Irritada, Jenna metió la mano en un saquillo colgado del cinturón, sacó un puñado de arena, y se lo echó al kender a la cara.
—Drowshi --ordenó.
—¡Aaaachís! —Tasslehoff no había acabado de soltar el estornudo cuando suspiró con satisfacción, se desplomó sobre la mesa y se quedó profundamente dormido.
—Esa historia que ha contado, no la creo —repitió Dalamar—. La ha sacado del kender. Fue un error dejarlos solos a los dos.
—Pero los ojos dorados...
—Es posible que todos los irdas los tengan así —replicó el elfo oscuro—. ¿Cómo vamos a saberlo? Nunca he visto a uno. ¿Y tú?
—No seas tan brusco, querido —dijo Jenna, con gesto animoso—. Por supuesto que nunca he visto a un irda. Nadie en Ansalon lo ha visto. ¿Qué dice la carta?
Dalamar, de mal humor, quitó la cinta de seda que ataba el pergamino, lo desenrolló y echó una ojeada por encima. Resopló con desdén.
—Parece ser la historia de la creación del mundo. No, querida, no es probable que encontremos la respuesta aquí.
Arrojó la misiva sobre la mesa, donde estaba recostado Tasslehoff, roncando suavemente. Tenía granos de arena pegados a su canoso copete.
Dalamar limpió la arena que había caído sobre el mantel de encaje.
—Pero puede que haya un modo de saber la verdad.
—Comprobar si la chica posee el don —sugirió Jenna, que supuso lo que estaba pensando. Cogió la carta y empezó a leerla con más detenimiento—. Ocúpate tú de ello mientras leo esto hasta el final. Tiene que decir algo importante, o los irdas no te lo habrían enviado.
Dalamar se volvió hacia Usha, que ahora estaba hecha un ovillo en la silla, con la cabeza apoyada en el brazo y casi dormida.
El hechicero la sacudió por el hombro.
—¿Eh? ¿Qué quieres? Déjame en paz. —Usha se retorció, intentando cubrirse la cara con los cojines.
Dalamar apretó los dedos con fuerza sobre el hombro de la chica.
—¡Ay! —Usha se sentó y lo miró ferozmente—. Me haces daño.
Lentamente, el elfo oscuro la soltó.
—Si de verdad eres hija de Raistlin Majere...
—Lo soy —dijo ella con altiva dignidad.
—Entonces debes de haber heredado alguna de sus habilidades en el arte.
—¿Qué arte? —Usha lo miró con desconfianza.
—El arte arcano. La magia. Raistlin fue uno de los hechiceros más poderosos que ha habido en Ansalon. El talento mágico es un don que se hereda, generalmente. El sobrino de Raistlin, Palin Majere, ha heredado gran parte de la maestría de su tío. La hija de Raistlin debería poseer ese poder, sin lugar a dudas.
—Oh, y así es —contestó Usha, que se acurrucó entre los cojines.
—Entonces no te importará hacer una demostración de ese talento tuyo para Jenna y para mí.
—Lo haría, pero me está prohibido. Los irdas me advirtieron sobre ello, ¿sabes? Tengo demasiado poder. —Miró a su alrededor—. Odiaría destruir esta habitación tan bonita.
—Correré ese riesgo —dijo Dalamar secamente.
—Oh, no. Sería incapaz, de veras. —Usha lo miraba con los ojos muy abiertos, en una expresión de inocencia—. Prot me advirtió que nunca...
—¡Por Lunitari! —Jenna inhaló bruscamente—. Que la diosa de la luna roja nos asista. Si esto es verdad...
—Si es verdad ¿qué? —inquirió Dalamar, que se volvió hacia la maga.
—Debiste seguir leyendo, querido. —Jenna le tendía la carta—. Está casi al final. Los irdas tienen la Gema Gris.
Dalamar leyó rápidamente y después alzó la vista del papel.
—Dice que van a... —musitó—. ¿Qué sabes de esto, muchacha? —demandó, volviéndose hacia Usha.
Completamente despierta ya, la joven lo miraba perpleja.
—¿De qué? —preguntó.
Dalamar parecía una serpiente dormitando bajo un sol ardiente y brillante. Su voz suave, con su siseante deje elfo, resultaba sedante y embaucadora. Embrujaba a sus presas con sus modales corteses y su delicada belleza y, cuando las tenía totalmente cautivadas, las devoraba.
