—Lo creas o no, semielfo, eso me causaría pesar. Siempre me has caído bien, aunque no me creas. Incluso hubo un tiempo en que te ganaste mi admiración. Simplemente, no te considero la pareja adecuada para mi hermana.
La sonrisa se desvaneció y fue reemplazada por arrugas de tristeza, debilidad y abrumadora fatiga. Porthios alzó la vista hacia la parte del techo sobre el que estaba la habitación donde yacía Alhana, quizá luchando por su vida y por la vida de su hijo.
—Ve, semielfo —dijo Porthios suave, débilmente—. Ve y habla con ese digno vástago del Mal. Harás las cosas a tu manera. Siempre las has hecho. —Volvió a mirar hacia arriba y sus ojos brillaron—. Pero mis guardias te acompañarán.
Era una victoria hasta cierto punto, y Tanis era lo bastante inteligente para no intentar ganar más terrero. Había conseguido lo que había conseguido sólo porque Porthios estaba demasiado cansado y demasiado preocupado para discutir.
Después de todo», pensó para sus adentros mientras se abrochaba la espada a la cintura, «quizás el severo e inflexible elfo sí que ama a su esposa.» También se preguntó qué pensaría Alhana, reina de los silvanestis, del hombre con quien se había casado por razones políticas. ¿Habría llegado a amarlo?
—Todo va bien —les dijo a Caramon y a Tika, volviendo a hablar en Común—. Porthios ha accedido a dejar que me encargue del asunto. Tika, será mejor que vuelvas junto a Alhana.
Sin comprender, pero aliviada de que el problema se hubiera solucionado, Tika resopló, rezongó por lo bajo, soltó la sartén y corrió escaleras arriba.
Tanis se dirigía a la puerta cuando se dio cuenta de que Caramon estaba desatando cuidadosamente él delantal que llevaba en torno a su amplia cintura. Evidentemente, se preparaba para acompañar a su amigo. Tanis cruzó rápidamente la sala y se acercó a Caramon; puso la mano en el brazo del hombretón.
—Deja que me encargue de esto, Caramon. Puede que se te necesite aquí.
—No, amigo. —El posadero sacudió la cabeza—. Ese chico de ahí fuera puede ser Palin. Si lo es, algo le ha ocurrido.
Tanis volvió a intentarlo, esta vez utilizando otra estrategia:
—Tienes que quedarte y no perder de vista a los elfos. Porthios está desesperado, acorralado. Podría iniciar un conflicto, y no queremos que haya un baño de sangre, ¿verdad? —Caramon vaciló y echó una ojeada el exiliado rey elfo.
»Si es Palin, me ocuparé de él como si fuera mi propio hijo. —La voz le tembló ligeramente al recordar a su querido Gil, al que no había visto y del que no sabía nada desde hacía meses.
Caramon se volvió hacia Tanis y lo observó con firme intensidad.
—Tú sabes algo que no me has dicho.
—Caramon, yo... —El semielfo había enrojecido.
El hombretón suspiró y después se encogió de hombros.
—Ve. Sé que cuidarás de mi muchacho... y de Steel, si es que es realmente él el que está ahí fuera. Quién sabe, quizás haya decidido cambiar de bando, después de todo. Yo estaré vigilado a «don Hosco Severo». —Señaló con el pulgar a Porthios.
—Gracias, amigo mío.
Tanis se marchó antes de que Caramon o Porthios tuvieran oportunidad de cambiar de idea.
15
Un sitio excelente para una emboscada
En el bosque a las afueras de Solace, Palin y Steel se detuvieron para descansar. Es decir, el joven mago se detuvo para descansar; el guerrero lo hizo para quedarse con él. La herida de Palin le estaba molestando; tenía dolores y estaba agotado. Se hallaba cerca de casa, cierto, pero su regreso al hogar no le traería consuelo, sino la horrible tarea de tener que decir a sus padres que dos de sus hijos habían muerto. Se sentó en el tocón de un árbol.
—Toma, bebe. —Steel le tendió un odre de agua.
El mago lo aceptó y bebió frugalmente, como había aprendido a hacer en ruta con los caballeros. Le devolvió el odre.
—Gracias. Supongo que perdí el mío durante la... en la playa.
