– ¿Tiene un hijo?¿De qué edad?
– Catorce, dentro de poco cumplirá treinta. Es un mal bicho.
Casiopea sonrió.
– Muy parecido a su padre, entonces.
– Más bien a su madre.
Había estado pensando mucho en Gary los últimos días. Ver a Stephanie y a Mark peleando el uno contra el otro le había recordado algunos de sus defectos como padre. Pero uno nunca se daría cuenta mirando a Gary. Mientras Mark se había vuelto resentido, Gary era brillante en los estudios, y en el deporte, y no había puesto ninguna objeción a que Malone se fuera a Copenhague. Por el contrario, le había alentado, dándose cuenta de que su padre necesitaba ser feliz también. Malone sentía una gran culpabilidad por esa decisión. Pero anhelaba que llegara el momento de estar con su hijo. El año anterior había sido su primer verano juntos en Europa. Este año tenía planeado viajar a Suecia, Noruega e Inglaterra. A Gary le encantaba viajar… otra cosa que tenían en común.
– Lo vamos a pasar bien -dijo.
Malone, Stephanie y Henrik se irían en coche a Toulouse y cogerían un vuelo a París. Desde allí, Stephanie volaría a su hogar, Atlanta. Malone y Henrik regresarían a Copenhague. Casiopea pondría rumbo a su château en el Land Rover.
Ella se encontraba junto a su coche cuando se cercó Malone.
Les rodeaban montañas por todas partes. Dentro de un par de meses, el invierno lo cubriría todo con un manto blanco. Formaba parte de un ciclo. Tan claro en la naturaleza como en la vida. Lo bueno, luego lo malo, de nuevo lo bueno, otra vez lo malo y una vez más lo bueno. Recordaba haberle dicho a Stephanie cuando él se retiró que estaba hasta las narices de tonterías. Ella había sonreído ante su ingenuidad, diciéndole que mientras la tierra estuviera habitada, no habría ningún lugar tranquilo. En todas partes se jugaba el mismo juego. Sólo cambiaban los jugadores.
Eso estaba bien. La experiencia de la semana anterior le había enseñado que él era un jugador y siempre lo sería. Pero si alguien le preguntaba, él les diría que era un librero.
– Cuídese, Malone -dijo ella-. Ya no podré seguir protegiéndole las espaldas.
– Tengo la impresión de que usted y yo nos volveremos a ver.
Ella le brindó una sonrisa.
– Nunca se sabe. Es posible.
Él regresó a su coche.
– ¿Qué hay de Claridon? -le preguntó Malone a Mark.
– Pidió perdón.
– Y tú graciosamente se lo concediste.
Mark sonrió.
– Explicó que De Roquefort iba a asarle los pies, y un par de hermanos lo confirmaron. Quiere unirse a nosotros.
Malone soltó una risita.
– ¿Y vosotros estáis preparados para eso, muchachos?
– Nuestras filas se llenaron antaño de hombres mucho peores. Sobreviviremos. Yo lo veo como mi penitencia personal.
Stephanie y Mark hablaron un momento en un tono apacible. Ya se habían dicho adiós en privado. Ella tenía un aspecto tranquilo y relajado. Aparentemente su despedida había sido amistosa. Malone estaba contento. Había que restablecer la paz.
– ¿Qué pasará con el osario y el testimonio? -preguntó Malone.
No había hermanos por allí, de modo que se sentía seguro al hablar de ello.
– Quedarán sellados para siempre. El mundo está satisfecho con lo que cree. No voy a crear problemas.
Malone se mostró de acuerdo.
– Buena idea.
– Pero esta orden resurgirá.
– Eso es -dijo Casiopea-. Ya he hablado con Mark sobre su posible implicación en la organización caritativa que dirijo. La lucha contra el sida y la prevención del hambre en el mundo se beneficiarían de una entrada de capital, y esta orden ahora tiene un montón de dinero para gastar.
– Henrik ha presionado duramente también para que nos impliquemos en sus causas favoritas -dijo Mark-. Y me he mostrado de acuerdo. De manera que los Caballeros Templarios estarán ocupados. Nuestras habilidades pueden servir de mucho.
