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Steel recordaba haberse sentado en la hierba, con la barbilla sobre los brazos que tenía apoyados en el banco. Allí, durante un breve tiempo, el tumulto de su alma cesaba, la ardiente cólera de su cerebro se calmaba, sus puños apretados se relajaban. Contemplaba fijamente el iriso, dotándolo de vida con su imaginación infantil. A veces, el funeral era el suyo; había muerto realizando hazañas heroicas, por supuesto. Le gustaba imaginarse que había muerto salvando las vidas de los otros niños —los que se decían sus amigos— y que ahora, cuando ya era demasiado tarde, venían a ofrecerle su agradecimiento y su aprecio. Otras veces se imaginaba como un asistente al funeral de otro caballero. Se veía a sí mismo no como uno de los dolientes, sino como el que había matado al caballero. Había sido en un torneo honorable. El caballero había muerto heroicamente, y Steel había acudido a su funeral para rendirle homenaje.

Casi exactamente lo mismo que había pasado recientemente con los hermanos Majere.

«No seas necio, Brightblade», se reconvino con severidad, avergonzado de este momentáneo lapso de caer en la superstición. «Con todo, es extraño», se dijo mientras escudriñaba en la oscuridad, intentando, sin éxito, atisbar un brillo de luz de luna sobre el frío mármol blanco del banco. «Había olvidado por completo ese viejo banco...» Sonrió para sí, en medio de la oscuridad. Fue una sonrisa tierna, triste.

Ahora sabía lo que había que saber sobre los dioses. Había dedicado su vida a uno de ellos, una diosa oscura, la que regía la negrura de su alma. Lo castigaría si se le ocurría buscar el descanso en aquel banco. Y no sólo eso, sino que indudablemente Paladine descargaría su ira sobre cualquier servidor de su Oscura Majestad que osara aventurarse en el sagrado recinto. Simplemente pisar la hierba, como había hecho, se consideraría un sacrilegio.

Palin lo observaba intensamente, y estaba a punto de decir algo, cuando un rugido bajo y profundo los silenció a ambos.

Era un rugido salvaje y desafiante, y venía de atrás.

—No te muevas —advirtió el mago en voz baja. Estaba frente a Steel y podía ver lo que había a la espalda del caballero—. Es un tigre. Está a unos diez pasos detrás de ti. Se...

—No os alarméis, caballeros —dijo una voz fría y calmada en la oscuridad—. Éste es Tandar, mi guía. No os hará daño. Es muy tarde para andar por la calle. ¿Es que os habéis perdido? ¿Os acucia algún problema? ¿Puedo hacer algo para ayudaros?

Steel se movió, girando lentamente sobre sus talones, cauteloso, con la mano sobre la empuñadura de la espada. Palin se acercó al caballero, presuroso.

El felino salió a un claro de luz de luna plateada. Era un tigre blanco, una especie muy poco común en Ansalon. Las rayas eran negras y grises; sus ojos, verdes con puntitos dorados, y con una expresión peligrosamente inteligente. Era una bestia enorme, maciza, las zarpas del tamaño de la cabeza de un hombre. Un collar dorado brillaba en su cuello, y del collar colgaba un medallón con la imagen de un dragón de platino: el símbolo de Paladine.

Por supuesto, no era el tigre el que había hablado, aunque por su mirada inteligente bien podría haberlo hecho. La que se había dirigido a ellos era una mujer, que salió de las sombras y se paró al lado del tigre, con la mano posada sobre su cabeza. Había descrito al animal como «su guía». Cuando salió a la luz de Solinari, Steel comprendió por qué andaba por la noche en compañía de la gran bestia.

Esta mujer siempre caminaba en tinieblas, pues jamás vería la luz del sol. Estaba ciega.

Entonces la reconoció. Era Crysania, la Hija Venerable de Paladine, suma sacerdotisa del Templo de Paladine, la cabecilla de los seguidores del dios en Ansalon.

