Usha había esperado impresionar a sus captores, y lo hizo, aunque no como era su intención. El carcelero, que se había lanzado sobre las bolsas ansioso, de repente apartó bruscamente la mano de ellas como si fueran alguna invención de los gnomos que probablemente pudiera estallar en cualquier momento.
—¡Retiro todos los cargos! —chilló el frutero, que se marchó a toda carrera.
—Una bruja —masculló la panadera, aguantando el tipo—. Ya me lo figuraba. Quemadla en la hoguera.
—Ya no se hace eso —gruñó el carcelero, pero estaba pálido y tembloroso—. ¿Dijiste Dalamar?
—Sí, eso es. —Usha estaba más que sorprendida con todo este alboroto, pero, viendo que ese nombre significaba algo para estas personas, se aprovechó de ello—. Y más vale que me tratéis bien o estoy segura de que lord Dalamar se sentirá muy disgustado.
Los dos hombres conferenciaron en voz baja.
—¿Qué podemos hacer? —susurró el carcelero.
—Mandar llamar a la dama Jenna. Ella lo sabrá.
—¿La meto en las celdas?
—¿Es que quieres que ande suelta por aquí?
La conversación terminó y Usha fue escoltada —respetuosamente— a la gran habitación que había tras la reja de hierro. Casi de inmediato, se encontró rodeada por lo que al principio tomó por niños humanos. Se preguntaba qué crimen podían haber cometido estos chiquillos cuando oyó al carcelero gritarles e insultarlos:
—¡Apartaos, condenados kenders! ¡Alto! ¿Dónde están mis llaves? ¡Eh, tú, bribón, devuélvemelas! Encuentre un asiento, señorita. La persona que va a venir no tardará —le chilló el carcelero a Usha al tiempo que agarraba y quitaba cosas a los kenders—. ¿Qué haces tú con mi pipa? Y tú, entrégame esa bolsita de hierbas de mascar o, por Gilean, que te...
Rezongando y maldiciendo, el carcelero salió de la celda y se retiró, agradecido, a su escritorio.
¡Así que éstos eran los kenders! Usha tenía interés en conocer a las personas a las que el Protector había apodado los «alegres ladrones de Krynn». Conocerlos no era ningún problema, puesto que los siempre curiosos kenders estaban en cualquier momento más que dispuestos a conocer a cualquier forastero que entrara en lo que ellos consideraban «su» celda.
Hablando todos a un tiempo, haciéndole preguntas a una media de treinta cada cinco segundos, los kenders se arremolinaron a su alrededor, cotorreando, riendo al tuntún, toqueteando y dando palmaditas. El jaleo, el clamor, el calor, el miedo y el hambre... de repente fue más de lo que la muchacha pudo soportar. La habitación empezó a oscilar y después se ladeó. El aire se llenó de repente de chispeantes estrellas.
De lo siguiente que Usha fue consciente fue de que estaba tendida en el suelo, mirando el rostro preocupado de uno de los kenders. Éste parecía mayor que los demás; una trama de marcadas arrugas le rodeaba los ojos, en tanto que otras, las arrugas risueñas, le enmarcaban la boca. El cabello, largo y con hebras grises, lo llevaba recogido en un copete y le caía sobre el hombro. Su rostro era agradable, amistoso y curioso como el de un niño o como los de todos los otros kenders, pero parecía más maduro que los demás.
Cuando cualquiera de los kenders se acercaba demasiado, éste lo ahuyentaba. Incluso los elementos más duros de la población humana, que también estaban encerrados en la celda, parecían respetarlo pues también ellos mantenían las distancias.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Usha mientras se esforzaba por sentarse.
—Te desmayaste —explicó el kender—. Y creo que deberías seguir tumbada un poco más. A mí nunca me ha pasado, que yo recuerde. No dejo de pensar que me gustaría experimentarlo alguna vez, pero nunca lo consigo. ¿Cómo te encuentras? El guardia dijo que probablemente perdiste el conocimiento porque no habías comido desde hacía tiempo y que ya volverías en ti. ¡Y así ha sido! ¿Tienes hambre? Dentro de una hora, más o menos, nos traerán algo de pan y sopa. La comida es buena aquí. Palanthas tiene una cárcel muy buena, una de las mejores de Ansalon. ¡Qué ojos tan peculiares tienes! Son de un tono dorado, ¿verdad? Desde luego, me resultas familiar. ¿No nos hemos conocido antes? ¿Has estado alguna vez en Solace?
