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Palin puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza.

—¡Buena la has hecho! —susurró.

El tigre emitió un suave y gutural gruñido. Lady Crysania tranquilizó a su guía acariciándolo. Tenía el entrecejo fruncido, y su expresión era preocupada.

—¿Y lo proclamas abiertamente, en la ciudad de Palanthas? —preguntó, no como una amenaza, sino con sorpresa.

—Lo proclamo ante ti, Hija Venerable —replicó Steel— Cualquier persona que no fuera ciega podría ver quién soy. Es deshonroso aprovecharse de alguien elegido por los dioses para que camine en tinieblas. Y sería una desvergüenza aun mayor engañar a una mujer tan noble y valerosa como tú, señora.

Los ojos ciegos de Crysania se abrieron desmesuradamente.

—Lo que Tanis el Semielfo nos dijo hace años sobre vosotros, los Caballeros de Takhisis, era cierto —musitó—. ¡Que Paladine nos valga! —Su expresión se hizo reflexiva, y al cabo de un momento volvió los ojos ciegos hacia Palin otra vez—. ¿Qué haces aquí, joven mago? ¿Por qué viajas en compañía de este caballero que, aunque honorable, está sin embargo consagrado al Mal?

—Soy su prisionero, Hija Venerable —contestó Palin—. Mis dos hermanos han muerto. Los Caballeros de Takhisis han desembarcado en la costa septentrional, cerca de Kalaman. Tanis el Semielfo está de camino a la Torre del Sumo Sacerdote para dar la noticia a los caballeros.

—Un prisionero. Entonces han exigido un rescate.

—Sí, Hija Venerable. Por eso estamos aquí. —Palin guardó silencio, esperando, evidentemente, que la sacerdotisa no le preguntara nada más.

—Vais a la Torre de la Alta Hechicería.

—Sí, Hija Venerable.

De repente, el tigre se agitó, como si acabara de salir del mar y se sacudiera el agua. La gran cabeza se movió con inquietud bajo la mano de Crysania.

—Si buscarais el pago del rescate, joven mago, habríais ido a la Torre de la Alta Hechicería de Wayreth. El Cónclave de Hechiceros es el que decide este tipo de asuntos. —La voz de Crysania se había endurecido.

—Discúlpame, Hija Venerable —dijo Palin con tranquila firmeza—, pero no tengo libertad para hablar de ello. He dado mi palabra de honor a este caballero.

—Y no podemos permitir que se nos considere menos honorables que nuestros enemigos —comentó Crysania con un esbozo de sonrisa—. ¿No es eso lo que quieres dar a entender? Lord Dalamar no sabe que veníais, ¿verdad?

—No, señora —respondió el mago en voz baja.

—Planeáis entrar a través del Robledal de Shoikan. No sobreviviréis. Tu palabra de honor no te servirá de mucho en ese espantoso lugar. Lo sé —añadió, sacudida por un escalofrío—. Lo he cruzado.

Guardó silencio, y de nuevo se sumió en hondas reflexiones.

Steel quería marcharse, pero no sabía cómo salir de la situación. Lady Crysania alzó la cabeza, hacia los dos hombres, sus ojos ciegos mirando a algún punto entre ellos.

—Quizás os estéis preguntando por qué no llamo a la guardia de la ciudad para que se ocupen de vosotros. Este encuentro no ha sucedido por casualidad. No suelo recorrer los alrededores del templo después de medianoche, pero hoy no podía dormir. Supuse que era por el calor y salí buscando un soplo de aire fresco. Pero ahora comprendo que fue voluntad de Paladine que me encontrara con vosotros. Sea lo que sea lo que os proponéis hacer, siento que su voluntad os guía.

Palin rebulló con nerviosismo y miró de soslayo a Steel. El oscuro paladín se encogió de hombros y sonrió. Era de sobra conocido que Takhisis actuaba a veces de forma misteriosa.

—Nunca conseguiréis cruzar vivos el Robledal de Shoikan. Toma. —Crysania se llevó la mano al cuello y sacó un medallón. El oro brilló a la luz plateada de la luna. Soltó el broche de la cadena y tendió el medallón—. Coge esto, Palin Majere. No te protegerá de los espectros que guardan ese horrible lugar, pero aliviará el miedo de tu corazón y te dará fuerza para caminar en la oscuridad.

Palin parecía perturbado, con una expresión tan culpable como la del ladrón al que pillan con la mano en el cepillo para los pobres.

—No puedo aceptarlo, Hija Venerable. No..., no estaría bien. No tienes idea de... —Enmudeció.

Lady Crysania buscó con la suya la mano del mago. La encontró y le puso el medallón en la palma.

—Que Paladine te acompañe —dijo.