Steel no lo oyó ni vio el odre que le tendía. Se encontraban en un pequeño claro que —a juzgar por los juguetes abandonados y los desperdicios esparcidos— los niños del lugar utilizaban como área de recreo. Steel miraba hacia arriba, a uno de los vallenwoods. Palin, siguiendo su mirada, vio un objeto oscuro y pesado entre las ramas. Al principio se sobresaltó, pero después los recuerdos volvieron a su memoria.
—No te alarmes. Sólo es un fuerte en un árbol —dijo—. Mis hermanos solían jugar a la guerra ahí arriba cuando éramos pequeños. Jugar a la guerra... Entonces todo era un juego para nosotros. Ellos eran los guerreros, y yo era su mago. Cuando «morían» yo utilizaba mi «magia» para hacerlos volver a la...
—¿Dices que los niños juegan aquí? —lo interrumpió Steel, hablando en voz alta.
Su mano se cerró con fuerza sobre el hombro de Palin. El gesto del caballero no era de consuelo, comprendió Palin, sobresaltado. El apretón era de advertencia.
—Sigue hablando —instruyó Steel en un susurro. Su mano derecha seguía sobre el hombro de Palin, en tanto que la izquierda empuñaba una daga. El joven mago alcanzó a ver el destello de la hoja debajo de la oscura capa azul de caballero.
Palin se puso tenso, y su mano fue, en un gesto instintivo, hacia su bolsa de componentes de hechizos. Entonces recordó dónde estaba. Esto era Solace, ¡por todos los dioses!
Se puso de pie con cierta inestabilidad.
—Probablemente sólo sean los niños del pueblo.
Steel lanzó una ojeada breve, centelleante a Palin.
—No son niños. —Su mirada volvió a los árboles—. Son elfos. Haz lo que te diga y no me estorbes.
—¡Elfos! No lo dirás en...
Los dedos del caballero apretaron el hombro de Palin con tanta fuerza que le hicieron daño. El joven mago bajó la voz.
—No hay elfos en cincuenta leguas a la...
—Cierra el pico —advirtió Steel fríamente—. ¿Qué conjuros tienes preparados?
—Yo... eh... —Palin estaba perplejo—. Ninguno. Jamás imaginé... Oye, ésta es mi ciudad...
Un sonido silbante, seguido de otro seco, lo interrumpió. Un astil emplumado se cimbreaba en el tocón donde Palin había estado sentado. La flecha era de manufactura y diseño elfos.
Cinco guerreros elfos saltaron de los árboles y aterrizaron con suavidad en el suelo; levantaron los arcos, las flechas dispuestas y las cuerdas tensas, con tal rapidez que la vista no podía seguir los movimientos. Cuatro flechas apuntaban a Steel. La otra apuntaba a Palin.
El joven miraba boquiabierto a los elfos, asombrado y perplejo. El único pensamiento que le vino a la mente en medio de la confusión fue que, una vez más, había fallado. Aun en el caso de que hubiera memorizado sus conjuros, los pocos que sabía casi no tenían utilidad... o así lo pensaba él. Y en el momento en que hubiera empezado a pronunciar las palabras, probablemente habría muerto, con una flecha atravesándole el corazón.
Steel soltó a Palin. Metió la daga en el cinturón y desenvainó la espada, haciendo frente a sus enemigos.
—Eres una criatura del Mal, aunque ignoro en qué modo —le dijo uno de los elfos a Steel—. Podríamos haberte matado antes, en la calzada. Pero tu conversación con el Túnica Blanca nos interesaba. Eso, y el hecho de que llevas contigo los cadáveres de dos Caballeros de Solamnia. Entonces, tienen que ser ciertos los rumores que nos han llegado. Mi señor estará muy interesado en hablar contigo.
Steel se echó la capa por encima del hombro, dejando a la vista, orgullosamente, la insignia que lucía el peto de su armadura: la calavera y el lirio de muerte.
—Ved esto y ved vuestra perdición. Soy un Caballero de Takhisis. No me importan los rumores que os hayan llegado, y en cuanto a vuestro señor, puede irse al Abismo.
Los elfos tensaron las cuerdas de los arcos.
—Si vas a hacer algo, mago, te sugiero que lo hagas ahora —dijo Steel queda, severamente.