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—Usha —empezó Palin.

Steel lo agarró.

—Déjala marchar —dijo el caballero—. Estamos perdiendo tiempo.

Encolerizado, el joven mago se soltó de un tirón.

—Por mucho poder mágico que tenga, morirá si cruza esa arboleda. Además —añadió en voz baja—, es posible que estemos aquí a causa de ella.

—¿Qué? ¿Por qué? —Steel miró de soslayo a la joven sin apenas interés.

—Porque, si es la hija de Raistlin, tal vez esté intentando llegar hasta ella.

El caballero contempló a Palin intensamente.

—Tal vez sea a la hija a quien Raistlin quiere, no al sobrino. —Steel se encogió de hombros—. ¿Y piensas que abrirá el Portal para ella? Quizá tengas razón. A mí me da lo mismo, mientras ese Portal se abra. Tráela.

Palin volvió despacio junto a Usha.

—No puedes marcharte —dijo—. Te pido que te quedes conmigo. Confía en mí. Ya se nos ocurrirá algo.

Ella alzó sus ojos dorados hacia el joven mago. Su mirada era fría, pero Palin advirtió, al contemplarla tan de cerca, que esa frialdad era una tapadera para encubrir su miedo. Estaba tan aterrorizada como una niña pequeña.

—Iré contigo —repuso con voz queda—. Pero debes permanecer a mi lado.

Tenía la piel cálida y suave. El cabello plateado le rozó el rostro al mago, despertando en su cuerpo una hormigueante sensación de deseo. Jamás había sentido algo tan maravilloso en toda su vida; ni se había debatido en tan amargo conflicto. ¡Que se quedara con ella, le había dicho! El tenía que entrar al Abismo.

El Túnica Roja, habiendo pensado el asunto con más detenimiento, al parecer llegó a la conclusión de que el kender tenía razón y que el mejor sitio para este extraño grupo era dejarlo encerrado a buen recaudo en los aposentos de su maestro.

—Os acompañaré al cuarto de lord Dalamar —anunció el Túnica Roja—. Esperaremos juntos a mi maestro.

Esto no les interesaba en absoluto, como la mirada severa de Steel le recordó a Palin. Tenían que encontrar el Portal al Abismo, y más valía que lo hicieran mientras Dalamar se encontraba ausente.

—Gracias, pero no será necesario —contestó Tas amablemente—. Conocemos el camino. Y, además, Palin ya ha estado antes aquí. Es un amigo personal de Dalamar.

El Túnica Roja enarcó las cejas en un gesto de incredulidad.

—¿Es que no lo reconoces? —exclamó Tasslehoff—. ¡Es Palin Majere! ¡El sobrino de Raistlin Majere! Usha es hija de Raistlin, ya lo sabes. Y éste —el kender señaló a Steel— es sobrino segundo de Raistlin. Creo que es así. —El kender frunció el entrecejo, pensativo—. Veamos, Kitiara era hermanastra de Raistlin. Quizás en tal caso Steel sólo es sobrino tercero.

—Es una reunión familiar —dijo Steel y, empujando al Túnica Roja contra la pared, el caballero pasó ante él y entró en la torre.

Él Túnica Roja no los siguió a los aposentos de Dalamar, pero se aseguró de que varios de los guardianes espectrales fueran con ellos. Los pálidos e impasibles ojos los mantuvieron bajo vigilancia hasta que estuvieron a salvo dentro del cuarto del elfo oscuro, con la puerta cerrada.

—Pero estarán esperándonos —pronosticó Palin—. Por no mencionar al que monta guardia a la puerta del laboratorio. Ese espectro tiene órdenes dadas por Dalamar de que no deje entrar a nadie, ni siquiera a él mismo. El laboratorio no se ha abierto desde que mi tío...

El joven mago hizo una pausa y no acabó la frase. Lo que había dicho no era del todo cierto. La puerta del laboratorio se había abierto una vez. El Bastón de Mago había estado guardado dentro y ahora lo sostenía en la mano.

—Oh, no tienes que preocuparte por el espectro —dijo Tas con gran seguridad en sí mismo—. Tenemos la...

