»Para entonces, todos los dioses conocían la existencia de la Gema Gris. Paladine y Takhisis estaban furiosos con Reorx por haberla forjado sin consultarlos primero. Chislev, avergonzada, admitió su participación en el asunto, e implicó a Hiddukel, que se encogió de hombros y se echó a reír escandalosamente.
»Su complot había funcionado. En lugar de reforzar el equilibrio, la Gema Gris lo había desestabilizado aún más. Los elfos estaban planeando declarar la guerra a los humanos; los humanos se preparaban para combatir contra los elfos; y los ogros estaban ansiosos por pelear con todos los contendientes.
»Para no extenderme demasiado con esta historia, me referiré al humano llamado Gargath, que se las ingenió para capturar a la Gema Gris. La retuvo en su castillo con diversos artilugios mágicos. (O eso pensó él. Mi opinión es que la piedra le permitió que la capturara, ya que ningún tipo de magia humana que yo conozca podría retenerla por mucho tiempo.)
»Los gnomos, que habían ido tras la Gema Gris durante décadas, pusieron cerco al castillo de Gargath. Tuvieron éxito (accidentalmente) en abrir brecha en las murallas. Los gnomos irrumpieron como una tromba en el patio de armas y alzaron sus anhelantes manos hacia la joya. Un grupo de gnomos exigía que se partiera la piedra allí y en ese mismo momento, pues sentían una gran curiosidad por saber qué había dentro. El otro grupo de gnomos quería cogerla y llevarla de vuelta a su morada y guardarla por su valor.
»Una brillante luz gris iluminó el patio, cegando a todo el mundo. Cuando recobraron la vista, los dos grupos de gnomos se enzarzaron en una pelea. Pero lo más asombroso es que los gnomos ya no eran gnomos. El poder de la Gema Gris los había cambiado, convirtiendo en enanos a aquellos que codiciaban la piedra por su riqueza, y en kenders a los que la querían por simple curiosidad.
»Los gnomos que se habían quedado fuera de las murallas del castillo trabajando en su último invento —la ballesta giratoria de multitud de disparos, conocida como Ballesta Gatlinga en honor de su inventor, Tornillo Flojo Gatling— resultaron inmunes a los efectos de la luz mágica de la Gema Gris. Dedujeron que se debía a los candelabros quemadores de aceite, que estaban pensados para iluminar el campo de batalla de noche y que habían sido instalados en un globo hinchado con gas a tal propósito; el gas se producía por una nueva técnica demasiado compleja para describirla aquí, pero para la que se requería zumo de limón, tenazas metálicas y agua. Aquellos que sobrevivieron a la subsiguiente explosión, continuaron siendo gnomos.
»La Gema Gris desapareció por el horizonte. Desde entonces, Reorx y otros han hecho varios intentos de capturarla. La Gema Gris dejaba que las personas la cogieran, las utilizaba para sus propósitos, o quizá para divertirse, y después, cuando se cansaba del jueguecito, los liberaba y la Gema Gris "escapaba".
»Pero ahora los irdas la tenemos en nuestro poder. Somos los primeros que la hemos sometido a nuestra voluntad... o es lo que afirma el Dictaminador. Esta noche abriremos la gema y ordenaremos a la magia que lleva dentro que nos proteja a nosotros y a nuestra tierra de las incursiones de la raza humana para siempre jamás.»
Así terminaba la carta a Dalamar, que estaba redactada en la pulcra y precisa letra del Protector. Una nota al pie de página, escrita por la misma mano pero no con tanta precisión, como si los dedos que sostenían la pluma hubieran temblado, era para Usha.
»Mi amor y mis plegarias te acompañan, hija de mi corazón, ya que no de mi cuerpo.
»Ruega por nosotros.»
Usha reflexionó largamente sobre la postdata. Se había reído con algunas partes del relato. El Protector a menudo la había entretenido con «cuentos de gnomos», como él los llamaba. Algunas de las pocas veces que lo había visto sonreír era cuando describía la fabulosa maquinaria que inventaban los gnomos. Ahora sonrió ella, recordándolo, pero la sonrisa se borró lentamente.
¿Es que sólo su mente humana era capaz de ver el peligro?
