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Se sentía abrigada y a salvo, y maravillosamente satisfecha.

—¡Creo que nunca había probado nada igual! —masculló, en medio de un bostezo.

—Ni yo —dijo Tas, que parpadeó, esforzándose por seguir despierto. Con el copete, tenía un aspecto que recordaba a un buho moñudo.

Cuando Dalamar y Jenna entraron en la estancia, tanto Tas como Usha les sonrieron, sumidos en el brumoso letargo del hartazgo.

Los hechiceros intercambiaron una mirada conspiradora. El elfo oscuro hizo un rápido examen de la habitación, catalogando su contenido con rapidez.

—Sólo falta una cuchara —comentó—, y hemos dejado al kender solo en esta habitación durante más de una hora. Creo que debe de ser una especie de récord. —Alargó la mano y sacó el cubierto de plata del bolsillo de Tas.

—La encontré en el suelo. —Dijo Tasslehoff, sin saber realmente lo que decía ni lo que hacía, y se lanzó a recitar toda una letanía de disculpas kenders:— Se coló en mi bolsillo por casualidad. ¿Estás seguro de que es tuya? Creí que ya no la querías. Te marchaste y la dejaste aquí. Iba a lavarla antes de devolvértela.

—Gracias —dijo Dalamar, que puso de nuevo la cuchara en la mesa.

—De nada. —Tas sonrió y cerró los ojos.

El elfo oscuro se volvió hacia Usha que, sonriendo tontamente, lo saludó agitando la mano.

—Excelente comida.

—Gracias. Creo que traías una misiva para mí.

—Oh, sí. Aquí está. En alguna parte. —Usha metió la mano en uno de los bolsillos del pantalón de seda. Sacó un rollo de pergamino y lo agitó alegremente en el aire.

—¿Qué pusiste en la sidra, cariño? —susurró Jenna a Dalamar. Cogió el pergamino y lo examinó con cuidado—. ¿Es esto, pequeña? ¿Estás segura?

—No soy tu pequeña —replicó Usha, enfadada—. No eres mi madre y tampoco eres mucho mayor que yo, así que deja de darte tantos aires, señora.

—¿Y de quién eres hija? —preguntó Dalamar con aparente indiferencia mientras aceptaba la misiva que le tendía Jenna.

No la abrió enseguida, sino que se quedó mirando a Usha fijamente, buscando alguna semejanza entre la joven y su shalafi, un hombre al que había admirado y querido, temido y odiado.

Usha lo miró a través de los párpados entrecerrados.

—¿De quién crees que soy hija?

—No lo sé —contestó Dalamar, que tomó asiento en una silla cerca de Usha—. Háblame de tus padres.

—Vivíamos en las Praderas de Arena —empezó la joven.

—No es cierto. —La voz del elfo oscuro era cortante y Usha tuvo la impresión de que le cruzaba la cara como un latigazo—. No me mientas, muchacha.

Usha dio un respingo, se sentó más derecha en la silla y lo miró con desconfianza.

—No estoy mintiendo...

—Ya lo creo que sí. Estos objetos mágicos —Dalamar echó la bolsa sobre el regazo de Usha— son de manufactura irda. Los reconozco. —Alzó la carta—. Sin duda, esto me cuenta la verdad...

—No, no lo hace —replicó Usha. Empezaba a dolerle mucho la cabeza, tenía la lengua seca y la sentía como hinchada y entorpecida. Ya no le gustaba este sitio, ni el mago vestido de negro. Había llevado a cabo el encargo, y era hora de que se marchara—. Sólo es la historia acerca de una piedra. No sé por qué pensó Prot que eso era importante. —Recogió sus bolsas y se incorporó, tambaleándose un poco—. Y ahora, puesto que he entregado la carta, me marcho. Gracias por la cena...

Se interrumpió. La mano de Jenna estaba sobre su hombro.

—No hay camino de salida —dijo Dalamar mientras se daba golpecitos en los labios con el pergamino enrollado—, a menos que yo te lo proporcione. Por favor, siéntate, Usha. Serás mi invitada durante un tiempo. Y el kender, también. Bien, eso está mejor —dijo cuando la joven se sentó de nuevo. Luego siguió con un tono agradable, peligroso:— Ahora, háblame de tus padres.

