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Tas miró a la muchacha de forma rara mientras hacía este último comentario. Usha recordó haber oído el nombre de Raistlin antes de quedarse dormida, pero no lo que el kender había dicho sobre él. Tampoco es que importara mucho. Nunca había oído hablar de ninguno de ellos, y así se lo dijo al kender.

—En cuanto a que soy guapa, sé que tu intención es buena, pero no tienes por qué mentirme. Sé cómo soy. —Usha suspiró.

—¡No te estoy mintiendo! —protestó Tas—. Un kender nunca miente. Y, si no me crees, pregunta a esos hombres de allí, los que están en aquel rincón. Estaban hablando de ti. Bueno, puede que sea mejor que no les preguntes nada, después de todo. Son una pandilla de cuidado. ¡Son ladrones! --añadió en un susurro escandalizado.

Usha estaba algo desconcertada.

—¿Tú no eres un ladrón? —inquirió.

—¡Por las barbas del gran Paladine, no! —Los ojos del kender estaban muy abiertos en un gesto de indignación.

—Entonces, ¿por qué estás en prisión?

—Un error —contestó Tas alegremente—. Es lo que siempre nos pasa a los kenders, ¡y además a diario! ¿Puedes creerlo? Por supuesto, saben que es una equivocación —dijo, señalando con la barbilla al carcelero—. Nunca presentan cargos contra nosotros, y nos dejan marchar por la mañana. Se pasan el día cogiéndonos y trayéndonos a todos aquí por la noche. Así todos tenemos algo que hacer, ¿entiendes?

Usha no lo entendía. Además, estaba dándole vueltas a la cabeza para encontrar la forma de conseguir información del kender sin levantar sospechas.

—Tal vez puedas explicarme una cosa, Tas. De donde yo vengo, la gente vive de una manera muy parecida a vosotros. Lo compartimos todo. Pero aquí, todos parecen tan... bueno, tan codiciosos. Cogí unas manzanas a un hombre porque tenía hambre. Estaban pasadas y tendría que haberlas tirado, de todas formas. ¿Por qué se enfadó tanto? Y esa mujer... El pan habría estado duro por la mañana.

—Sé lo que quieres decir. Todo tiene que ver con cosas --explicó Tas—. A los humanos les entusiasman las cosas. Les gusta poseerlas, y cuando se cansan de ellas, no las regalan, sino que exigen otras cosas a cambio. Recuérdalo y así te irá bien. Por cierto, ¿de dónde eres, Usha?

Era una pregunta hecha a la ligera. El kender sentía curiosidad, seguramente, pero Usha recordó la advertencia del Protector de que no revelara que había estado viviendo con los irdas.

—Soy un poco de todas partes, en realidad —respondió, mirando al kender con disimulo para ver su reacción—. Voy de aquí para allá, sin quedarme nunca mucho tiempo en el mismo sitio.

—¿Sabes una cosa Usha? Serías una kender estupenda —le dijo Tas con admiración—. ¿Y dices que nunca has estado en Solace?

—Oh, puede que sí. Todos los sitios se parecen. ¿Quién recuerda sus nombres?

—¡Yo! Hago mapas. Pero la razón de que te haya preguntado sobre Solace es porque te pareces a...

Sonó el tintineo de llaves en la puerta de la celda y el carcelero entró. Esta vez llevaba un bastón con el que mantenía a raya a los kenders. Escudriñó la oscura celda con los ojos entornados.

—¿Dónde está la nueva prisionera? Alguien quiere hablar contigo.

—¿Conmigo? —Usha pensó que el hombre tenía que estar equivocado.

—Sí, contigo. Vamos, muévete. La dama Jenna no puede perder toda la noche aquí.

Usha miró a Tas con gesto interrogante.

—La dama Jenna es una Túnica Roja —le informó él—. Dirige una tienda de productos para magos que tiene en la ciudad. ¡Un sitio realmente maravilloso!

—¿Y qué querrá de mí?

—El carcelero siempre la llama para que inspeccione cualquier cosa que confisca que piensa que puede ser mágica. ¿Llevas algo que pueda ser mágico?

—Puede ser. —Usha se mordió los labios.

