Escuchando, me acordé del hombre Jesús y de lo que le había pasado. El lector parecía hablarme directamente a mí cuando hablaba del plan divino para golpear al pastor de manera que las ovejas puedan dispersarse. En ese momento se apoderó de mí un amor del que no podía desprenderme. Aquella noche me marché de Jerusalén al lugar donde los romanos habían enterrado al hombre Jesús. Me arrodillé ante sus restos mortales y me pregunté cómo un sencillo pescador podía ser la fuente de toda verdad. El sumo sacerdote y los escribas habían considerado al hombre Jesús un fraude. Pero yo sabía que se equivocaban. Dios no exige obediencia a las antiguas leyes a fin de conseguir la salvación. El amor de Dios es ilimitado. Jesús el hombre había dicho eso muchas veces, y al aceptar su muerte con gran valor y dignidad, Jesús nos había dado una última lección a todos nosotros. Al final de la vida encontramos vida. Amar es ser amado.
Me disipó toda duda. La pena se desvaneció. La confusión devino claridad. El Jesús hombre no estaba muerto. Estaba vivo. Resurrecto en mi interior estaba el Señor resucitado. Sentía su presencia tan claramente como cuando antaño había estado a mi lado. Recordé lo que me había dicho muchas veces: «Simón, si me amas, encontrarás mis ovejas.» Finalmente sabía que amar como él amaba permitirá a cualquiera conocer al Señor. Hacer lo que él hacía nos permitirá a todos conocer al Señor. Vivir como él vivía es el camino a la salvación. Dios ha bajado de los cielos para morar en el hombre Jesús, y a través de sus hechos y sus palabras el Señor se dará a conocer. El mensaje estaba claro. Cuida del necesitado, consuela al afligido, ofrece amistad al rechazado. Haz estas cosas y el Señor quedará complacido. Dios dio la vida al Jesús hombre para que nosotros pudiéramos ver. Yo fui simplemente el primero en aceptar esa verdad. La tarea se hizo clara.
El mensaje debe vivir a través de mí y de los otros que del mismo modo creen.
Cuando les hablé a Juan y a Santiago de mi visión, ellos vieron también. Antes de salir de Jerusalén, regresamos al lugar de mi visión y sacamos de la tierra los restos del hombre Jesús. Nos los llevamos con nosotros y los depositamos en una cueva. Regresamos al año siguiente y reunimos sus huesos. Luego escribí este relato que coloqué al lado del hombre Jesús, porque juntos son la Palabra.
LXVI
Mark estaba confuso y asombrado. Sabía quién era Simón.
Éste había sido llamado Cefas en arameo, luego Petros, roca, en griego. Finalmente, se convirtió en Pedro, y los Evangelios proclamaban que Cristo había dicho: «Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.»
Aquel testimonio era el primer relato antiguo que había leído en su vida que tuviera sentido. Nada de hechos sobrenaturales o apariciones milagrosas. Ninguna acción contraria a la historia o a la lógica. Y tampoco detalles contradictorios que arrojaran dudas o afectaran a su credibilidad. Sólo el testimonio de un sencillo pescador de cómo había sido testigo de un gran hombre, alguien cuyas buenas obras y bondadosas palabras vivían después de su muerte, lo suficiente para inspirarle a continuar con su causa.
Simón ciertamente no poseía el intelecto o la capacidad de crear el tipo de elaboradas ideas religiosas que vendrían mucho más tarde. Su comprensión se limitaba al hombre Jesús, al que conocía y a quien Dios lo había reclamado con una muerte violenta. A fin de conocer a Dios, de formar parte de Él, estaba claro para Simón que debía emular al hombre Jesús. El mensaje podía vivir sólo si él, y otros después de él, le insuflaban vida. De esa sencilla manera, la muerte no se apoderaría del hombre. Una resurrección tendría lugar. No literal, sino espiritualmente. Y en la mente de Simón, el hombre Jesús había resucitado -vivía nuevamente-, y a partir de aquel singular comienzo, durante una noche de otoño, seis meses después de que el Jesús hombre fuera ejecutado, nació el cristianismo.
– Esos arrogantes cabrones -murmuró De Roquefort-. Con sus imponentes iglesias y su teología. Todo es absolutamente falso.
– No, no es así.
– ¿Cómo puedes decir eso? No hay ninguna crucifixión, ninguna tumba vacía, nada de ángeles anunciando al Cristo resucitado. Todo eso es ficción, creada por los hombres en su propio beneficio. Este testimonio que vemos aquí tiene mucha importancia Todo empezó con un hombre que comprende algo en su mente. Nuestra orden fue borrada de la faz de la tierra, nuestros hermanos torturados y asesinados, en el nombre del supuestamente resucitado Cristo.
– El resultado es el mismo. La Iglesia había nacido.
– ¿Crees, ni siquiera por un instante, que la Iglesia habría florecido si toda su teología estuviera basada en la revelación personal de un simple hombre aislado?¿Cuántos conversos crees que habría conseguido?
– Pero eso es exactamente lo que pasó. Jesús era un hombre corriente.
– Que fue elevado a la categoría de Dios por los hombres posteriores. Y si alguno ponía objeciones, era condenado como hereje y quemado en la hoguera. Los cátaros fueron eliminados aquí mismo, en los Pirineos, por no creer en ello.
– Aquellos primeros Padres de la Iglesia hicieron lo que hicieron. Tenían que embellecer las cosas para que sobreviviera su mensaje.
– ¿Perdonas lo que hicieron?
– Está hecho.
– Y no podemos deshacerlo.
Se le ocurrió una idea.
– Saunière probablemente leyó esto.
– Y no se lo dijo a nadie.
– Exacto, Hasta él vio la futilidad de hacerlo.
– No se lo dijo a nadie porque hubiera perdido su tesoro privado. No tenía honor alguno. Era un ladrón.
– Tal vez. Pero la información evidentemente le afectó. Dejó muchas pistas en su iglesia. Era un hombre culto y sabía latín. Si encontró esto, de lo cual estoy seguro, lo entendió. Sin embargo, lo devolvió a su lugar y cerró la puerta al marcharse.
Bajó la vista hacia el osario. ¿Estaba contemplando los huesos de Jesús el hombre? Una oleada de tristeza le invadió cuando se dio cuenta de que todo lo que quedaba de su propio padre eran huesos también.