—Daría igual si los hubiera matado yo, ¿no? —La actitud de Steel era desdeñosa—. Somos soldados, y estamos en guerra. Supongo que conocían los riesgos o, en caso contrario, no habrían sido caballeros.
—No daría igual, créeme. Erais primos. Por vuestras venas corría la misma sangre. Te lo pregunto otra vez: ¿los mataste tú?
—No fue él, Tanis —intervino Palin—. Fuimos atacados por forasteros, unos hombres de aspecto extraño, unos bárbaros que llevaban el cuerpo pintado de azul. Pero a los bárbaros los dirigían caballeros.
—Soy un caballero. Combato a lomos de un dragón —declaró Steel con orgullo—. Los solámnicos cayeron a manos de las fuerzas de tierra.
—Entiendo —dijo Tanis pensativamente, sin duda archivando en la memoria esta información vital para pasarla al comandante de los Caballeros de Solamnia en la Torre del Sumo Sacerdote. Su mirada volvió hacia Steel—. Todavía sigo sin entender por qué viniste. Si es por el dinero del rescate de Palin, de eso podría haberse encargado un mensajero...
—He venido a saldar una deuda. Los cuerpos de los muertos iban a ser enterrados en una tumba común. Con honores, por supuesto —añadió Steel, centelleantes los oscuros ojos—. Lucharon con bravura. No huyeron, como algunos podrían haberles aconsejado que hicieran. Pero la noticia de sus muertes no llegaría hasta sus familias hasta pasado cierto tiempo. O tal vez nunca. Cuando descubrí el nombre del joven mago y que sus dos hermanos habían muerto en la batalla, aproveché la oportunidad para saldar la deuda de honor que tengo con su padre, Caramon Majere. He traído de vuelta los cadáveres de sus dos hijos para que reciban sepultura en su tierra.
—¿Has traído a los muertos a riesgo de tu propia vida? —Tanis miraba al caballero con incredulidad.
—¿De qué sirve la vida sin honor? —repuso Steel, encogiéndose de hombros.
—Est Sularis oth Mithas --musitó el semielfo—. «Mi honor es mi vida.» Parece que estoy oyendo a tu padre. Eres como él.
El semblante de Steel se ensombreció y su mano se crispó sobre la empuñadura de la espada.
—Soy un Caballero de Takhisis —dijo fríamente—. Honro la memoria de mi padre, pero no es más que eso: un recuerdo. Sólo vivo para mi soberana.
La mirada de Tanis fue intencionadamente al cuello del caballero. La espada no era el único presente que el padre muerto había dado a su hijo. A través de unos medios mágicos que escapaban a la comprensión del semielfo, la Joya Estrella que Sturm Brightblade había llevado colgada al cuello había sido transferida a su hijo. La joya era un objeto del Bien, de manufactura elfa, una prenda de amor. Ninguna persona cuyo corazón estuviera enturbiado por la oscuridad habría podido siquiera tocarla y, mucho menos, llevarla puesta. Sin embargo, Tanis la había visto brillar sobre el pecho de Steel Brightblade.
¿La llevaría ahora, oculta bajo la horrenda armadura con sus símbolos de muerte y destrucción? ¿O habría abominado de ella, arrancándola de su cuello, y la habría sacrificado en el altar ensangrentado de la Reina Oscura?
Tanis no podía ver la joya. Steel le devolvió la mirada con frialdad, en absoluto cohibido. Si la llevaba encima, era lo bastante disciplinado para ocultar cualquier indicio de ella.
«Un hombre peligroso», pensó Tanis. «Si todos los paladines de Takhisis son como éste, estamos metidos en un buen lío.»
—¿Está Kalaman bajo ataque? —preguntó sin quitar la vista de Steel.
—Lo estará —contestó el caballero—. Y, a estas horas, también la Ciudadela Norte. No estoy revelando ningún secreto. Lord Ariakan quiere que los solámnicos sepan cómo fueron derrotados.
Tanis miró a Steel sumido en un sombrío silencio, y después se volvió hacia Palin, que parecía estar a punto de desplomarse.
—Discutiremos todo eso después. Primero tenemos que llevarte a casa. Te ayudaré a dar la noticia de la muerte de tus hermanos a tus padres. Recuerda, Palin, que tanto tu padre como tu madre fueron guerreros. Esto les causará un gran sufrimiento, cierto, pero...
