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—Usha. Y quiero mis cosas —dijo en voz alta, más alta de lo que había sido su intención.

Jenna enarcó las suaves cejas. La muchacha se puso colorada y se mordió los labios.

—Son mías —dijo hoscamente—. No las robé.

—Lo sé —replicó Jenna—. Unos objetos tan arcanos y valiosos no permitirían que nadie los robara. Caería una maldición sobre el que fuera lo bastante necio para intentarlo.

Lanzó una mirada al carcelero, que se azoró, agachó la cabeza y escribió en el libro con afanoso interés. La hechicera le tendió las bolsas a Usha, que las cogió y siguió a Jenna hacia la salida de la cárcel.

—Gracias por sacarme de aquí, señora. Si hay algo que pueda hacer por usted, dígamelo. ¿Dónde está su tienda? Quizá pase por allí alguna vez...

—Sí, claro que pasarás por allí. —Jenna sonreía de nuevo—. Ahora mismo. No te preocupes, Usha. Tengo intención de llevarte exactamente a donde quieres ir.

—¿Y dónde es eso? —preguntó la joven, perpleja, cayéndosele el alma a los pies.

—A ver a Dalamar, desde luego. El Amo de la Torre estará muy interesado en conocerte, Usha.

—¡Puedes apostar a que sí! —intervino una voz aguda que sonó a sus espaldas—. Dile a Dalamar que Tasslehoff Burrfoot lo saluda. Por cierto, Jenna, ¿no crees que Usha se parece un montón a Raistlin?

La hechicera se paró. Durante lo que habría tardado alguien en contar hasta diez, permaneció totalmente inmóvil y en silencio. Luego, muy despacio, giró y volvió sobre sus pasos.

Usha se quedó en la entrada, preguntándose si debería intentar escapar. Tenía la impresión de que no llegaría muy lejos; sentía las piernas como si fueran de gelatina. Además ¿adonde iba a huir? Se recostó fatigosamente contra la puerta.

Jenna se acercó al carcelero.

—Deja salir al kender. Lo tomo también bajo mi custodia.

—¿Estáis segura, señora? —Torg tenía el entrecejo fruncido—. Es un maldito latoso...

—Estoy segura —lo interrumpió la hechicera con un tono de voz tan cortante y frío como una cuchilla de acero—. Suéltalo de una vez.

Torg sacó las llaves, se acercó presuroso a la puerta de la celda, y abrió el cerrojo.

Tasslehoff —el copete meciéndose y los saquillos brincando— salió marcando el paso, con gesto resuelto. Tendió la mano a Jenna, educadamente.

—¿Cómo estás? Creo que no hemos sido presentados de manera formal. Me llamo Tasslehoff...

—Sé quién eres. Creo que a Dalamar le gustaría mantener una pequeña charla contigo.

—¡Fantástico! Hace años que no lo veo. ¿Es verdad que es tu amante? Vale, no hace falta que me mires así. Me lo contó Caramon. Dijo que vosotros dos...

—Vamos, camina —ordenó Jenna con gesto torvo, empujando al kender hasta sacarlo de la cárcel a la calle—. Ve cinco pasos por delante de mí, y mantén las manos donde yo pueda verlas. Usha, quédate a mi lado.

—¿He de abrir la marcha? —preguntó Tas, excitado.

—Si prefieres interpretarlo así —replicó Jenna—. No, en esa dirección, no. Vamos fuera de la muralla de la ciudad, a mi casa.

—¡Pero pensé que íbamos a la Torre de la Alta Hechicería! —se lamentó Tas—. ¡Quería cruzar el Robledal de Shoikan! Lo vi una vez, desde lejos. Parecía realmente maligno, horrible y mortífero. Casi mató a Caramon, ¿sabes? ¿No podríamos ir por allí, por favor?

—No seas ridículo —replicó Jenna—. Nadie en su sano juicio querría cruzar el Robledal de Shoikan, sobre todo de noche. Aunque me parece que los kenders quedan excluidos de esa categoría de gente. Ni siquiera yo he cruzado el Robledal de Shoikan, y he sido aprendiza en la Torre. Os transportaré allí por una ruta más apacible, si no te importa. Por eso regresamos a mi tienda.

Tas se quedó cabizbajo un instante, pero enseguida se encogió de hombros.

