Выбрать главу

Palin no pudo ir a reunirse con ella de inmediato, ya que el grifo protestaba de nuevo por estar hambriento; de hecho, miraba al kender con ansia, obviamente considerando a Tas un buen bocado para abrir boca. El mago le prometió que le mandaría una pierna de venado y aquello contentó al grifo, que empezó a atusarse las plumas, complacido de haber llegado a su punto de destino.

Palin fue en pos del kender, que se abría camino alegremente entre los escombros, daba la vuelta a piedras para ver qué había debajo y lanzaba exclamaciones de júbilo ante cada hallazgo.

Jenna había estado paseando por el recinto de la escuela destruida. Despierta su curiosidad por lo que el kender había descubierto, se acercó para mirar.

Tas alzó la cabeza, contempló largamente a la hechicera y luego, con un grito de alegría, se incorporó de un salto y corrió hacia ella con los brazos abiertos.

Jenna extendió rápidamente los suyos ante sí, con las palmas de las manos hacia fuera. Surgió un destello de uno de los varios anillos que llevaba y Tas salió despedido hacia atrás, como si hubiese rebotado contra un muro de ladrillos.

—Manten las distancias, kender —advirtió ella en tono sosegado.

—¡Pero, Jenna! —gritó Tas mientras se frotaba la dolorida nariz y observaba el anillo con interés—. ¿No me reconoces? ¡Soy Tasslehoff! Tasslehoff Burrfoot. Nos conocimos en Palanthas durante la Guerra de Caos, hace sólo unos pocos días para mí, pero supongo que para ti han sido años y años porque ahora eres mucho más mayor. Mucho —repitió con énfasis—. Fui a tu tienda de artículos mágicos y... —Tas siguió parloteando.

Jenna mantuvo las manos extendidas hacia adelante; miraba al kender con aire divertido, como si fuera una agradable distracción. Obviamente no creía una sola palabra de lo que Tas decía.

Al oír pasos Jenna volvió la cabeza rápidamente.

—¡Palin! —Sonrió al verlo.

—Jenna. —El mago inclinó la cabeza con respeto—. Me complace que hayas podido venir.

—Querido, si lo que me diste a entender es cierto, no me lo habría perdido ni por todos los tesoros de Istar. Disculpa que no te dé la mano, pero estoy manteniendo a raya a este kender.

—¿Qué tal tu viaje?

—Largo. —Puso los ojos en blanco—. Mi anillo teletransportador —señaló un aro de plata con una enorme amatista engastada que lucía en el dedo pulgar— solía llevarme de un extremo del continente al otro en un suspiro. Ahora tardo dos días en viajar desde Palanthas a Solace.

—¿Y qué haces aquí, en la escuela? —preguntó Palin al tiempo que miraba en derredor—. Si buscas objetos mágicos, no te molestes. Salvamos todo cuanto pudimos.

—No, sólo daba un paseo. Pasé por tu casa —añadió, con una mirada maliciosa—. Tu esposa estaba allí y no le complació mucho verme. Ya que el recibimiento era un tanto frío, decidí dar una vuelta bajo el cálido sol. —También ella miró alrededor y sacudió la cabeza con tristeza—. No había venido aquí desde la destrucción. Hicieron un trabajo concienzudo. ¿No vas a reconstruirla?

—¿Para qué? —Palin se encogió de hombros; su tono sonaba amargo—. ¿De qué sirve una Escuela de Hechicería si ya no hay magia? Tas —dijo de repente—, Usha está en casa. ¿Por qué no vas y le das una sorpresa? —Se volvió y señaló un caserón que se entreveía tras los árboles que lo rodeaban—. Nuestra casa está allí...

—¡Lo sé! —contestó muy excitado el kender—. Estuve en ella la primera vez que asistí al funeral de Caramon. ¿Sigue Usha pintando cuadros preciosos como antes?

—¿Por qué no se lo preguntas directamente a ella? —instó, irritado, el mago.

Tas miró las ruinas, con aire indeciso.

—Usha se sentiría muy dolida si no vas a verla —agregó Palin.

—Sí, tienes razón —decidió Tas—. Por nada en el mundo le haría algo que le doliese. Somos grandes amigos. Además, siempre puedo volver después. ¡Adiós, Jenna! —Iba a tenderle la mano, pero lo pensó mejor—. Y gracias por lanzarme un conjuro. Hacía mucho que no me pasaba. Disfruté realmente con ello.

