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Todavía llegaban correos, en mayor número que antes, portando noticias funestas sobre hambruna y fuego. Unos cuantos viajeros empedernidos aparecían de vez en cuando, medio muertos por el sol abrasador. Los mercaderes cerraron sus puestos y se trasladaron de nuevo a Palanthas. Ya no se celebraban torneos. Demasiados caballeros, embutidos en sus pesadas armaduras, se habían desplomado por el espantoso bochorno. Sólo los kenders, afectados por la enfermedad propia de su raza conocida como «ansia viajera», seguían frecuentando la torre de forma habitual; llegaban quemados por el sol y polvorientos, comentando jovialmente el extraordinario cambio del tiempo.

Un grupo de kenders estaba siendo puesto de patitas en la calle cuando Tanis el Semielfo llegó a primeras horas del día. El caballero a cargo de los kenders los soltó y les ordenó que se alejaran del portón y siguieran su camino. Tras hacer un rápido recuento, el guardia desapareció precipitadamente y a poco regresó con otros dos kenders que se habían separado del grupo y estaban inspeccionando el gran comedor. El caballero los despojó de varios cubiertos, seis bandejas de peltre adornadas con el sello de los caballeros, dos servilletas de lino y una pimentera.

Por lo común, los kenders se habrían rezagado por los alrededores de la torre, esperando que se presentara la oportunidad para entrar de nuevo. Hoy, sin embargo, los hombrecillos se distrajeron con la llegada de Tanis a lomos de un grifo.

Tan pronto como el animal aterrizó frente a la entrada principal, en la calzada que conducía a la torre, los kenders se arremolinaron en torno a él como un enjambre, contemplando con amistoso interés al grifo. La feroz bestia, a la que no le gustaban los kenders, los miraba fieramente con sus penetrantes ojos negros. Cuando se acercaban demasiado, el grifo agitaba las plumas con irritación y chasqueaba el pico amenazadoramente para gran deleite de los hombrecillos.

Viendo que uno o más kenders podían acabar como desayuno del grifo, Tanis, tras expresar varias veces su gratitud, despachó a la bestia de vuelta con Porthios. El grifo se marchó al punto y de muy buena gana. Los kenders lanzaron una exclamación decepcionada y enseguida se pegaron a Tanis.

Manteniendo bien sujetas la espada con una mano y la bolsa del dinero con la otra, el semielfo se abrió paso entre el mar de kenders, intentando llegar a la torre y sin hacer demasiados progresos. Afortunadamente, el sonido de cascos al galope en la distancia hizo que los kenders abandonaran a Tanis y pusieran su atención en esta nueva llegada. Tanis se dirigió presuroso hacia la entrada.

El caballero que estaba de servicio saludó al semielfo, que era un frecuente visitante en la torre.

—Bienvenido, mi señor. Me ocuparé de que seáis escoltado hasta el salón de invitados para que descanséis de vuestro largo...

—No hay tiempo para eso —lo interrumpió bruscamente Tanis—. Tengo que ver a sir Thomas de inmediato.

El viejo amigo del semielfo y anterior cabecilla de los caballeros, lord Gunthar Uth Wistan, se había retirado el año anterior. Thomas de Thelgaard, lord Caballero de la Rosa, era ahora el comandante de la Torre del Sumo Sacerdote. Un hombre de cuarenta y pocos años, sir Thomas tenía reputación de ser un comandante duro y eficaz. Su linaje en la caballería era muy largo. El abuelo de Thomas, otro Caballero de Solamnia, había sido desposeído de sus propiedades por un secta de falsos clérigos durante los años oscuros posteriores al Cataclismo. El padre de Thomas se había tragado su orgullo y se había comprometido por medio de un contrato con los clérigos para trabajar como esclavo en la tierra que había pertenecido a su familia. Por consiguiente, la primera montura de sir Thomas había sido un caballo de labranza; sus primeras batallas fueron contra gusanos y gorgojos. Había visto cómo su padre trabajaba hasta reventar, lo había visto morir siendo esclavo, y juró que él se convertiría en caballero.