—Gracias, señora. —Palin apretó el medallón, sin saber qué otra cosa hacer o decir.

—Tenemos que irnos —instó Steel, decidiendo hacerse cargo de la situación. Saludó a Crysania con una ceremoniosa inclinación de cabeza—. Te ofrecería escolta para regresar a salvo a tus aposentos, señora, pero veo que ya estás bien protegida.

Crysania sonrió, aunque inmediatamente después lanzó un suspiro.

—Creo que lo harías, señor caballero. Me duele ver que tanta nobleza de corazón y espíritu estén consagrados a la oscuridad. ¿Y cómo entrarás tú al Robledal de Shoikan, caballero? Tu reina no tiene dominio allí. Su hijo, Nuitari, es el terrible monarca de ese perverso sitio.

—Tengo mi espada, señora —se limitó a contestar Steel.

La Hija Venerable adelantó un paso, con los ciegos ojos prendidos en él, y de repente Steel tuvo la sobrecogedora sensación de que podía verlo. La mujer extendió su mano hacia él y la posó sobre su pecho, en la armadura con el lirio de la muerte y la calavera. El tacto de la sacerdotisa fue ardiente como una llamarada que desgarrara su alma, y también como agua fresca que le proporcionara alivio. Por primera vez en su vida, Steel se sintió indefenso, sin saber qué hacer.

—Veo que tú también tienes un guardián —le dijo Crysania—. ¡Dos guías! Uno, oscuro, y otro de luz. El guia que está a tu izquierda, al lado del corazón, es una mujer. Viste armadura azul y lleva el yelmo de un Señor del Dragón en una mano y una lanza en la otra. La punta de la lanza está manchada de sangre. Es la que está más cerca de tu corazón. El guía a tu derecha es un hombre, un Caballero de Solamnia. No lleva ningún arma. La vaina a su costado está vacía. Un agujero sangriento, hecho por una lanza, le atraviesa el pecho. Este hombre está más cerca de tu alma. Ambos desean guiarte. ¿A cuál escogerás seguir?

Acabó de hablar y retiró la mano. Steel se tambaleó como si la mujer lo hubiera estado sosteniendo en pie. Buscó una réplica orgullosa, pero no se le ocurrió ninguna. Sólo era capaz de contemplarla sin salir de su asombro. Lo que acababa de describir era su Visión, la que le había otorgado su reina, Takhisis.

El tigre se acercó y apretó su cuerpo rayado contra Crysania, protectoramente. La Hija Venerable les dio las buenas noches.

—Mi bendición va con vosotros —les dijo suavemente.

Con la mano sobre la cabeza del felino, la sacerdotisa de Paladine volvió sobre sus pasos y muy pronto se perdió en las sombras.

Palin miraba pasmado, boquiabierto, a Steel. El caballero negro no estaba de humor para charlas. En parte furioso y en parte asustado, y completamente turbado, Steel giró sobre sus talones y echó a andar rápidamente calle adelante, de vuelta por donde habían venido. Oyó las pisadas del mago, el aleteo del repulgo de la túnica, en su precipitación para alcanzarlo.

El caballero apretó aún más el paso, como si quisiera alejarse de los demonios que tiraban de su alma, disputándosela.

—¡No necesito ningún guía! —susurró, enfurecido—. Crecí solo. No os necesito a ninguno de los dos, ¡ni padre ni madre!

No frenó las rápidas zancadas hasta que salió de un callejón y allí, ante él, vio los árboles del vetusto y aterrador Robledal de Shoikan.

En un tiempo había habido cinco Torres de la Alta Hechicería en Ansalon. Fortalezas de los hechiceros, las torres estaban consideradas como una amenaza por quienes temían el poder de los magos. A fin de protegerse de cualquier ataque, los hechiceros proporcionaron a cada una de ellas un bosque que las guardara. El de la Torre de Daltigoth provocaba un letargo debilitador a cualquiera que se aventurara en él; la persona se quedaba sumida en un profundo sopor carente de sueños. El de la Torre de Istar, demolida durante el Cataclismo, hacía que los que entraban en él olvidaran por completo a qué habían venido. El de la Torre de las Ruinas, en Kendermore, encendía tan ardientes pasiones en el corazón de quienes penetraban en su terreno que perdían el interés por todo lo demás. El bosque que rodeaba la Torre de Wayreth eludía a los intrusos. Por mucho empeño que pusieran, no lograban encontrarlo. Pero, de todos ellos, el Robledal de Shoikan era el más espantoso. Los otros estaban patrocinados por los seguidores de Solinari y Lunitari. Los seguidores de Nuitari, los Túnicas Negras, patrocinaban el Robledal de Shoikan.