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Y de todos los Caballeros de la Espina, esta mujer era la menos realista, buscándole tres pies al gato, como reza el dicho, queriendo encontrar constantemente algún significado al incidente más nimio, echando sus piedras vaticinadoras tres veces al día, examinando las vísceras de gallos. El subcomandante Trevalin y sus oficiales habían discutido en más de una ocasión sobre las dificultades que encontraban para trabajar con ella.

Era una coincidencia, nada más. Y no tan extraña, además. Unos Caballeros de Solamnia con un hermano mago que se encuentran con su primo, un Caballero de Takhisis. El mundo estaba en guerra, aunque no todos lo supieran. Estos tres habrían coincidido con él en algún momento, no cabía duda. Steel daba las gracias por algo: el hecho de no haber sido responsable de las muertes de los dos jóvenes Majere. Después de todo, habría estado cumpliendo con su deber, pero esto hacía las cosas más fáciles. Se volvió hacia su oficial superior.

—Subcomandante Trevalin, os pido un favor. Dadme permiso para llevar los cuerpos de estos dos caballeros a su tierra natal para que sean enterrados allí. Al mismo tiempo, entregaré al Túnica Blanca a los suyos y cobraré el rescate.

Trevalin contempló a Steel sin salir de su asombro; Palin lo miraba estupefacto. La Señora de la Noche rezongó por lo bajo, resopló y sacudió la cabeza.

—¿Cuál es su tierra natal? —preguntó Trevalin.

—Solace, en Abanasinia central, justo al norte de Qualinost. Su padre regenta una posada allí.

—Pero eso está muy dentro de territorio enemigo. Correrás un peligro inmenso. Si tuvieras alguna misión especial relacionada con la Visión, entonces, sí, lo aprobaría. Pero esto... —Trevalin agitó una mano—. Transportar cadáveres... No, eres un soldado demasiado bueno para correr el riesgo de perderte, Brightblade. No puedo acceder a tu petición. —El caballero de más edad miró con curiosidad al más joven—. Tú no actúas por capricho ni llevado por impulsos, Brightblade. ¿Qué razón tienes para hacer este extraño requerimiento?

—El padre, Caramon Majere, es mi tío, hermanastro de mi madre, Kitiara Uth Matar. Los caballeros muertos y el mago son mis primos. Además... —El semblante de Steel permaneció impasible, carente de expresión, y su tono era objetivo—. Caramon Majere luchó a mi lado en un combate cuando estuve a punto de ser capturado en la Torre del Sumo Sacerdote. Tengo una deuda de honor con él. De acuerdo con la máxima de lord Ariakan, una deuda de honor ha de saldarse a la primera oportunidad que se presente. Me gustaría aprovechar esta oportunidad para saldar la mía.

El subcomandante Trevalin no vaciló.

—¿Caramon Majere te salvó la vida? Sí, recuerdo haber oído la historia. ¿Y éstos son sus hijos? —El caballero consideró seriamente el asunto, comparándolo en su mente con la Visión: el gran plan de la Reina Oscura. En su investidura, cada caballero recibe la Visión, en la que se le muestra cómo su hilo está tejido en el inmenso tapiz. No se permitía nada que fuera en contra de la Visión, ni siquiera una deuda de honor.

Sin embargo, la batalla había terminado, y el objetivo estaba logrado. Los caballeros negros pasarían un tiempo estableciendo la cabeza de playa antes de desplazarse hacia el oeste. Trevalin no creía que se notara la ausencia de un único caballero, al menos no en un futuro inmediato. Y siempre era en interés de la causa obtener tanta información sobre el enemigo como fuera posible. Sin duda, Steel vería y oiría muchas cosas en su viaje por territorio enemigo que más adelante podrían ser útiles.

—Te doy permiso para partir, Brightblade. El viaje será peligroso, pero cuanto más grande es el peligro, mayor es la gloria. Llevarás los cadáveres de estos caballeros a su tierra natal para que sean enterrados allí. En cuanto al rescate del Túnica Blanca, la decisión sobre qué hacer con él depende de nuestra noble colega.

Trevalin miró a la Señora de la Noche, que estaba que hervía de indignación por haber sido olvidada en el proceso de tomar una decisión. Aun así, no era oficial superior de Steel, y no tenía nada que decir sobre si se iba o se quedaba. Pero el Túnica Blanca era su prisionero, y tenia el derecho de decidir qué hacer con él.