Thomas tuvo su oportunidad durante la Guerra de la Lanza. Su aldea estaba en el paso de los ejércitos de los Dragones. Temiendo un ataque inminente, los falsos clérigos huyeron, llevándose consigo todas las cosas de valor y dejando a la gente a merced de los draconianos. Por entonces un joven de veinte años, Thomas reunió a sus amigos y vecinos y los instó a buscar refugio dentro del castillo. Defendió sus propiedades con tal destreza y osadía que el castillo resistió los ataques de los ejércitos de los Dragones hasta el final de la guerra.

Tanis no conocía a Thomas muy bien, pero, a juzgar por lo que había visto, lo consideraba un hombre inteligente y con sentido común.

—Debo ver a sir Thomas de inmediato —repitió—. Traigo noticias urgentes.

—Desde luego, mi señor —contestó el caballero, que envió a un mensajero en busca del comandante.

Tanis no tuvo que esperar mucho. Sir Thomas, poco partidario de las ceremonias, se presentó en persona, saludó cordialmente al semielfo, y luego, advirtiendo su impaciencia, lo invitó a mantener una conversación privada mientras paseaban por las almenas.

—Traes noticias —dijo Thomas cuando estuvieron a solas—, y, a juzgar por tu expresión, no son buenas.

—Entonces ¿es que no has recibido mi informe?

—¿Sobre qué? No he recibido nada nuevo desde hace una semana.

—Lord Ariakan ha lanzado su ataque. La Ciudadela Norte y Valkinord han caído, las dos. Puede que Kalaman se encuentre bajo asedio en estos momentos. A mi modo de entender, los caballeros negros están lanzando un ataque por dos frentes, con un ejército avanzando a través de las montañas Khalkist y el otro planeando avanzar río arriba desde Kalaman. —El comandante miraba pasmado a Tanis.

»Mi señor, los caballeros que fueron enviados para fortificar Kalaman fueron aniquilados hasta el último. —Tanis hablaba con voz queda—. Lucharon valerosamente, pero los superaba un inmenso número de enemigos. Tengo aquí una lista con el nombre de los muertos. —Sacó uno pliego doblado y se lo tendió a lord Thomas—. Hay que decir en favor de Ariakan que los muertos han sido tratados con todo respeto.

—Sí, era de esperar en él —comentó Thomas mientras ojeaba la lista con semblante ceñudo y la mandíbula tensa—. Los conocía, a todos ellos —dijo por fin. Enrolló el pliego y lo metió bajo el cinturón—. Me ocuparé de que sus familias sean informadas. Tú conocías a dos de ellos, me parece. Los muchachos Majere.

—Sí, los conocía. Ayudé a enterrarlos —contestó Tanis con expresión sombría—. Su hermano menor, Palin, fue hecho prisionero y está retenido para obtener un rescate. Fue su captor, un Caballero de Takhisis, quien nos trajo estas nuevas. También conoces a ese caballero, mi señor. Se llama Brightblade, Steel Brightblade.

—El hijo de Sturm Brightblade. Sí, recuerdo el incidente. Intentaste salvar al joven del Mal, pero acabó profanando la tumba de su padre y robando su espada.

Eso no era exactamente lo que había ocurrido, pero Tanis —que en su momento fue arrestado y acusado con los cargos de su participación en el «incidente»— sabía a qué atenerse y no quiso discutir. Había presentado los hechos ante el Consejo de Caballeros y, finalmente, había conseguido limpiar su nombre y el de su amigo Caramon. Pero había sido incapaz de convencer a los caballeros de que fue el propio Sturm quien había legado la espada a su hijo. Tampoco estaba muy seguro de lo que había pasado realmente al recordarlo ahora. Tenía la sensación de que tanto Sturm como él habían fracasado. A su modo de ver, Steel Brightblade estaba totalmente entregado al lado oscuro.

—Kalaman bajo asedio... —Thomas sacudió la cabeza, desconcertado—. Me cuesta creerlo, Tanis. No lo tomes a mal, pero lo cierto es que Ariakan sólo cuenta con un puñado de caballeros.

—Mi señor, según Palin, el ejército de Ariakan es mucho mayor que un «puñado». Es inmenso. Ha reclutado bárbaros de unas tierras del este, unos humanos que son tan altos como minotauros y que combaten con igual ferocidad. Los dirigen caballeros montados en dragones y tienen, entre sus filas, hechiceros renegados. Dalamar, jefe del Cónclave de Hechiceros, puede dar fe del poder de esos magos.