No, comprendió que Prot lo veía también, lo sabía. Por eso le había entregado este pergamino. Los irdas estaban desesperados. La intrusión de los extranjeros —groseros, bárbaros, oliendo a sangre y acero— los había asustado mucho. Estaban actuando en defensa del modo de vida que habían conocido durante incontables generaciones.
Usha soltó la carta sobre su regazo. Los ojos se le llenaron de lágrimas, pero ya no eran de autocompasión. Eran lágrimas de añoranza y amor por el hombre que la había criado. Tales lágrimas manan de distinta fuente... o así lo creen los elfos. Tales lágrimas brotan del corazón, y, aunque causadas por el pesar, tienen el extraño efecto de aliviar el dolor.
Exhausta, adormecida por el balanceo del bote y el zumbido del viento entre los cabos, Usha lloró hasta quedarse dormida.
5
El altar y la Gema. El enano llega tarde. Se parte la piedra
Los irdas no volvieron a reunirse. Cuando llegó el momento de partir la Gema Gris —un momento en el que ninguna de las lunas era visible en el firmamento, en particular Lunitari, que, conforme a la leyenda todavía codiciaba la gema—, el Dictaminador caminó solo hacia el altar en el que descansaba la piedra.
Los otros irdas permanecieron en sus viviendas separadas, cada uno de ellos trabajando en su propia magia, prestando ayuda al Dictaminador. Había fuerza en la unicidad, o así lo creían los irdas. La concentración se convertía en desorden, las energías se fragmentaban cuando el uno se volvía muchos.
El altar en que los irdas habían colocado la piedra estaba situado en el centro geográfico de la isla. Se encontraba a cierta distancia de lo que los irdas llamaban pueblo, aunque para cualquier otra raza sólo habría sido una colección de viviendas diseminadas. Los irdas no pavimentaban calles, no abrían mercados, no asistían a reuniones de gremios. No construían templos ni palacios, posadas ni tabernas; sólo casas, desperdigadas por la isla al azar, cada vivienda donde su propietario se sentía mas a gusto.
El altar estaba hecho de madera pulida, tallada con símbolos intrincados y arcanos. Se alzaba en un claro rodeado por siete pinos gigantes que habían sido transportados mágicamente desde una localización secreta de Ansalon hasta la isla.
Tan añejos eran estos árboles que probablemente habían visto pasar a la Gema Gris la primera vez que escapó al control de Reorx. Los pinos parecían estar alerta, resueltos a impedir que la Gema Gris volviera a escaparse. Sus ramas estaban entrelazadas, entretejidas, presentando un frente sólido de corteza, agujas y ramas a través del cual hasta un dios tendría dificultad para pasar.
El Dictaminador se detuvo frente a la pineda, pidiendo la bendición de los siete espíritus que moraban en los siete árboles.
Los pinos permitieron al Dictaminador pasar al claro y cerraron filas en el momento en que el irda estuvo dentro. Las enormes ramas se alzaban sobre su cabeza; al mirar hacia arriba no alcanzó a ver ni una sola estrella, y menos aún una constelación. No se veía a Takhisis ni a Paladine. Y, si no podía verlos a ellos, tenía la esperanza de que ellos no pudieran verlo a él. El dosel de agujas de los pinos sagrados ocultarían al Dictaminador y a la Gema Gris de cualquiera que pudiera intentar interferir.
La pineda habría estado sumida en una oscuridad impenetrable a no ser por la luz de la propia Gema Gris, si bien ésta era débil, mortecina, apenas un tenue fulgor.
«Casi como si estuviera de mal humor», pensó el Dictaminador.
Pero daba luz suficiente para ver y, en realidad, el irda no necesitaba demasiada. De haberlo querido, podría haber recurrido a su magia para alumbrar el claro como si fuera de día, pero prefería no llamar la atención sobre lo que estaba haciendo. Algún ojo inmortal podía ver el fulgor mágico y preguntarse qué estaba pasando. En consecuencia, se sintió agradecido por la ayuda de la Gema Gris.
Concentrado, tranquilo, el Dictaminador avanzó hasta encontrarse de pie junto al altar. Disfrutaba de estar a solas, en el aislamiento que tanto valoraban los irdas. Sin embargo, sentía en su interior las mentes y los espíritus de los suyos. Inclinó la cabeza y se sustentó en esa energía. Luego, alargó las manos y, cogiendo la Gema Gris, la examinó con intensa atención.