—¡No te hagas la tonta! —Pareció que se desenroscaba y se deslizaba hacia ella—. ¿Qué sabes de la Gema Gris? En este momento, señora, ahórrame tus embustes.
Usha tragó saliva y se humedeció los labios.
—No mentía —consiguió articular con un hilo de voz—. Y no sé nada sobre la Gema Gris. Sólo la vi una vez...
—¿Qué aspecto tiene?
—Era una gema... gris... —empezó.
Las perfiladas y negras cejas del hechicero se fruncieron en un gesto de desagrado, y los ojos almendrados relucieron.
Usha volvió a tragar saliva con esfuerzo y continuó rápidamente:
—Tenía muchas facetas, más de las que pude contar. Y emitía una especie de brillo grisáceo que mareaba. No me gustó su aspecto. Me producía una extraña sensación, como si quisiera echar a correr y hacer locuras que no tenían ningún sentido. El Protector dijo que era el efecto que causaba en los humanos...
—¿Y los irdas tenían intención de romper la piedra? —La voz de Dalamar era tensa.
—Sí —dijo Usha, encogiéndose entre los cojines del sillón para apartarse de la terrible intensidad de su mirada—. Por eso me enviaron lejos. El Dictaminador dijo que como era humana..., que como era en parte humana —se corrigió—, podría interferir con la magia...
—¿Y si han roto la Gema Gris? —preguntó Jenna—. ¿Cuáles serán las consecuencias?
—No lo sé, y dudo que haya alguien que lo sepa. Puede que ni siquiera los propios dioses. —Dalamar clavó la ardiente mirada en Usha—. ¿Sabes lo que ocurrió? ¿Viste algo antes de partir?
—Nada. A no ser... un resplandor rojizo en el cielo. Como un fuego. Yo... supongo que era la magia...
Dalamar no añadió nada más ni prestó atención a la joven, que tuvo la precaución de mantener la boca cerrada y seguir medio enterrada entre cojines con la esperanza de no llamar más la atención sobre ella. El elfo oscuro paseó de un lado a otro de la estancia varias veces. Jenna lo observaba, preocupada y nerviosa. Tasslehoff ya no dormía apaciblemente, sino que rebullía en sueños. Por fin, Dalamar tomó una decisión.
—Convocaré al Cónclave para mañana. Debemos partir hacia Wayreth de inmediato.
—¿Qué estás pensando?
—Que esto no me gusta nada —contestó el hechicero con gesto sombrío—. El tiempo tan raro que hace, el terrible calor, la inusitada sequía y otros sucesos chocantes. Puede que ésta sea la respuesta.
—¿Qué harás con la chica y con el kender? ¿Llevarlos con nosotros?
—No. Ya nos ha dicho todo lo que sabe. Si se corre la voz entre el Cónclave de que la hija de Raistlin anda suelta por Ansalon, se desataría un tumulto. No conseguiríamos llegar a nada positivo. Es mejor dejarla aquí, a buen recaudo y sin que hable con nadie. Al kender, también. Es amigo de Caramon Majere y podría irle con el cuento.
Los dos hechiceros se dirigieron hacia la puerta.
—¡Esperad! —gritó Usha, poniéndose de pie de un brinco—. ¡No podéis dejarme aquí! ¡No me quedaré! ¡Empezaré a gritar y alguien me oirá!
Jenna se volvió y echó un puñado de arena sobe Usha. La joven parpadeó, se frotó los ojos, y sacudió la cabeza con gesto aturdido.
—Os digo que no me quedaré...
—Resiste al efecto mágico —observó Jenna—. Qué interesante. Me pregunto si lo conseguirá por sí misma o si la protege algún tipo de ensalmo o talismán...
—Sea cual sea el caso, ahora no tenemos tiempo para eso.
Dalamar chasqueó los dedos. Usha se tambaleó y se desplomó entre los cojines. Se le cerraron los ojos.
Se abrió una puerta a la escalera espiral que giraba en torno a la pared del hueco central de la Torre de la Alta Hechicería. Los estrechos peldaños de piedra conducían, hacia arriba, al laboratorio, donde nadie, ni siquiera el Amo de la Torre, podía entrar, y hacia abajo, a las habitaciones donde vivían y estudiaban los aprendices; y aún más abajo, a la Cámara de la Visión. Dalamar cerró la puerta y echó la llave, que era de plata.