—Cuchara Kender de Rechazo. Lo sé. —Palin suspiró. No estaba de humor para tonterías kenders—. Mira, tío Tas, me he fijado en el emblema grabado en el mango y es una de las cucharas de...

Un movimiento atrajo su mirada. Alzó la vista. Un mago vestido de negro estaba de pie en el cuarto. No era algo inusitado en la Torre de la Alta Hechicería, salvo porque éste hechicero tenía el cabello blanco, la piel dorada y las pupilas en forma de reloj de arena. La lengua se le quedó a Palin pegada al paladar. Empezó a hablar:

—Tío...

Raistlin hizo un ademán negativo. Sus ojos dorados se detuvieron brevemente en el kender y después la aparición se desvaneció.

—¿Sí? —Tas alzó la vista de la cuchara, que estaba contemplando con admiración—. ¿Decías algo acerca de que era un cubierto común y corriente?

Palin echó una rápida ojeada a su alrededor. ¿Había visto alguien más la aparición? Al parecer, no.

Steel registraba el cuarto, tanteando las paredes, mirando detrás de los tapices, intentando encontrar otra salida. Usha, medio dormida, se sentaba acurrucada en un sillón con gesto desconsolado. Tasslehoff acariciaba amorosamente su cuchara.

—¡Ésta no es una cuchara cualquiera! —continuó el kender—. Es una sagrada reliquia que le fue entregada a mi tío Saltatrampas por Mishakal en persona. ¿O fue Reorx? Lo he olvidado. Sea como sea, el caso es que funciona. Tú mismo lo viste.

Nadie más había visto a Raistlin. El archimago había venido a él, solamente a él. El cansancio, el dolor, la decepción se desprendieron del joven como una capa desechada. Entraría en el laboratorio. El camino estaba preparado. Como se había dicho en una ocasión de Raistlin Majere:

«Las puertas se abrirán a su paso.»

—A ver, deja que eche otro vistazo. —Palin le cogió la cuchara a Tas y la examinó. Era exactamente igual que el resto de las cucharas que había sobre la mesa—. Tienes razón, tío Tas —dijo suavemente—. Es un artefacto sagrado. Sumamente sagrado, efectivamente.

27

Recelos. Introspección. El laboratorio de Raistlin

Salieron del cuarto de Dalamar, y Tas encabezó la marcha hacia el laboratorio, con la cuchara de plata enarbolada audazmente ante sí.

A Steel no le hacía gracia tener al kender como compañero, pero Palin —para sorpresa y cólera del caballero— no intentó disuadirlo.

—Sólo un kender puede utilizar la magia de la Cuchara Kender de Rechazo —dijo el joven mago con un esbozo de sonrisa.

—Tú y yo sabemos que esa cuchara no es mágica —replicó Steel.

—Viste cómo hizo retroceder al espectro —contestó Palin.

—¿Lo vi? ¿O es lo que quieres que crea que vi?

Palin eludió la pregunta.

—Llevaremos al kender con nosotros y lo vigilaremos. ¿O prefieres que nos siga a su aire? «Nunca des la espalda a un kender», es un dicho de los enanos.

—¿De veras? —La voz de Steel era fría—. Creía que era: «Nunca des la espalda a un mago».

Los ojos incorpóreos parpadearon, llamearon y después desaparecieron.

Una cuchara sostenida por un kender no podía repeler a semejantes espectros. Steel lo sabía, y también lo sabía Palin. El joven mago estaba de repente muy ansioso por llegar a su destino. Sus dudas, sus temores, habían sido dejados de lado. Se lo veía relajado, seguro de sí mismo. Algo había ocurrido; había visto algo, había recibido alguna señal, pero Steel no sabía qué. ¿Era el joven mago mucho más poderoso de lo que le había dado a entender? ¿Era esta extraña mujer de ojos dorados parte de una confabulación? ¿Lo estaban conduciendo a una trampa? El caballero, que jamás había confiado en los magos, decidió tener vigilados de cerca a Palin y a la chica.

Subieron la oscura escalera, girando y girando en una espiral constante que dejaba doloridas las piernas, pegados a la pared para evitar tropezar y caer por el borde al negro vacío. Nadie les salió al paso. Era como si la torre estuviera desierta a excepción de ellos.