Porthios terminó la canción y se apartó. Los hombres cogieron palas y empezaron a tapar la tumba con tierra. Llegado este momento era costumbre echar flores a los cuerpos, pero hacía mucho que todas las flores se habían agostado por el calor. El montón de tierra que cubría a los dos caballeros fue apisonado con amoroso cuidado. El clérigo de Mishakal estaba a punto de elevar una última plegaria y dar la bendición, cuando la multitud que rodeaba la tumba se apartó a los lados de repente, ya que los presentes retrocedían con alarma.
Steel Brightblade se acercaba caminando entre ellos.
Ofendidos por la intrusión en estos momentos de pesar, los vecinos lo instaron a que se marchara. Porthios tenía un gesto ceñudo; los elfos, con las manos sobre las armas, cerraron filas en torno a su señor.
Steel no les prestó atención, y llegó hasta la cabecera de la tumba.
—Señor —dijo el clérigo de Mishakal con severidad—, tu presencia aquí no es bien recibida. Es un insulto a los muertos.
Steel no hizo comentario alguno. Se mantenía callado, serio y reservado, haciendo caso omiso del clérigo, los insultos y las amenazas. Llevaba en las manos un paquete que había ido atado en la narria en la que había transportado los cadáveres.
Caramon, perplejo, miró a su hijo. Palin se limitó a sacudir la cabeza; no tenía idea de lo que pasaba. En un incómodo silencio, todos observaron y esperaron pata ver qué iba a hacer el caballero negro.
Steel se inclinó sobre una rodilla, desenvolvió el paquete, y lo extendió sobre la agostada hierba parda.
Los últimos rayos del sol agonizante brillaron sobre la espada rota de Tanin, y al lado estaba el mango de la lanza rota de su hermano. Steel cogió las armas y las colocó, cuidadosamente, sobre la tumba. Luego, arrodillado y con la cabeza inclinada, empezó a entonar palabras en un lenguaje raro y desconocido.
El clérigo de Mishakal se acercó presuroso a Tanis y le tiró de la manga.
—¡Detenlo! —instó—. ¡Está lanzando algún tipo de conjuro maligno sobre los muertos!
—No, en absoluto —dijo Tanis en voz queda, los ojos llenos de lágrimas y el corazón, de recuerdos—. El lenguaje que habla es solámnico. Está recitando el salmo funerario de los Caballeros de Solamnia.
·
· Devuelve a este hombre al seno de Huma,
· más allá del cielo imparcial;
· concédele el descanso del guerrero,
· y guarda el último destello de sus ojos,
· libre de la asfixiante nube de la guerra,
· sobre las antorchas de las estrellas.
· Permite que la última bocanada de su aliento,
· se refugie en el tibio aire,
· por encima de los sueños de las aves de rapiña,
· donde sólo el halcón recuerda la muerte.
· Pronto se alzará la sombra de Huma,
· más allá del cielo imparcial.
·
Todos guardaron silencio hasta que hubo terminado. Entonces Steel se incorporó, sacó su espada e hizo el saludo de los caballeros. Se llevó la empuñadura de la espada a los labios y extendió el arma hacia afuera en un amplio arco. Tras hacer una reverencia formal a la estupefacta familia, el paladín oscuro giró sobre sus talones y avanzó, lenta y altivamente, entre la multitud, que se apartó a su paso con asombrado temor.
En su camino, Steel hizo un alto delante de Porthios. Una sonrisa burlona jugueteó en los labios del caballero negro.
—No pierdas el sueño por una guerra civil entre las naciones elfas, señor. Muy pronto, Qualinesti y Silvanesti estarán unidas... bajó el tacón de la bota de lord Ariakan.
Porthios desenvainó la espada. Tanis, que había previsto algún problema, se movió rápidamente para detenerlo.
—Piensa dónde estás hermano. Piensa en Alhana —le rogó, hablando en elfo—. Sólo son baladronadas propias de la fogosa juventud. Ya has pasado por lo mismo antes. No hagas caso.
Probablemente Porthios no habría hecho mucho caso a sus palabras, pero en ese momento un débil plañido —el llanto de un recién nacido— tremoló en el aire. Lanzándole una última mirada funesta, Porthios apartó a Steel con el hombro y se dirigió presuroso hacia la posada. Su escolta de elfos también se marchó, no sin antes dirigir miradas asesinas al caballero negro.
Steel las soportó sin alterar aquella sonrisa burlona, y luego, volviéndose a medias, echó una ojeada sobre el hombro.
—Palin Majere, sigues siendo mi prisionero. Despídete de los tuyos, porque es hora de que partamos.
—¡Palin! —gritó Tika al tiempo que extendía las temblorosas manos hacia su hijo.
—No me pasará nada, madre —la tranquilizó el joven mago, que lanzó una mirada a su padre. Los dos habían acordado no decir nada a su madre acerca de lo que intentaba hacer—. Los magos pagarán el rescate y pronto estaré de vuelta en casa. —Se inclinó y la besó en la mejilla.
—Cuídate —le dijo Tika suavemente, la voz entrecortada, y entonces sobresaltó a Palin al añadir:— Raistlin no era del todo malo. Había algo de bueno en él. Nunca le tuve mucho aprecio, pero supongo que era porque no lo entendía. Quizás... —Se interrumpió, respiró hondo, y después dijo con tono tajante:— Quizás hagas bien al actuar así.
El joven la contempló sin salir de su asombro. Volvió a mirar a su padre, que se encogió de hombros.
—No he dicho nada, hijo.
Tika esbozó una triste sonrisa, y puso la mano sobre la de su hijo.
—Siempre sabía si estabas planeando alguna diablura, ¿recuerdas? Tú y tus hermanos... —Tragó saliva con esfuerzo. Las lágrimas brotaron de sus ojos—. ¡Que Paladine te acompañe, hijo mío!
—Ten cuidado, hijo —pidió Caramon—. Si puedo hacer algo...
—Gracias, padre. Gracias por todo. Adiós, madre.
Palin se dio media vuelta y se alejó deprisa, medio cegado por las lágrimas, pero había recobrado el dominio de sí mismo cuando llegó junto a Steel.
—¿Tienes todo lo que te hace falta? —preguntó el caballero.
Palin enrojeció. Sólo llevaba un saquillo de componentes de hechizos; estando en una categoría tan baja, no necesitaba más. Las ropas que tenía las llevaba puestas: la blanca túnica manchada con sangre y el polvo del camino. No tenía libros de hechizos, ni cajas de pergaminos. Pero en su mano llevaba el Bastón de Mago.
—Estoy dispuesto —dijo.
Steel asintió con la cabeza e hizo un cortés y frío saludo a Caramon y a Tika. Palin no volvió la vista atrás y echó a andar por la calzada. Los dos jóvenes desaparecieron en las sombras cada vez más largas.
Aquella noche, Caramon y Tika plantaron dos retoños de vallenwood en la tumba de sus hijos.
En la posada El Último Hogar, Alhana Starbreeze, exhausta por el largo parto, dormía. Porthios se había quedado a su lado. Cuando por fin se quedó dormida y todos los demás salieron de la habitación, él se inclinó y la besó con ternura.
Seguro de que su esposa y su hijo recién nacido se encontraban bien, Porthios regresó a la sala de la taberna y se sentó con sus guerreros. Planeaba unificar los reinos elfos aunque para ello tuviera que matar a todos los elfos de Ansalon.
Tanis salió de viaje hacia la Torre del Sumo Sacerdote para decirles a los caballeros, una vez más, lo que venía diciéndoles desde hacía cinco años: que las fuerzas de la Reina Oscura se habían puesto de nuevo en marcha.