—Extraño hombrecillo —comentó la hechicera, que seguía con la mirada a Tas; el kender bajaba la ladera de la colina a todo correr—. Se parece mucho y se expresa como el kender que conocía como Tasslehoff Burrfoot. Cualquiera diría que es él.

—Lo es —afirmó Palin.

—Oh, vamos. —Jenna volvió la vista hacia él y lo observó con mayor detenimiento—. Por todos los dioses, creo que hablas en serio. Tasslehoff Burrfoot murió...

—¡Lo sé! —la interrumpió impacientemente el mago—. Hace casi cuarenta años. Lo siento, Jenna. —Suspiró—. Ha sido una noche muy larga. Beryl descubrió lo del artefacto y los Caballeros de Neraka nos tendieron una emboscada. El kender y yo escapamos con vida por poco, y el solámnico que me trajo a Tas no logró huir. Después, ya en el aire, nos atacó uno de los Verdes de Beryl, y sólo pudimos esquivarlo internándonos en una tormenta.

—Deberías dormir un poco —aconsejó Jenna, que lo miraba con preocupación.

—Me es imposible. —Palin se frotó los ojos enrojecidos e irritados—. Mi mente es un torbellino de ideas que no me deja descansar. ¡Tenemos que hablar! —añadió con un timbre de frenética desesperación.

—Para eso he venido, amigo mío. Pero al menos deberías comer algo. Vayamos a tu casa y bebamos un vaso de vino. Saluda a tu mujer, que también acaba de regresar de lo que, deduzco, ha sido un viaje terrible.

Palin se tranquilizó y sonrió débilmente a la hechicera.

—Sí, tienes razón, como siempre. Es sólo que... —Enmudeció, pensando qué decir y cómo decirlo—. Ése es el verdadero Tasslehoff, Jenna. No me cabe la menor duda. Y ha contemplado un futuro que no es el nuestro, un futuro en el que los grandes dragones no existen. Un futuro donde el mundo está en paz. Ha traído consigo el ingenio que utilizó para viajar a ese futuro.

Jenna lo miró escrutadora y largamente. Al ver que su expresión era absolutamente seria, sus ojos se oscurecieron y se estrecharon con interés.

—Sí —dijo por último—. Tenemos que hablar. —Lo cogió por el brazo y ambos echaron a andar—. Cuéntamelo todo, Palin.

La casa de los Majere era una construcción grande que había pertenecido a maese Theobald, el hombre que instruyó en la magia a Raistlin Majere. Caramon había comprado la casa tras la muerte del maestro, en recuerdo de su hermano, y se la había regalado a Palin y a Usha cuando se casaron. En ella habían nacido y crecido sus hijos, hasta que partieron en busca de aventuras. Palin había transformado el aula donde antaño el joven Raistlin dedicó horas y horas a sus lecciones en un estudio para su esposa, una retratista que gozaba de cierto renombre en Solamnia y Abanasinia. Él siguió utilizando el viejo laboratorio del maestro para sus estudios.

Tasslehoff había sido sincero al decir que recordaba la casa de su visita en el primer funeral de Caramon. La recordaba y no había cambiado en absoluto. Pero Palin, sí.

—Supongo que tener los dedos aplastados y deformados hace que se tenga una visión distorsionada de la vida —le decía Tas a Usha; los dos se encontraban en la cocina, sentados, y el kender daba buena cuenta de un gran cuenco de gachas de avena—. Ésa debe de ser la razón, porque en el primer funeral de Caramon, los dedos de Palin estaban bien y también lo estaba él. Se mostraba feliz y contento. Bueno, contento tal vez no, porque Caramon acababa de fallecer y nadie podía sentirse realmente contento. Pero en el fondo Palin era feliz. Así que cuando superara la tristeza, yo sabía que volvería a estar contento. Pero ahora es terriblemente desdichado, tanto que ni siquiera puede sentirse triste.

—Su... supongo que sí —musitó Usha.

La cocina era una estancia amplia, con el techo alto, rematado con vigas, y un enorme hogar ennegrecido por los largos años de uso. Una olla grande colgaba de una cadena negra en el centro de la chimenea. Usha se había sentado enfrente de Tas, al otro lado de una gran mesa de madera maciza que se utilizaba para cortar la cabeza a los pollos y cosas por el estilo, o eso era lo que Tas imaginaba. En ese momento estaba limpísima, sin cabezas de pollo desperdigadas en el tablero. Claro que sólo era media mañana y faltaba mucho para la hora de la comida.