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Steel se metió la mano debajo de la armadura y cogió la joya que llevaba colgada al cuello. La sacó. Era una joya de manufactura y diseño elfos, una prenda que intercambiaban los enamorados elfos. Había sido un regalo de Alhana a Sturm; una prenda de amor eterno. Había sido el regalo de Sturm a su hijo. La luz de la joya irradió brillante y fría, un resplandor limpio, penetrante, como un rayo de hielo. O como la afilada punta de una lanza.

—«Mi honor es mi vida.» No avergonzaré a mi madre. No le fallaré a mi padre. Entraremos en el robledal —dijo Steel Brightblade.

24

Tas se aburre. Conversación con un espectro. Poderosa magia kender

Tasslehoff Burrfoot soltó un suspiro. Se dejó caer en la silla pesadamente, miró a su alrededor, y volvió a suspirar.

—Me aburro —manifestó.

Al sonido de estas temidas palabras, cualquiera que haya vivido en Ansalon mucho tiempo intentaría por todos los medios huir como si en ello le fuera la vida. Id a cualquier guerrero veterano y preguntadle: «Disculpa, buen hombre, pero ¿con quién preferirías quedarte encerrado en una habitación: con un ejército de ogros, un regimiento de trolls, una brigada de draconianos, un dragón rojo... o un kender aburrido?».

El guerrero escogerá a los ogros, a los trolls, a los draconianos, incluso al dragón rojo, en todos los casos. Os dirá, como os lo dirá cualquiera al que preguntéis, que no hay en Krynn nada más peligroso que un kender aburrido.

Por desgracia, Usha, que nunca había vivido entre kenders, no sabía esto.

Los dos habían pasado la primera noche de su llegada, el día siguiente y también la segunda noche durmiendo bajo los efectos del hechizo lanzado por Dalamar y Jenna. Tas se despertó primero y, como era un kender muy considerado, puso todo su empeño en no despertar a Usha; incluso, y gracias a un heroico esfuerzo de voluntad, llegó a contener el impulso de hurgar en sus bolsas, una de las cuales estaba utilizando como almohada.

Exploró el cuarto, que estaba repleto de objetos interesantes que Raistlin había reunido consiguiéndolos por todo Krynn. Dalamar había aumentado la colección, y Tas admiró las delicadas figuras de madera que representaban animales y que habían sido talladas por los Elfos Salvajes; las conchas y esponjas sacadas del Mar Sangriento de Istar; las cajas de porcelana decoradas con caprichosas pinturas de pavos reales de Ergoth del Norte; los enormes arcones de madera de cedro primorosamente tallados por los enanos de Thorbardin; y muchos otros objetos de interés.

Todos y cada uno de ellos (a excepción de los arcones de cedro) podrían haber terminado en las bolsas de Tas, y de hecho más de uno de estos artículos acabó colándose «por accidente» en algún bolsillo, aunque con igual rapidez salieron de él. Obviamente, el cuarto estaba a prueba de kenders, protegido con algún hechizo.

—¡Mecachis! —exclamó Tas cuando la concha carmesí de un espinoso erizo de mar saltó de su bolsillo para volver a ponerse en la estantería—. ¿Has visto eso?

—¿Que si he visto qué? —preguntó Usha, adormilada.

—Vaya, pues, que cada vez que una de esas cosas se cae dentro de mi bolsa o de un bolsillo, vuelve a saltar hacia afuera. ¿No es fabuloso? ¡Ven y observa!

Usha miró, pero no pareció muy impresionada.

—¿Dónde están lord Dalamar y esa mujer... Jenna? ¿Dónde han ido?

—La gente está desapareciendo siempre en este sitio —dijo Tas encogiéndose de hombros—. Pero volverán.

Puso de nuevo toda su atención en las cerraduras de los arcones de cedro.

—No quiero que regresen —manifestó Usha con irritación—. Odio este sitio. No me gusta el tal Dalamar. Quiero marcharme. Y voy a marcharme. Vamos, ahora es nuestra oportunidad, mientras están ausentes.

Recogió sus bolsas y se dirigió a la puerta; agarró la manilla y tiró.

La puerta no se movió.

Usha sacudió la manilla, tiró de ella, e incluso propinó patadas a la puerta.

Siguió sin abrirse.

—Creo que está cerrada con llave —comentó Tas amablemente.

—¿Por qué? —Usha parecía perpleja—. ¿Estás seguro?

Tas asintió. Este tipo de situaciones no era nada nuevo ni fuera de lo corriente para el kender.

