—Pero... ¡esto es una farsa! ¡Una burla! ¡Los hechiceros jamás abrirán el Portal! ¡Es una sentencia de muerte! ¡No te lo llevarás! ¡No te lo permitiré!
Antes de que ninguno de los presentes en la sala pudiera impedirlo, Caramon saltó de la silla y se arrojó sobre Steel. El peso del hombretón y el impulso hizo que los dos salieran lanzados y chocaran contra la pared.
—¡Caramon, detente! —Tanis y Palin pugnaban por quitar al posadero de encima del caballero negro. Caramon estaba intentando rodear el cuello de Steel con sus manos—. ¡Esto no servirá de nada!
Steel no sacó ningún arma. Agarró los brazos del hombretón y se las ingenió para soltarse. Luego empujó al posadero, echándolo a los brazos de su hijo y su amigo. Se puso de pie, respirando fatigosamente, cauteloso y alerta.
—He sido indulgente por tu hondo pesar —dijo fríamente—. La próxima vez no haré concesiones.
—¡Caramon, querido esposo! —Tika se aferró a él, tranquilizándolo—. Nos ocuparemos de esto y todo se arreglará. Tanis está aquí. Él nos ayudará, no dejará que se lleven a Palin, ¿verdad que no, Tanis?
Sus ojos estaban asustados, suplicantes. Tanis deseó de todo corazón poder decirle lo que tan desesperadamente quería oír. Tal y como estaban las cosas, sólo pudo sacudir la cabeza.
Tika volvió a sentarse en la silla con pesadez; sus manos crispadas agarraban el delantal y estrujaban la tela. No había derramado una sola lágrima. Ahora no. Todavía no. La herida era demasiado profunda. Aún no la sentía, sólo un frío entumecimiento. Y así siguió sentada, mirando fijamente el suelo, esperando que el dolor se abriera paso en su mente.
—Padre —dijo Palin en tono bajo—, querría hablar contigo...
—¡Llévame a mí, maldito seas! —demandó el posadero, soltándose del amoroso abrazo de su mujer—. Mi vida a cambio de la de mi hijo. Puedes retenerme hasta que sepáis la respuesta de los magos.
—Hablas con los sentimientos de un padre —contestó Steel—, pero debes de saber que tal petición es imposible. Nuestros hechiceros conocen el valor del sobrino de Raistlin Majere. Consideran muy probable que el propio archimago se interese por el bienestar del joven.
—¿Mi hermano? —Caramon estaba perplejo—. ¡Pero si mi hermano está muerto! ¿Qué podría hacer él?
—¡Padre! —susurró Palin con apremio, tirándole de la manga—. ¡Por favor, necesito hablar contigo!
Caramon no le hizo caso. Steel esbozó una sonrisa sarcástica y se encogió de hombros.
—Esperemos que pueda hacer algo, señor. —La sonrisa del caballero se tensó—. O, en caso contrario, perderás un tercer hijo.
Tika soltó un grito ahogado, gimió, y apretó los puños contra la boca. Tanis estaba a su lado, pero Dezra, que bajaba por la escalera, lo apartó de un codazo, rodeó con los brazos a Tika y le susurró palabras tranquilizadoras:
—Vamos. Ven conmigo, querida. Ven arriba y descansa.
Tika recorrió la sala con la mirada y contempló a su familia y a sus amigos como si no los conociera. Luego cerró los ojos, apoyó la cabeza en el pecho de Dezra, y empezó a sollozar bajito.
Dezra, con los ojos brillantes por las lágrimas, alzó la vista hacia Tanis.
—Puedes decir a ese lord elfo que su dama está a punto de dar a luz. Su salud es buena y está animosa. Creo que todo irá bien con ella y con el bebé.
—Porthios está esperando fuera —repuso el semielfo. Dioses benditos, se había olvidado completamente de la otra crisis—. Se lo haré saber.
Steel, al oír el nombre del soberano elfo, se llevó la mano a la empuñadura de la espada. Sus labios se fruncieron.
—Debería estar aquí, junto a los demás —dijo Dezra, iracunda—. ¿Qué hace, zafándose así de los problemas?
—Es mejor que se haya marchado, Dezra. Me costó no poco trabajo convencerlo para que saliera. Tenemos una guerra a punto de estallarnos en las narices, aquí mismo.
—¡Guerra! —exclamó Dezra con amargura—. Una nueva vida viene a un mundo de tristeza y dolor. ¡Quizá sería mejor que esa criatura naciera muerta!