Reflexionó sobre el asunto, aparentemente dividida entre su deseo de mantener al mago en su poder y su afán por el rescate que su entrega podría proporcionarles. O quizás algo más la incomodaba. Su mirada iba de Steel a Palin y viceversa, y sus verdes ojos ardían.

—El Túnica Blanca ha sido condenado a muerte —dijo con brusquedad.

—¿Qué? ¿Por qué motivo? —Trevalin estaba sorprendido y, al parecer, impaciente—. Se rindió. Es un prisionero de guerra. Tiene derecho a ser entregado a cambio de un rescate.

—Ya se le exigió un rescate —replicó la Señora de la Noche—, y se negó. Por tanto, ha perdido su derecho y puedo disponer de su vida.

—¿Es eso cierto, joven? —Trevalin miró a Palin severamente—. ¿Rehusaste el rescate?

—Me pidieron algo que no puedo dar —contestó Palin. Su mano se cerró con más fuerza en torno al bastón, y todos los presentes comprendieron de inmediato cuál era el precio del rescate que se le había exigido—. El bastón no es mío. Sólo me fue entregado como un préstamo, eso es todo.

—¿El bastón? —Trevalin se volvió hacia la Señora de la Noche—. ¿Sólo queríais el bastón? Si se negó a dároslo, ¡entonces no teníais más que haberle quitado la maldita cosa!

—Lo intenté. —Lillith mostró su mano derecha. Tenía la palma abrasada, llena de ampollas.

—¿Hiciste tú eso, Túnica Blanca? —preguntó Trevalin.

Palin sostuvo su mirada, los ojos serenos aunque enrojecidos por las lágrimas contenidas.

—¿Acaso importa, señor? El Bastón de Mago fue entregado a mi cargo como algo sagrado. No me pertenece, y sólo tengo un control limitado sobre él. El bastón no le pertenece a nadie, es su propio dueño. Sin embargo, no me desprenderé de él ni siquiera para salvar mi vida.

Los dos caballeros negros se quedaron impresionados con la respuesta del joven. No así la Señora de la Noche, que los miró ceñuda a todos mientras se frotaba la mano herida.

—Un interesante problema —comentó Trevalin—. No se puede coaccionar a un hombre a que pague con su vida por algo que no le pertenece. Puede acudir a sus familiares y amigos para pedirles que reúnan el dinero del rescate para él, pero no puede robárselo. El joven está moralmente obligado a negarse a entregar el bastón. Vos, señora, podéis por tanto disponer de su vida. Pero, a mi modo de ver, tal cosa no sería acorde con la Visión.

La Señora de la Noche lanzó a Trevalin una mirada cortante y abrió la boca para protestar. La invocación de la Visión tenía prioridad sobre todo lo demás, y tuvo que guardar silencio hasta que el militar terminó.

—La Visión nos exige hacer progresar a la causa de su Oscura Majestad en todas las cosas y todos los campos. Quitar la vida a este hombre no ganaría nada para la causa. Su alma volaría hasta Paladine, que sería el que saldría ganando, no nosotros. No obstante, si trocamos la vida de este joven por alguna otra cosa, algún poderoso artefacto mágico que los hechiceros de Wayreth tengan en su poder...

La expresión severa de la Señora de la Noche se suavizó. Observó a Palin con gesto especulativo y, cosa rara, hizo otro tanto con Steel.

—Quizá —se la oyó musitar para sí misma— sea ésta la razón. Muy bien —dijo en voz alta—. Me inclino ante vuestro buen juicio, subcomandante Trevalin. Hay algo que aceptaríamos como rescate de Palin Majere. —Hizo un pausa efectista.

—¿Y qué es ello, señora? —inquirió Trevalin, impaciente por seguir con sus cometidos.

—Queremos que los hechiceros abran el Portal al Abismo —dijo la Señora de la Noche.

—Pero... ¡eso es imposible! —gritó Palin.

—La decisión no es tuya, joven —replicó fríamente la Señora de la Noche—. Estas bajo la jurisdicción del Cónclave de Hechiceros. Ellos serán quienes decidan. Abrir el Portal no es como entregar el Bastón de Mago. Esa decisión le corresponde al Cónclave.