—Hay algo más, Tanis —lo interrumpió el joven mago.
Era justo lo que el semielfo ya había imaginado.
—Se te retiene para obtener un rescate, ¿verdad?
—Sí. Y si no se paga, tomarán a cambio mi vida.
—¿Y a cuánto asciende ese rescate? Bah, no importa —se apresuró a añadir el semielfo con premura—. Por mucho que sea, conseguiremos reunir el dinero. Me alegrará poder contribuir. Y también lo...
—No es dinero lo que piden, Tanis —volvió a interrumpirlo Palin, con un cierto tono de impaciencia—. Después de todo, soy un mago.
—Un aprendiz —puntualizó el semielfo, simulando una despreocupación que estaba lejos de sentir. Tenía el terrible presentimiento de que sabía lo que venía a continuación y ansiaba posponerlo—. No te des esos aires, jovencito. —Miró a Steel—. Como he dicho, este joven sólo es un aprendiz que ha pasado la Prueba recientemente. Los hechiceros tal vez den a cambio de él unos cuantos objetos arcanos de poca importancia, pero nada de valor. Saldríais ganando más si pidierais dinero.
—Puede que Palin Majere sea sólo un aprendiz de mago, pero su tío, Raistlin Majere, no lo era —intervino Steel secamente—. Le hizo a su sobrino un valioso regalo. —El caballero señaló con un gesto el Bastón de Mago—. No me cabe la menor duda de que entregaría mucho más si supiera que la vida de su sobrino corre peligro.
—¿Pero es que todo el mundo se ha vuelto loco? —demandó Tanis—. ¡Raistlin Majere está muerto! Lleva muerto más de veinticinco años. Él no le dio el bastón a Palin. Se lo dio Dalamar el Oscuro...
Steel lo miraba fijamente con aquellos ojos negros, impasibles.
—¡Bah, estoy perdiendo el tiempo! ¿Cuál es el rescate? —preguntó Tanis.
—Quieren que se abra el Portal —contestó Palin en voz queda—. Los Caballeros Grises quieren encontrar el camino hacia el Abismo.
—Cuando el Portal esté abierto —dijo Steel—, nuestra soberana entrará en este plano. ¡Y nosotros le pondremos el mundo a sus pies!
16
El rescate. El cuarto de Raistlin. Palin concibe un plan
Steel se quedó de pie nada más cruzar la puerta de la posada El Último Hogar. Su porte era altanero, frío, orgulloso, impertérrito, sin demostrar emoción alguna cuando Tanis, con todo el tacto que fue capaz, dio a Tika y a Caramon la noticia de que sus dos hijos mayores habían muerto.
—¡Lo sabía! —fue la primera reacción de Tika. Se llevó las manos al corazón—. Paladine me valga, lo sabía. Lo sentía aquí. Oh, dioses, ¿por qué? ¿Por qué? —Apretó los puños y empezó a echarse atrás y adelante en la silla en la que estaba sentada.
Palin abrazó a su madre.
—Lo siento —dijo entrecortadamente—. Lo siento...
Caramon estaba estupefacto, aturdido.
—Mis muchachos —musitó—. Mis muchachos. —Con un desgarrador sollozo alargó los brazos y estrechó a Palin contra su pecho—. Al menos tú estás a salvo...
Tanis se mantuvo aparte, esperando que los primeros arrebatos de dolor pasaran; esperando para dar noticias aún peores a los desdichados padres. Palin no estaba a salvo, sino que corría un peligro mayor de lo que podrían imaginar jamás.
Al cabo de un tiempo, Palin se limpió las lágrimas y miró a Tanis.
—Díselo tú —musitó quedamente.
—¿Que nos diga qué? —inquirió Caramon, con la cabeza inclinada, tenso, tembloroso.
—Palin es prisionero de los caballeros negros —aclaró el semielfo—. Exigen un rescate.
—Bien, claro que lo pagaremos, sea lo que sea —respondió el hombretón—. Venderemos cuanto poseemos si es necesario...
—No es dinero lo que quieren, Caramon —siguió Tanis, que buscaba un modo más fácil de decírselo y no encontraba ninguno—. Quieren que los hechiceros abran el Portal al Abismo. Quieren utilizar a Palin para dejar vía libre a la Reina Oscura.
Caramon alzó el rostro descompuesto por el dolor, y su mirada pasó de Tanis a Palin, y de éste a Steel.