—En fin —dijo, recobrando el buen humor—. Al menos entraremos en la torre.

»Será muy divertido —añadió, volviéndose a mirar a Usha mientras seguía caminando a buen paso. Para alguien de su edad, desde luego el kender tenía un montón de energía—. ¡La Torre de la Alta Hechicería es un sitio fascinante! Pero no he estado allí desde hace un montón de años. Ésta llena de todo tipo de hechizos, la mayoría malignos, y todos ellos muy, muy poderosos. Dalamar es un Túnica Negra, pero supongo que eso ya lo sabes, si has venido a verlo. Es un elfo oscuro, y ahora, el hechicero más poderoso de todo Ansalon...

Usha se paró en seco y miró al kender de hito en hito.

—¿Un Túnica Negra? ¿Un elfo oscuro? Pero... ¡no es posible! El Protector no me habría enviado a ver a uno de ellos. Seguramente... en fin, ¿no es posible que haya otro Dalamar?

Oyó una risa, semejante al repicar de campanillas de plata, resonar en la oscuridad.

—Sigue caminando —dijo Jenna, sofocando su alborozo—. Y puedes estar segura, pequeña, de que sólo hay un Dalamar.

11

La Torre de Alta Hechicería. Un banquete. Dalamar recibe una desagradable sorpresa

A la luz del día La Torre de la Alta Hechicería de Palanthas era un lugar amedrentador, evitado por todos. Por la noche, el edificio era espantoso, lúgubre.

En un tiempo había habido cinco Torres de la Alta Hechicería distribuidas por todo el continente de Ansalon. Ahora sólo quedaban dos. Una de ellas se encontraba en el bosque de Wayreth y era imposible de localizar a menos que los magos quisieran que se llegara hasta ellos. En tal caso, el bosque mágico que rodeaba la torre encontraba al visitante y lo guiaba.

Llegar hasta la Torre de la Alta Hechicería de Palanthas resultaba casi igualmente imposible. Estaba guardada por el Robledal de Shoikan, un soto de árboles habitado por guardianes espectrales. El miedo que la arboleda generaba era tan fuerte que la mayoría de la gente no soportaba tenerlo al alcance de la vista. Sólo aquellos que eran leales a Takhisis o los protegidos por un amuleto o hechizo proporcionado por el señor de la torre podían entrar en la arboleda maldita. Y ni siquiera ellos lo hacían impunemente. Los que tenían que visitar la torre por negocios —o, en el caso de Jenna, por placer— por lo general tomaban una ruta menos peligrosa: caminaban por las sendas de la magia.

Jenna escoltó a los que tenía a su cargo a través de la vieja muralla, para entrar en lo que se conocía como la Ciudad Nueva. Proyectada y construida por los enanos en algún momento de la Era del Poder, Palanthas estaba dividida en dos sectores: la Ciudad Vieja y la Ciudad Nueva. La primera, rodeada por una muralla, estaba diseñada como una rueda, con ocho avenidas que partían desde un eje central, y donde estaba ubicado el palacio del primer mandatario. El crecimiento de la urbe había rebasado los restrictivos confines de la Ciudad Vieja hacía mucho tiempo, y sus habitantes habían construido la Ciudad Nueva.

Extendiéndose fuera de la muralla, la Ciudad Nueva era el centro del distrito comercial. Todas las casas gremiales más importantes se encontraban aquí, así como las viviendas de los comerciantes.

La tienda de artículos para magos de Jenna estaba localizada en la mejor zona de la Ciudad Nueva, para desagrado de los dueños de otros establecimientos cercanos, que miraban a su arcana clientela con profunda desconfianza. Se sabía que Jenna gozaba del favor de Dalamar, Amo de la Torre de la Alta Hechicería, y aunque el Señor de Palanthas era la autoridad oficial de la ciudad, ningún ciudadano se habría atrevido a hacer nada que enfadara al Amo de la Torre.

Así, los comerciantes se quejaban de Jenna, pero lo hacían en voz muy baja.

Al llegar a la tienda de artículos para magos, que estaba señalada por un cartel que llevaba las imágenes de las tres lunas —la plateada, la roja y la negra— Jenna tomó primero la precaución de atar las manos del kender con un cordón de seda. Sólo entonces quitó el conjuro que guardaba la puerta e hizo pasar a sus invitados.