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Él había aprendido arameo en un curso de posgrado. Un difícil idioma, complicado mucho más por los diferentes estilos, su argot y los múltiples errores de los antiguos escribas. Y el modo en que las letras se grababan constituía un problema también. La mayoría de las veces eran poco profundas, rayadas con un clavo. Otras veces aparecían garabateadas al azar por toda la tapa, como grafitis. En ocasiones, como aquí, estaban grabadas con un punzón, y las letras se distinguían con claridad. Por eso, estas palabras no eran difíciles de traducir. De hecho las había visto antes. Leyó de derecha a izquierda como se requería, y luego las invirtió en su cabeza:

YESHUA BAR YEHOSEF

– «Jesús, hijo de José» -dijo, traduciendo.

– ¿Sus huesos?

– Eso está por ver. -Examinó la tapa-. Levántelo.

De Roquefort alargó la mano y agarró la tapa plana. La movió de un lado a otro hasta que la piedra cedió. Entonces levantó la cubierta y la dejó descansar verticalmente contra el osario.

Mark hizo una profunda inspiración.

Dentro del contenedor había unos huesos.

Algunos se habían convertido en polvo. Muchos seguían intactos. Un fémur. Una tibia. Algunas costillas, una pelvis. Lo que parecían dedos de la mano, así como dedos de los pies y partes de una espina dorsal.

Y un cráneo.

¿Era esto lo que Saunière había hallado?

Bajo el cráneo, aparecía un librito en notable buen estado. Lo cual resultaba comprensible, dado que había sido sellado dentro del osario, y éste a su vez metido dentro de otro contenedor. La tapa era exquisita, adornada con laminillas de oro y tachonada de piedras talladas dispuestas en forma de crucifijo. Cristo en la cruz, modelada también en oro. Rodeando la cruz aparecían más piedras en tonalidades carmesíes, de jade y de limón.

Levantó el libro y sopló el polvo de su cubierta, luego lo dejó en equilibrio sobre la esquina del plinto. De Roquefort se acercó con su lámpara. Abrió la tapa y leyó el incipit, escrito en latín y con caligrafía gótica cursiva, sin puntuación, la tinta una mezcla de azul y carmesí:

AQUÍ SE INICIA UN RELATO LOCALIZADO POR LOS HERMANOS FUNDADORES DURANTE SU EXPLORACIÓN DEL MONTE DEL TEMPLO LLEVADA A CABO DURANTE EL INVIERNO DE 1121 EL ORIGINAL SE HALLABA EN UN ESTADO DE DEGRADACIÓN Y HA SIDO COPIADO EXACTAMENTE TAL COMO APARECIÓ EN UN IDIOMA QUE SÓLO UNO DE LOS NUESTROS PUDO COMPRENDER POR ORDEN DEL MAESTRE GUILLERMO DE CHARTRES FECHADO EN 4 DE JUNIO DE 1217 EL TEXTO HA SIDO TRADUCIDO A LAS PALABRAS DE LOS HERMANOS Y PRESERVADO PARA CONOCIMIENTO DE TODOS.

De Roquefort estaba leyendo por encima de su hombro y dijo:

– Ese libro fue colocado dentro del osario por alguna razón.

Mark se mostró de acuerdo.

– ¿Ves lo que sigue?

– Yo pensaba que estaba usted aquí por los hermanos, ¿no?¿No deberíamos llevarlo a la abadía para que lo leyéramos todos?

– Tomaré una decisión después de haberlo leído.

Mark se preguntó si los hermanos llegarían a saber de él jamás. Pero él quería saber, de manera que estudió la escritura de la siguiente página y reconoció el revoltijo de garabatos.

– Es arameo. Sólo puedo leer algunas palabras. Esa lengua desapareció hace dos mil años.

– El incipit hablaba de una traducción.

Cuidadosamente levantó unas hojas y vio que el arameo se extendía durante varias páginas. Luego vio palabras que podía comprender, las palabras de los hermanos. Latín. La vitela había sobrevivido en excelentes condiciones, su superficie del color del pergamino envejecido. La tinta coloreada, igualmente, seguía clara. Un título encabezaba el texto:

EL TESTIMONIO DE SIMÓN

Empezó a leer.

LXIV

Malone se acercó a uno de los hermanos, un hombre vestido como los otros cinco con vaqueros y chaqueta, y con un gorro sobre su corto cabello. Al menos otros seis se encontraban en el exterior -eso era lo que De Roquefort había dicho-, pero ya se preocuparía de ellos una vez que los seis de dentro fueran reducidos.

Al menos entonces estaría armado.

Observó a Stephanie mientras ésta agarraba una pala y atizaba una de las fogatas, revolviendo los leños y avivando las llamas. Casiopea se encontraba aún junto al generador, con Henrik, esperando a que él, Malone, y Stephanie se posicionaran.

Se volvió hacia Casiopea y asintió.

La mujer tiró de la cuerda de arranque.

El generador chisporroteó y luego se calló. Dos tirones más y el pistón arrancó, emitiendo el motor un suave ronroneo. Los focos de los dos trípodes cobraron vida, intensificándose su brillo a medida que el voltaje aumentaba. Las bombillas halógenas se calentaron rápidamente y empezó a levantarse una condensación de los cristales en forma de espirales de niebla que desaparecían con la misma rapidez.

Malone advirtió que el ruido distraía a sus guardianes. Un error. Pero necesitarían un poco más de distracción para darle tiempo a Casiopea de que disparara sus dardos. Se preguntó sobre la destreza de la mujer, pero entonces recordó su excelente puntería en Rennes.

El generador continuaba zumbando.

Casiopea seguía agachada, la bolsa de herramientas a sus pies, dando la impresión de que estaba ajustando los controles de la maquina.

Las luces parecieron adquirir su máxima intensidad, y los guardianes perdieron interés.

Una serie de bombillas estalló.

Luego la otra.

Un resplandor blanco y una nube de humo en forma de hongo que se elevó y, en un instante, desapareció. Malone utilizó ese segundo para lanzar un puñetazo a la mandíbula del hermano que se encontraba a su lado.

El hombre vaciló y luego se desplomó en el suelo.

Malone alargó la mano y lo desarmó.

Stephanie recogió con la pala un tizón ardiente, se volvió hacia el guardián que estaba a un metro de ella y cuya atención se dirigía a las luces que estaban estallando.

– Eh -dijo.

El hombre se dio la vuelta. Ella lanzó el tizón. El pedazo de madera incandescente flotó por el aire y el guardián alzó el brazo para desviar el proyectil, pero éste le dio en el pecho.

El hombre lanzó un grito, y Stephanie golpeó con la parte plana de la pala en el rostro del hombre.

Malone vio que Stephanie acababa de lanzar el tizón al guardián y que luego le golpeaba con la pala. Su mirada se dirigió entonces hacia Casiopea, mientras ésta disparaba con calma la pistola de aire comprimido. Ya debía de haber abatido a uno de ellos, pues Malone vio solamente a tres hombres de pie. Uno de ellos se llevó la mano al muslo. Otro dio una sacudida y buscó a tientas la parte trasera de su chaqueta.

Ambos cayeron al suelo.

El último de los cabellos cortos, que se hallaba junto al altar, vio lo que les estaba sucediendo a sus compañeros, y se dio la vuelta para hacer frente a Casiopea, que estaba agachada a unos nueve metros de distancia, con la pistola de aire comprimido apuntándole directamente.

El hombre pegó un brinco.