—Parece que la gente se pasa la vida encerrándome en algún sitio o atrancando puertas para que no entre en otros. Acabas por acostumbrarte.

Las cerraduras de los arcones de cedro también resultaron ser inmunes a la curiosidad del kender y sus intentos de forzarlas. El agujero donde se suponía que debía entrar la llave no paraba de desplazarse de un lado para otro con una falta absoluta de deportividad. Aunque resultó muy divertido durante los diez primeros minutos, Tas no tardó en aburrirse de perseguir el agujero de las cerraduras una y otra vez, y volvió a hacer la manifestación que habría provocado que la mayoría de la gente hubiera salido huyendo y gritando hacia la puerta:

—Me aburro.

Usha, paseando de un lado a otro como un león enjaulado, no contestó. Al pasar ante la ventana se detuvo y se asomó al exterior, esperanzada. Había una larga, larga caída hasta los puntiagudos remates de la alta verja que quedaba debajo. Retrocedió con premura.

—En fin —añadió Tas mientras se daba unas palmadas en las rodillas—, yo diría que hemos hecho todo lo que puede hacerse en este sitio. Salgamos de aquí.

Rebuscó en uno de sus saquillos y sacó el juego de ganzúas que es patrimonio de cualquier kender.

—Estoy seguro de que Dalamar no nos dejó encerrados a propósito. Probablemente echó la llave sin darse cuenta. —Examinó la cerradura y agregó severamente:— Mientras que el ojo de la cerradura se esté quieto, puedo enmendar su despiste.

Sacando varias herramientas de aspecto interesante, Tas, que ya no estaba aburrido, se agachó junto a la puerta y se puso manos a la obra. Usha se acercó para mirar.

—¿Dónde iremos una vez que hayamos salido de este cuarto? —preguntó—. ¿Sabes el camino de salida?

—Sí —dijo Tas, animado—. Es a través del Robledal de Shoikan, una arboleda encantada realmente espantosa, llena de espectros que te quieren devorar la carne y apoderarse de tu alma para que sufra tormentos toda la eternidad. Lo sé. Lo vi una vez, pero no llegué a entrar. Sólo Caramon logró meterse. Hay gente con suerte.

Guardó silencio un momento, con los ojos algo húmedos, recordando los buenos tiempos. Luego, silbando una marcha enana, se limpió la nariz en la manga y, alegremente, reanudó el trabajo que tenía entre manos.

La ganzúa rechinó dentro de la cerradura.

La cerradura no cedió.

Tas frunció el entrecejo, guardó la ganzúa en su lugar, seleccionó otra, y volvió a intentarlo.

—Entonces, tanto da que salgamos o no de este cuarto. Si no podemos cruzar ese robledal, seguiremos atrapados aquí —comentó Usha, desalentada.

Tas hizo una pausa para meditar sobre ello.

—Sé que el robledal impide que entre la gente, pero no he oído decir que le impida salir. Quizá no tengamos ningún problema.

—¿Tú crees? —Usha lo miraba con renovada esperanza.

—Merece la pena intentarlo. —Tas hurgó en la cerradura enérgicamente—. Lo peor que puede suceder es que unas manos esqueléticas salgan del suelo e intenten agarrarnos por los tobillos y arrastrarnos bajo tierra, donde moriríamos en una terrible agonía.

Usha tragó saliva con esfuerzo, sin encontrarle la gracia a todo esto, aparentemente.

—Quizá..., quizá sea mejor que nos quedemos aquí a esperar el regreso de Dalamar. —Se volvió hacia la silla y se sentó.

—¡Lo tengo! —gritó Tas, triunfalmente.

La cerradura hizo un sonoro chasquido, y Tas abrió la puerta.

Dos ojos fríos, incorpóreos, lo contemplaban desde la oscuridad.

—Ah, hola —saludó el kender al espectro, algo desconcertado por la repentina aparición.

—¡Cierra la puerta! —instó Usha—. ¡Deprisa! ¡Antes de que esa..., esa cosa entre!

—Pero si sólo es un espectro —dijo Tas, que tendió la mano cortésmente—. ¿Cómo estás? Me llamo Tasslehoff Burrfoot. Oh, supongo que te resulta algo difícil estrechar la mano, ya que veo que no tienes. Lo siento. Espero que eso no te haga sentir mal. Sé que yo lo pasaría fatal si no tuviera manos. Pero estoy encantado de conocerte. ¿Cómo te llamas?