesti. Los draconianos habían sido creados durante la Guerra de la Lanza, cuando los Túnicas Negras y los clérigos oscuros leales a Takhisis robaron los huevos de los dragones del Bien y les dieron vida en la horrenda forma de aquellos hombres-lagarto con alas. Como todos los de su especie, el baaz caminaba erguido sobre sus fuertes piernas, pero podía correr en cuatro patas utilizando las alas para desplazarse con mayor rapidez sobre el suelo. Su cuerpo estaba cubierto de escamas, con un apagado brillo metálico. Llevaba poca ropa encima, ya que habría estorbado sus movimientos; como mensajero que era iba armado sólo con una espada corta y ligera, sujeta con correajes a la espalda, entre las alas.
Beryl se espabiló completamente. Una criatura por lo general lacónica que rara vez manifestaba emoción alguna, Groul parecía muy complacido consigo mismo esa noche. Sus ojos de reptil relucían por la excitación y una ancha sonrisa distendía sus fauces mientras la punta de la lengua salía y entraba de la boca sin cesar.
—¿Traes noticias de Qualinost? —preguntó Beryl con fingida despreocupación; no quería mostrarse demasiado interesada.
—Sí, excelentísima señora —contestó Groul, adelantándose para situarse cerca de una de las enormes garras delanteras del dragón—. Nuevas muy interesantes relativas a la reina madre, Laurana.
—¿De veras? ¿Acaso ese necio caballero, Medan, sigue enamorado de ella?
—Por supuesto. —Groul desestimó aquello como una noticia sabida de sobra—. Según nuestro espía, la ampara y la protege, pero eso no es tan malo, señora. La reina madre se cree invulnerable y de ese modo podemos descubrir qué traman los elfos.
—Cierto —convino la Verde—. Siempre y cuando Medan no olvide a quién debe lealtad realmente, consentiré su pequeño flirteo. Me ha servido bien hasta ahora, pero su destitución sería fácil. ¿Qué más? Porque creo que hay algo más...
Beryl apoyó la testa en el suelo a fin de situarse al mismo nivel del draconiano y lo miró fijamente. La excitación del baaz era contagiosa y la sintió bullir en sus venas, causándole un estremecimiento en todo el cuerpo. Agitó la cola, y sus garras se hincaron profundamente en el rezumante cieno. Groul se acercó más.
—Os informé hace días que el mago humano, Palin Majere, había ido a escondidas a la casa de la reina madre. Nos preguntamos la razón de esa visita, y vos sospechabais que estaba allí para buscar artefactos mágicos.
—Sí, prosigue.
—Me complace informaros, excelentísima señora, que el mago ha encontrado uno.
—¿De veras? —Los ojos de Beryl centellearon y arrojaron un escalofriante fulgor verdoso sobre el draconiano—. ¿Qué artefacto es? ¿Qué propiedades tiene?
—Según nuestro espía elfo, ese objeto tiene algo que ver con viajar en el tiempo. Está en posesión de un kender, que afirma venir de otro tiempo, uno anterior a la Guerra de Caos.
Beryl resopló con desdén y llenó el cubil de vapores tóxicos. El draconiano se atragantó y tosió.
—Esas sabandijas dirían cualquier cosa. Si eso es todo lo que tienes que...
—No, no, excelentísima señora —se apresuró a añadir Groul cuando finalmente pudo hablar—. El espía elfo informó que el hallazgo de ese artefacto causó una gran excitación en Palin Majere, hasta el punto de que el mago ha hecho los preparativos para partir de Qualinost de inmediato con dicho objeto a fin de estudiarlo.
—Ah, ¿sí? —Beryl se relajó y se arrellanó cómodamente—. De modo que se excitó. Entonces, el artefacto debe de ser poderoso. Tiene olfato para esas cosas. «Dejadlo marchar. Nos conducirá hasta la magia como un cerdo conduce a las trufas», como les dije a los Túnicas Grises cuando se disponían a matarlo. ¿Cómo podríamos hacernos con ese objeto?
