Выбрать главу

El espectro no respondió. Los ojos flotaron más cerca, y un frío que helaba los huesos penetró en la habitación.

Usha se levantó de la silla de un salto y corrió a esconderse detrás.

—¡Cierra la puerta, Tas! ¡Por favor, por favor! ¡Cierra la puerta!

—No pasa nada, Usha —dijo el kender, aunque retrocedió un par de pasos involuntariamente—. Pasa —invitó al espectro con amabilidad—. Íbamos a marcharnos...

Los ojos fijos, que no parpadeaban, se movieron de lado a lado, inexorablemente, en un gesto negativo.

—Que no nos marchamos —dedujo Tas, no sin cierta irritación. Había pasado en este cuarto más tiempo del que le apetecía. Quizás el espectro se sentía solo y deseaba entablar una agradable conversación.

»Tú eres uno de los muertos vivientes, ¿verdad? ¿Por casualidad conoces a lord Soth? Es un caballero muerto y gran amigo mío.

Los ojos del espectro relucieron con una expresión inconfundiblemente hostil. Tas recordó de pronto que lord Soth había engatusado a Kitiara para que acabara con Dalamar, cosa que estuvo a punto de conseguir, y probablemente no gozaba de las simpatías de quienes guardaban la torre.

—Eh... Ummmm... Bueno, realmente no es tan buen amigo mío —admitió Tas, que retrocedió otro par de pasos. Los ojos flotaron más cerca, y la temperatura dentro del cuarto alcanzó un nivel desagradable—. Más bien es un conocido. Nunca viene a visitarme ni a comer conmigo ni nada por el estilo. Bueno, pues ha sido un placer charlar contigo, de veras. Y ahora, si haces el favor de apartarte a un lado, saldremos y no te molestaremos más...

—¡Tas! —gritó Usha.

El kender tropezó con el borde del mantel que arrastraba en el suelo y cayó.

El espectro se cernió sobre él un instante, y luego, de repente, desapareció. La puerta se cerró de golpe. El frío disminuyó.

Usha, temblando de pies a cabeza, seguía agazapada detrás de la silla.

—¿Qué era esa cosa? —preguntó.

—Qué tipo más mal educado —comentó el kender al tiempo que se levantaba del suelo y se sacudía la ropa—. Admito que la mayoría de los muertos vivientes que he conocido no son muy buenos interlocutores, a excepción de los espectros con los que nos topamos en el Bosque Oscuro, y que muy amablemente nos contaron la historia de su vida, acerca de por qué sufrían una maldición y todo lo demás. Sólo que se valieron de Raistlin para hablar por su boca. No es que ellos no tuvieran boca, que la tenían, aunque no labios. Fue realmente fantástico. Este espectro no tiene ni boca ni nada, y supongo que ése es el motivo por lo que no habla. ¿Te gustaría que te contara la historia del Bosque Oscuro? Puesto que Raistlin es tu padre...

—¡Sólo quiero salir de este espantoso sitio! —gritó Usha con brusquedad. Temblaba de miedo, pero también empezaba a estar muy enfadada—. ¿Por qué nos tienen prisioneros? ¡No lo entiendo!

—Probablemente porque Raistlin es tu padre —sugirió el kender tras considerar el asunto—. Dalamar fue aprendiz de Raistlin, pero el elfo oscuro también era un espía del Cónclave que vigilaba a Raistlin porque era un mago renegado y no se fiaban de él. Raistlin sabía que Dalamar era un espía, y lo castigó abriéndole unas llagas en el pecho. Esas llagas sangrantes siguen sin cerrarse y siguen doliéndole, pero no se te ocurra pedirle a Dalamar que te las enseñe, pues eso lo pone de un humor de perros. Lo sé, porque se lo pedí una vez.

Después de aquello, el elfo oscuro iba a matar a tu padre cuando éste intentara regresar del Abismo a través del Portal después de haber estado a punto de derrotar a la Reina Oscura, que fue cuando Caramon intentó cruzar el robledal y Tanis estuvo a punto de luchar contra lord Soth, sólo que no pudo porque yo le había quitado el brazalete mágico... —Tas tuvo que hacer un alto para coger aire. Usha lo miraba con los ojos muy abiertos.