—¡Tú, ladrona de manzanas! —El carcelero empujaba con la punta del bastón a los kenders, que no paraban de reírse—. ¡Acércate de una vez!

—Vamos, Usha. —Tas se puso de pie y le tendió la mano—. No tengas miedo. La dama Jenna es muy agradable. Ella y yo somos viejos conocidos. Me han echado de su tienda infinidad de veces.

Usha se incorporó, aunque no aceptó la mano del kender. Con una expresión de despreocupada indiferencia, caminó sin ayuda hacia la reja de hierro.

El carcelero la dejó salir y agarró a Tasslehoff justo cuando el kender se escabullía a la sombra de Usha.

—Vamos a ver. ¿Adónde crees que vas, maese Burrfoot?

—A saludar a la dama Jenna, por supuesto. No querría ser descortés.

—Claro, claro. Bien, ahora sé bueno y cortés y apresúrate a entrar de nuevo en esa celda, ¿quieres?

El carcelero dio a Tas un empujón y cerró la puerta de golpe en las narices del kender. Tas se agarró a las barras y se esforzó por ver al otro lado.

—¡Hola, Jenna! —gritó a la par que agitaba sus pequeños brazos—. ¡Soy yo, Tasslehoff Burrfoot, uno de los Héroes de la Lanza!

La mujer, que iba encapuchada con una capa de terciopelo rojo, se encontraba junto al escritorio del carcelero. Volvió la cabeza hacia donde había gritado el kender, esbozó una fría sonrisa e hizo una leve inclinación de cabeza. Luego siguió con lo que estaba haciendo: examinar las posesiones de Usha, que ahora se alineaban ordenadamente sobre el escritorio.

—Aquí está, dama Jenna. Es la que preguntaba por el Amo de la Torre.

La mujer se retiró la capucha de la capa para ver mejor. Era humana, y su rostro era encantador, pero frío, como si estuviera tallado del mismo mármol blanco de algunos edificios. Los ojos oscuros contemplaron intensa y largamente a Usha.

La joven sintió que el estómago se le encogía y que las piernas le temblaban. La boca se le quedó seca al comprender de repente que esta mujer lo sabía todo. ¿Qué le ocurriría ahora? El Protector se lo había advenido. Los humanos consideraban a los irdas tan malos como los ogros... o aún peores. Y los humanos mataban ogros sin piedad.

—Acércate más, pequeña —dijo la mujer mientras le hacía un gesto con una bella y delicada mano—. Ponte a la luz.

La mujer no debía de ser mucho mayor que Usha, pero el aura de misterio, poder y magia que rodeaba a la hechicera Túnica Roja le daba un aire de importancia que nada tenía que ver con los años.

Usha se adelantó con descaro, decidida a no dejar que esta hechicera viera que estaba intimidada. Entró en el círculo de luz. Los ojos de Jenna se abrieron como platos; la mujer adelantó un paso y ahogó un respingo de sorpresa.

—¡Que Lunitari nos asista! —susurró. Con un gesto rápido volvió a cubrirse con la capucha y se volvió hacia el carcelero—. Dejarás a esta prisionera bajo mi custodia de inmediato. Ella y sus pertenencias se vienen conmigo.

La mujer recogió los regalos de los irdas, manejándolos con cuidado y con respeto, y los volvió a guardar en la bolsa de Usha. El carcelero los miraba con profunda desconfianza.

—Entonces, tenía yo razón, ¿verdad, dama Jenna? Son cosas mágicas.

—Estuviste muy acertado al llamarme. Me alegra ver, Torg, que has aprendido la lección de no tocar objetos extraños. Aquel conjuro que echaste de manera accidental sobre ti mismo no era nada fácil de anular.

—¡Nunca volveré a hacer algo así, lo prometo, dama Jenna! —El carcelero se estremeció—. Podéis llevárosla, y que se vaya con viento fresco, pero tenéis que firmar, ya que os hacéis responsable de ella. Como vuelva a robar en un puesto de fruta...

—No robará en más puestos de fruta —lo cortó, tajante, la hechicera mientras cogía las bolsas de Usha—. Vamos, pequeña. Por cierto, ¿cómo te llamas?