—No —contestó con cansancio Usha. La charla del kender era reconfortante, pero sus interminables preguntas la aturdían—. Nunca oí hablar de Solace.
Se encontraba fatal. Le dolía la cabeza y el estómago vacío le daba pinchazos. El Protector le había advertido que fuera cauta con los kenders, pero éste era la primera persona que le había hablado con amabilidad. Miró a su alrededor y reparó en que tenía la cabeza recostada en lo que probablemente era —a juzgar por el fuerte color verde que era igual al de las calzas que llevaba— la chaqueta del kender.
Usha se sintió agradecida e intentó esbozar una sonrisa.
—¿Quién eres? —preguntó.
El kender pareció consternado primero, y luego desazonado.
—¿No me he presentado? Supongo que no. Iba a hacerlo cuando te desplomaste. —Le tendió una mano pequeña, de piel morena—. Me llamo Tasslehoff Burrfoot, aunque mis amigos me llaman Tas. ¿Cuál es tu nombre?
—Usha. —La muchacha aceptó su mano y la estrechó con solemnidad.
—¿Sólo Usha? La mayoría de los humanos que conozco tienen nombre y apellido.
—Sólo Usha.
—Bueno, es un nombre bonito. Tanto como para valer por dos juntos. —El kender la observó con detenimiento—. ¿Sabes, Usha? En verdad me recuerdas a alguien. Me pregunto quién puede ser.
Usha no tenía ni idea y tampoco le importaba. Cerró los ojos, sintiéndose protegida por su nuevo amigo, se relajó y se dejó arrullar por el sueño.
En el estrecho filo entre el sueño y la vigilia, oyó musitar al kender con tono de sobrecogido asombro:
—¡Lo tengo! Tiene los ojos dorados... ¡como Raistlin!
10
La hechicera. La sorpresa de la dama Jenna
El aroma de la sopa caliente despertó a Usha de su corto sueño. Se sentía mejor después de este breve descanso. Recostada contra el muro de piedra, se tomó el espeso caldo de gallina en una desportillada escudilla de loza mientras se preguntaba qué iba a pasar con ella después. Al menos había solucionado el problema de dónde iba a dormir.
Ya era de noche y la celda estaba oscura, alumbrada sólo por la luz de unas pocas antorchas chisporroteantes que había en la pared de la entrada de la prisión.
El kender, Tas, se tomó su ración de sopa y luego le ofreció a Usha su trozo de pan moreno.
—Toma, todavía tienes cara de hambre.
Usha se había terminado su pan en tres bocados. Vaciló.
—¿Seguro que no lo quieres tú? —preguntó.
—No, tranquila. —Tas sacudió la cabeza—. Si me da hambre, seguramente encontraré algo para comer en mis saquillos. —Señaló varias bolsas abultadas que llevaba repartidas por su esbelto cuerpo.
—¿Por qué dejaron que conservaras tus cosas? —Usha tenía el ceño fruncido—. A mí me las quitaron.
—Oh, siempre ocurre lo mismo. —Tas se encogió de hombros—. No sé muy bien por qué, pero nunca nos quitan nada a los kenders. Tal vez sea porque no disponen de sitio para guardar tanto. Tenemos costumbre de ir cogiendo cosas durante nuestros viajes. O puede que sea porque resultaría difícil aclarar a quién le pertenece qué por la mañana. No es que a nosotros nos importara eso mucho. Los kenders —señaló a los otros miembros de su raza, que ahora se dedicaban a tirarse migas de pan los unos a los otros— lo compartimos todo.
—Igual que los míos —dijo Usha sin darse cuenta.
—Los tuyos. ¿Y quiénes son los tuyos? ¿De dónde vienes? Desde luego, no eres de por aquí cerca, eso es seguro. —Tas asintió enfáticamente con la cabeza.
—¿Cómo lo sabes? —inquirió Usha, haciendo caso omiso de la pregunta de Tas.
—Bueno... —El kender la miró fijamente, haciendo una pausa para reflexionar—. Para empezar, vas vestida de manera diferente. Hablas de manera diferente. Son las mismas palabras, pero las pronuncias de un modo peculiar. Y por lo menos eres un centenar de veces más guapa que cualquier mujer que he visto en mi vida, con excepción de Laurana, que es esposa de Tanis, aunque probablemente tú no lo conoces, ¿verdad? No, eso pensaba yo. Ah, y Tika. Se casó con Caramon. ¿Lo conoces a él? Tenía un hermano gemelo llamado Raistlin.