—No sé nada —dijo Usha, alarmada, desconfiada—. De verdad. Era una huérfana, y los irdas me acogieron y me criaron desde que era un bebé.

Jenna se sentó en el brazo del sillón de Dalamar.

—Tuvieron que decirte algo.

—No lo hicieron. —La actitud de Usha era evasiva—. Pero me las ingenié para descubrir algo por mi cuenta. ¿Habéis oído hablar del Valum?

—El Valin --corrigió Tasslehoff. La curiosidad y el sueño se lo disputaban en una encarnizada batalla. Bostezando, se pellizcó para mantenerse despierto—. La palabra es Valin...

—Ya lo sé —replicó la joven bruscamente mientras lanzaba al kender una rápida y funesta mirada. Se volvió hacia Dalamar, exhibiendo una amplia sonrisa—. El Valin, por supuesto. Debe de ser por la sidra, que me hace pronunciar mal las palabras.

El elfo oscuro no hizo ningún comentario y apretó la mano a Jenna para hacerla callar cuando la mujer iba a decir algo.

—En fin —continuó Usha—, una noche, cuando se suponía que debería estar durmiendo, oí a alguien entrar en nuestra casa. Los irdas casi nunca tienen compañía, así que bajé sigilosa de mi cama para ver quién era. El visitante era un hombre a quien los irdas denominan el Dictaminador. Él y Prot estaban hablando, ¡y lo hacían acerca de mí! Naturalmente, me quedé a escuchar.

»Dijeron montones de cosas que no comprendí, algo sobre el Valin y de cómo mi madre, que había sido una irda, dejó a su pueblo y viajó por el mundo. Y que conoció a un joven hechicero en una taberna que había junto a un bosque encantado. Unos matones la acosaron en esa taberna, y el mago y su hermano mayor...

—Su hermano gemelo —intervino Tasslehoff, pero sus palabras se perdieron en un prodigioso bostezo.

—... salieron en su defensa, y el mago vio la cara a mi madre y pensó que era la mujer más hermosa que había visto en su vida. Y ella lo miró a él y el Valin tuvo lugar entre los dos y...

—Explica qué es el Valin --pidió Dalamar en voz queda.

—Dijiste que sabías lo que era. —Usha tenía fruncido el ceño.

—No —contestó suavemente el elfo oscuro—. Fuiste tú quien dijo que lo sabía.

—¡Yo sé lo que es! —gritó Tas, que se sentó derecho y agitó las manos en el aire—. ¡Dejadme que lo diga!

—Gracias, Burrfoot, pero preferiría oír la versión irda de la historia —dijo Dalamar fríamente.

—Bien, pues... el Valin es... algo que ocurre... entre un hombre y una mujer —empezó Usha, ruborizada hasta las orejas—. Eh... hace que... que se junten. Supongo que eso es lo que sucede. —Se encogió de hombros—. El Protector nunca me habló mucho sobre eso, salvo para decir que no podría ocurrirme a mí.

—¿Y por qué no? —preguntó el elfo oscuro.

—Porque soy humana en parte —contestó Usha.

—¿De veras? ¿Y quién es tu padre?

—El joven mago de la historia —dijo la muchacha sin pensarlo—. Se llama Raistlin. Raistlin Majere.

—Os lo dije —comentó Tasslehoff.

Dalamar frunció los labios y se dio golpecitos con el borde del pergamino. Miró a Usha durante tanto tiempo, en silencio, que la joven se puso nerviosa e intentó apartarse de la mirada de aquellos ojos insondables. Al cabo, el elfo oscuro se levantó bruscamente y se acercó a la mesa. Usha lanzó un suspiro de alivio, sintiéndose como si la hubieran sacado de nuevo de la celda de la cárcel.

—Este es un excelente vino —dijo Dalamar, alargando la mano hacia la botella de cristal—. Deberías probar un poco. Jenna, ¿me ayudas a servir a nuestros invitados?

—¿A qué viene esto? —le preguntó en voz baja la mujer cuando estuvo a su lado—. ¿Qué ocurre?

Dalamar vertió el vino dorado en copas de cristal.

—No le creo —respondió en un susurro—. Está mintiendo.

—¿Qué has dicho? —preguntó a voces Tasslehoff al tiempo que metía la cabeza entre los dos—. No oí eso último.