Habían pasado más de veinte años desde que Crysania, inducida por una ambición tan oscura como la del propio archimago, había acompañado a Raistlin Majere al Abismo. Estuvo a punto de morir allí. Sólo cuando se encontró tendida en aquel horrendo lugar, sola y perdida la vista, había sido capaz de ver la verdad. Volvió al mundo, ciega a la belleza de éste, pero no a sus miserias y sufrimientos. La iglesia se había consolidado bajo su sabio liderazgo, creciendo en poder, y sus clérigos eran amados.

Tenía la piel tan blanca como el resplandor de Solinari; llevaba el negro cabello recogido en una redecilla de plata. Las señales de sus sufrimientos y luchas estaban plasmadas en su semblante, si bien la serenidad y la fe lo embellecían. Era hermosa, con la misma hermosura del templo: fría, firme, venerable.

Steel miró a Palin para que dijera algo, pero el mago parecía tener la lengua trabada. El paladín oscuro podría haber sugerido que se escabulleran si no hubiese sido por la presencia del tigre, que no les quitaba los ojos de encima.

—Un mago y un caballero —dijo lady Crysania mientras se acercaba a ellos—. Entonces supongo que no sois unos viajeros que se han extraviado, sino que tenéis alguna misión que cumplir. ¿Habéis venido a pedir la protección de Paladine?

El tigre rugió de nuevo, con suavidad. Obviamente, era hora de decir algo. Steel dio un codazo a Palin en las costillas.

—Eh... no exactamente, Hija Venerable —repuso el mago con un hilo de voz. Se había quedado pálido y la cara le brillaba por un sudor que no podía achacarse completamente al calor de la noche.

Se suponía que los magos Túnicas Blancas tenían que venerar a Paladine y seguir sus preceptos. Rescatar a un notorio archimago Túnica Negra del Abismo probablemente no estaba contemplado en la lista de obras que el dios esperaba que sus seguidores llevaran a cabo.

—Palin Majere —dijo lady Crysania—. Te doy la bienvenida.

—¿Cómo..., cómo lo supiste? —balbució el joven.

Crysania se echó a reír, y su risa sonó como el repicar de campanillas de plata.

—¿Que cómo lo supe? Percibo el olor a pétalos de rosa y el acre de tus componentes de hechizos, y así descubrí que eres mago. Cuando hablaste, reconocí tu voz. Tienes el tono de tu padre, pero hablas como... Me recuerdas a tu tío. —Esto último lo dijo en voz baja.

El semblante del joven, antes pálido, se puso ahora de un rojo encendido, como si Lunitari brillara sobre él. No tenía respuesta a eso, pero tampoco la Hija Venerable parecía estar esperándola. Sonriendo afablemente volvió los oscuros y ciegos ojos hacia Steel.

—Identifiqué al caballero por el repicar de la espada contra el muslo. Sin duda Palin Majere va en compañía de uno de sus hermanos guerreros. ¿Con quién tengo el placer de hablar, con Tanin o con Sturm?

Steel habría podido responder de muchas formas. La más fácil, fingir ser uno de los hermanos Majere. Un tono ronco y áspero habría disimulado la voz, justificándolo con un resfriado. Un breve intercambio de frases corteses y podrían seguir su camino. Mientras que si decía la verdad...

Miró al tigre. La bestia lo observaba intensamente. Había una inteligencia en aquellos ojos que no era de esperar encontrar en una bestia irracional, por muy despierta que fuera. Si el tigre lo atacaba, su peso arrastraría a Steel al suelo. Podría apuñalarlo, pero no antes de que sus colmillos le desgarraran la garganta.

Ciertas palabras osadas acudieron a su mente:

«No entraré en Palanthas vestido como un posadero...»

Ni ocultándose tras el nombre de otra persona.

—Te equivocas, Hija Venerable —dijo con fría cortesía—. Me llamo Steel Brightblade, y soy un Caballero del Lirio. Tengo el honor de servir a su Oscura Majestad, Takhisis.