—Pasado mañana, excelentísima señora, el mago y el kender se marcharán de Qualinesti. Van a reunirse con un grifo que los llevará volando hasta Solace. Ése sería el mejor momento para capturarlos.
—Regresa a Qualinost e informa a Medan...
—Disculpadme, señora. No se me permite ver al gobernador militar. Por lo visto los de mi clase le desagradamos.
—Cada día se vuelve más como un elfo —gruñó la Verde—. Cualquier día va a despertarse con las orejas puntiagudas.
—Puedo enviar a mi espía a informarle. Así es como actúo por lo general y, de paso, me mantiene informado a mí sobre lo que pasa en el entorno de Medan.
—De acuerdo. Éstas son mis órdenes. Haz que tu espía comunique al gobernador Medan que quiero que se capture a ese mago. Vivo. Y toma buena nota de que han de entregármelo a mí, no a esos inútiles Túnicas Grises.
—Sí, excelentísima señora. —Groul se dirigió hacia la salida, pero entonces se detuvo y se volvió—. ¿Os fiáis del gobernador en un asunto tan importante?
—Por supuesto que no —respondió desdeñosa, Beryl—. Por eso pienso hacer mis propios planes. ¡Y ahora, vete!
El gobernador Medan tomaba el desayuno en su jardín, desde donde le gustaba ver salir el sol. Había hecho instalar la mesa y la silla sobre una repisa rocosa, junto a un estanque tan abarrotado de nenúfares que apenas se veía el agua. Un cercano arbusto, llamado nevazo, desprendía multitud de diminutas flores blancas que llenaban el aire. Tras acabar su desayuno, el gobernador leyó los despachos matinales que acababan de llevarle y escribió sus órdenes para el día. De vez en cuando hacía un alto en el trabajo para echar migas de pan a los peces, los cuales estaban tan acostumbrados a ello que todas las mañanas a la misma hora acudían a la superficie del estanque para esperar la aparición del humano.
—Señor. —El ayudante de Medan se aproximó mientras se sacudía, irritado, las florecillas que caían sobre su negro uniforme—. Un elfo del personal de la reina madre desea veros.
—Ah, ¿nuestro traidor?
—Sí, señor.
—Tráelo de inmediato a mi presencia.
El ayudante estornudó, masculló una respuesta hosca y se marchó.
Medan desenvainó el cuchillo de la vaina que llevaba en el cinturón y puso el arma sobre la mesa antes de sorber un poco de vino. Por lo general no tomaba tales precauciones. Había habido un intento de asesinato contra él mucho tiempo antes, poco después, de llegar para hacerse cargo de Qualinesti, pero el plan no tuvo éxito. Se prendió a los implicados y se los ahorcó, tras lo cual se destriparon y descuartizaron sus cadáveres, y los pájaros carroñeros se dieron un banquete con los despojos.
Sin embargo, recientemente los grupos rebeldes se estaban volviendo más osados, sus actos más desesperados. En especial le preocupaba una guerrera cuya belleza, coraje en la batalla y temerarias hazañas la estaban convirtiendo en una heroína para los subyugados elfos. La llamaban La Leona por su brillante mata de pelo. Ella y su grupo de rebeldes atacaban caravanas de abastecimiento, hostigaban a las patrullas y emboscaban a mensajeros, complicando cada vez más la vida, antes placentera y tranquila, a Medan.
Alguien les pasaba información sobre los movimientos de las tropas, el trayecto de las patrullas, la ruta de las caravanas de provisiones. Medan había tomado medidas drásticas para mejorar la seguridad; retiró de su servicio a todos los elfos (excepto al jardinero) e instó al prefecto Palthainon y a los demás oficiales elfos que colaboraban con los caballeros negros a tener cuidado con lo que hablaban y dónde lo hacían. Pero la seguridad no era fácil en una tierra donde una ardilla sentada en el alféizar de la ventana, comiendo frutos secos, podría estar echando un vistazo a los mapas y tomando nota de la disposición de las tropas.