Malone alargó la mano, que Mark estrechó.
– Creo que los templarios están en buenas manos. Te deseo la mejor de las suertes.
– Lo mismo para usted, Cotton. Y sigo deseando saber el motivo de ese nombre.
– Llámame un día y te lo contaré todo.
Subieron al coche de alquiler con Malone al volante. Mientras se instalaban y se abrochaban los cinturones de seguridad, Stephanie dijo:
– Le debo una.
Él la miró fijamente.
– Es la primera vez que lo reconoce.
– No se acostumbre.
Él sonrió.
– Úselo juiciosamente.
– Sí, señora.
Y puso en marcha el coche.
NOTA DEL AUTOR
Mientras me encontraba sentado en un café en la Höjbro Plads, decidí que mi protagonista tenía que vivir en Copenhague. Es realmente una de las grandes ciudades del mundo. De modo que Cotton Malone, librero, se convirtió en un elemento más de esa concurrida plaza. Pasé también algún tiempo en el sur de Francia descubriendo buena parte de la historia y muchos de los escenarios que acabaron incluidos en este relato. La mayor parte del argumento se me ocurrió mientras viajaba, lo que resulta comprensible dadas las cualidades inspiradoras de Dinamarca, Rennes-le-Château y el Languedoc. Pero ya es hora de saber dónde se traza la línea divisoria entre la realidad y la ficción.
La crucifixión de Jacques de Molay, tal como se describe en el prólogo, y la posibilidad de que su imagen sea la que aparece en la Sábana Santa de Turín (capítulo xlvi) son las conclusiones de Chistopher Knight y Robert Lomas. Yo me sentí intrigado cuando descubrí la idea en su obra El segundo Mesías: los templarios, la Sábana Santa de Turín y el gran secreto de la masonería, de manera que introduje su innovadora idea en la narración. Mucho de lo que Knight y Lomas dicen -tal como lo relata Mark Nelle en el capítulo xlvi- tiene sentido y es también coherente con todas las pruebas científicas de datación efectuadas sobre el sudario durante los últimos veinte años.
La Abadía des Fontaines es ficticia, pero en gran parte es un compendio de muchos retiros pirenaicos. Los escenarios de Dinamarca existen todos. La catedral de Roskilde y la cripta de Chistian iv (capítulo v) son realmente magníficas, y la vista desde la Torre Redonda de Copenhague (capítulo v) nos traslada a otro siglo.
Lars Nelle es una combinación de muchos hombres y mujeres que han dedicado su vida a escribir sobre Rennes-le-Château. He leído muchas fuentes, algunas que bordean lo insólito, otras el ridículo. Pero cada una a su manera ofrecía una visión única de ese misterioso lugar. En este sentido, hay que hacer algunos comentarios:
El libro Pierres Gravées du Languedoc, de Eugène Stüblein (mencionado por primera vez en el capítulo iv), formaba parte del folclore de Rennes, aunque nadie ha visto nunca un ejemplar. Tal como se indica en el capítulo xiv, el libro aparece catalogado en la Bibliothèque Nationale de París, pero el volumen no se encuentra.
La lápida mortuoria original de Marie d’Hautpoul de Blanchefort ha desaparecido, seguramente destruida por el propio Saunière. Pero probablemente se realizó un boceto de ella, el 25 de junio de 1905, por parte de una sociedad científica, y el dibujo fue finalmente publicado en 1906. Pero existen al menos dos versiones de ese supuesto boceto, de manera que resulta difícil saber con seguridad cuál es el original.
Todos los hechos que se refieren a la familia D’Hautpoul y su relación con los Caballeros del Temple son verdaderos. Tal como se detalla en el capítulo xx, el abate Bigou era el confesor de Marie, y encargó su lápida sepulcral diez años después de su muerte. Bigou probablemente huyó de Rennes en 1793 y nunca regresó. Si realmente dejó mensajes secretos es una conjetura (todo esto forma parte del atractivo de Rennes), pero esa posibilidad sirve para crear una historia de intriga.