—Ese Raistlin... quiero decir mi padre... ¿Mi padre hizo todo eso? ¡No me contaste esa parte! —Se hundió en la silla, desmadejada—. ¡No es de extrañar que Dalamar no confíe en mí! ¡Jamás me dejará salir! ¡Puede que incluso me mate!

—No lo creo. —Tas reflexionó sobre el asunto—. Pero tal vez te lleve ante el Cónclave de Hechiceros. Si lo hace, ¿querrás llevarme contigo?

Usha gimió y se llevó las manos a la cabeza.

—¡No quiero ir a ningún Cónclave de Hechiceros! ¡Sólo quiero ir a casa!

A Tas le resultaba difícil asimilar esta idea, ya que padecía de la enfermedad del «ansia viajera» desde muy temprana edad. Sabía por sus amistades que la nostalgia del hogar era un defecto en los humanos.

—Estoy seguro de que encontraría alguna forma para que saliéramos de aquí si me pusiera a ello en serio. Pero ¿qué me dices de esos objetos mágicos que llevas contigo? —Tas señaló la bolsa de Usha—. Le dijiste a Dalamar que eras una poderosa hechicera. Claro que siendo hija de Raistlin es lógico que lo seas. ¡Me encantan los hechizos! Y me gustaría mucho ver alguno de los tuyos.

Usha echó una ojeada nerviosa a las bolsas, sobre todo a la que guardaba los objetos mágicos.

—No creo que lleve nada ahí que pueda servirnos de ayuda.

—Pero no lo sabes con certeza. ¡Echemos un vistazo! Te ayudaré a hacer un repaso de lo que llevas —se ofreció Tas, magnánimo—. Se me da realmente bien seleccionar y ordenar cosas, y también encontrarlas. Es sorprendente las cosas que le aparecen a la gente cuando buscan en mis saquillos. ¡Encuentran objetos que ni siquiera sabían que habían perdido!

—Estoy segura de que ahí no hay nada que pueda ayudarnos —dijo Usha al tiempo que acercaba más hacia sí las bolsas, lo que ponía de manifiesto que empezaba a aprender algo sobre los kenders, después de todo—. Pero ¿por qué no miras en tus saquillos? Puede que tú sí encuentres algo.

—Es verdad. Nunca se sabe. —Tas se sentó en el suelo y empezó a hurgar dentro de sus bolsas. Apareció un trozo de queso medio mohoso; un murciélago muerto y muy tieso; un huso; un tintero con la tinta seca; un libro con el nombre «Haplo» escrito en la guarda («no sé quién es»); un huevo cocido; y una cucharilla de plata.

—¡Aja! —exclamó Tas.

Usha, que echaba un vistazo en su propia bolsa subrepticiamente, dio un brinco de sobresalto.

—¿Qué ¿Qué pasa?

—¡Lo encontré! —dijo el kender con expresión reverente—. Un artefacto sagrado. —Lo alzó hacia la luz—. ¡La Cuchara Kender de Rechazo!

—¿Estás seguro? —Usha se inclinó hacia adelante y la examinó con detenimiento—. Se parece a las cucharas que utilizamos anoche para cenar. Tiene incluso mermelada de fresa pegada.

—No te asustes, Usha, pero eso es sangre —dijo Tas, solemne—. Es la Cuchara Kender de Rechazo. La reconocería en cualquier parte. Mi tío Saltatrampas llevaba una con él siempre. Tenía un dicho: «La mayoría de los muertos vivientes tienen más miedo de ti que tú de ellos. Sólo quieren que se los deje en paz para aparecerse, aullar y hacer sonar sus cadenas. Pero de vez en cuando te topas con uno que quiere comerte los hígados. Entonces es cuando necesitas la Cuchara Kender de Rechazo».

—¿Cómo funciona? —Usha no parecía muy convencida.

Tas se puso de pie.

—Debes mostrarla con decisión. Sostenerla en alto delante del espectro o del esqueleto guerrero o de cualquier otro tipo de trasgo que puedas encontrarte. Y entonces dices con voz firme, para que no haya ningún malentendido: «márchate» o «lárgate», no estoy seguro. En cualquier caso, cuando el espectro está concentrado en la cuchara...

—Paso a hurtadillas a su lado y cruzo la puerta —intervino Usha con entusiasmo—. Y entonces, cuando el espectro se vuelva a mirarme, te escabulles tú y cruzas la puerta. ¿Qué te parece?