—¡No digas esa, Dezra! —gritó Tika de repente—. Cada niño recién nacido es la esperanza de un mundo mejor. Tengo que creer eso. ¡Que las vidas de mis hijos han servido de algo!
—Sí, querida. Así ha sido. Lo lamento, no sabía lo que me decía. Ven arriba —pidió Dezra, sollozando quedo—. Me..., me vendría bien que me echaras una mano con lady Alhana, si te sientes con ánimos.
—Una nueva vida —musitó Tika—. Una se va y otra viene. Sí, puedo ayudar. Quiero ayudar...
—Padre —dijo Palin, cuando su madre se hubo marchado de la sala—, tenemos que hablar. Ahora.
Sobresaltado por la inusual firmeza en la voz de su hijo, Caramon lo miró. Palin estaba mortalmente pálido, con profundas ojeras.
—Lo..., lo siento, hijo —farfulló mientras se pasaba los dedos por el pelo—. No..., no sé muy bien qué estoy haciendo. Pero deberías acostarte un poco. Ve y descansa...
—Lo haré, padre —dijo Palin pacientemente. Cogió al hombretón por un brazo—. Ven conmigo. Acompáñame y hablemos. ¿Podemos hablar a solas?
Steel, al que iba dirigida la pregunta, dio permiso con un breve cabeceo.
—Me has dado tu palabra de honor de que no intentarás escapar, mago.
—Y la mantendré —respondió el joven con dignidad—. Padre, por favor.
—Ve con él, Caramon —instó Tanis—. Tus otros dos hijos están con Paladine. Es Palin quien te necesita ahora.
—No entiendo esto, Tanis. —El semblante del posadero estaba contraído por el dolor y el desconcierto—. ¡Raistlin está muerto! ¿Qué más quieren de él? No lo entiendo.
Tanis abrigaba sus dudas sobre eso. ¿Estaba Raistlin muerto realmente? ¿O los hechiceros Túnicas Grises habían descubierto lo contrario? El semielfo sospechaba que Palin sabía más de lo que daba a entender.
—He de hablar con Dalamar —musitó mientras padre e hijo abandonaban la sala—. Es preciso que hable con el Comandante. Tenemos problemas... Graves problemas.
Pero, ahora mismo, con quien tenía que hablar era con Porthios.
Y decirle que su hijo nacería pronto.
Unos dejan el mundo y otros llegan a él.
¿Esperanza?
De momento, él no la veía.
Años atrás, Caramon había construido la mejor casa de Solace para Tika. Era lo bastante grande para que tuviera cabida una familia en crecimiento, y durante muchos años resonó con las risas y los juegos ruidosos y violentos de los tres niños Majere. Más adelante, vinieron al mundo dos hijas, con el propósito expreso de jorobar a sus hermanos mayores, o eso es lo que Palin decía a menudo.
Para entonces, Caramon y Tika eran dueños absolutos de la posada El Último Hogar. Los chicos se hicieron hombres y partieron en busca de aventuras. La casa estaba a cierta distancia de la posada. Las idas y venidas entre una y otra a cualquier hora del día o de la noche (Tika se despertaba a menudo con la firme convicción de que en la posada se había prendido fuego y mandaba a Caramon para que lo comprobara) resultaban agotadoras y les nacían perder mucho tiempo. Finalmente, aunque los dos adoraban la casa, Tika y Caramon decidieron que sería más cómodo instalarse en la posada y vender su vivienda.
Una de las habitaciones de la antigua casa la habían denominado como el «cuarto de Raistlin». En los primeros años de matrimonio, después de que su hermano gemelo hubiera tomado la Túnica Negra y se hubiera instalado en la Torre de la Alta Hechicería de Palanthas, Caramon había seguido manteniendo la habitación con la ferviente —aunque ilusoria— esperanza de que un día Raistlin se daría cuenta de su equivocación y volvería con ellos.
Tras la muerte de Raistlin, Caramon planeó hacer del cuarto «otra habitación más», pero sus esperanzas y sueños se habían centrado en él de tal manera que eran como fantasmas que rehusaran ser desalojados. El «cuarto de Raistlin» siguió siéndolo hasta el día en que se vendió la casa. Cuando los Majere se trasladaron a la posada, no se pensó en hacer otro «cuarto de Raistlin» hasta que un día Caramon se sobresaltó al oír a sus dos hijitas refiriéndose a una de la habitaciones —un pequeño cuarto de almacenamiento en la parte posterior— como el «cuarto de Raistlin».