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Un aire frío salió hacia afuera, cargado de olor a cerrado, a moho y a otras cosas más desagradables. Usha sufrió una arcada y se tapó la boca y la nariz con el pañuelo. Steel hizo un gesto raro y desenvainó la espada.

—Huele a muerte —dijo.

Tasslehoff se quedó parado en el umbral, atisbando el interior.

—¡Guau! —lo oyeron exclamar. Y entonces el kender salvó de un salto el escalón de la entrada y desapareció en la oscuridad.

Palin imaginó los jarros de Componentes de hechizos, los artefactos mágicos, los pergaminos... todo ello al alcance de los ágiles dedos del kender. Ahí había mucho más peligro que el de cualquier guardián espectral.

—¡Tas! —Palin empujó a Steel y pasó ante él. Se recogió el repulgo de la túnica y subió corriendo la escalera.

Se paró en el umbral, asustado de repente, reacio a entrar. Esto no estaba bien. Nada bien. Palin metió el bastón para que la luz del cristal alumbrara dentro.

Tasslehoff había avanzado hasta el centro de la habitación y estaba plantado delante de una mesa enorme, contemplando fijamente los objetos que había sobre ella con los ojos muy abiertos, maravillados.

—¡Tío Tas! —lo regañó, con una mezcla de alivio y enfado—. ¡Sal de ahí!

A su espalda podía oír a Steel remontando los peldaños.

La luz del bastón se apagó y la oscuridad los envolvió, los aplastó, los ahogó.

Steel soltó una maldición. Usha dio un grito de miedo.

—¡Que nadie se mueva! —advirtió Palin, aterrado al imaginarlos precipitarse por el hueco de la escalera hasta estrellarse en el suelo, allá abajo—. ¡Shirak!

La orden no surtió efecto. O era eso o el bastón se negaba a obedecer. La oscuridad se hizo más intensa, más profunda.

—¿Qué es lo que pasa, Majere? —demandó Steel—. ¡Enciende ese maldito bastón!

—¡Lo estoy intentando! —replicó Palin, frustrado y furioso consigo mismo. De nuevo la magia le había fallado.

—¡Palin! —llamó Usha, asustada—. ¡Subo a reunirme contigo! No te muevas.

—¡Usha, ten cuidado! —Palin giró sobre sus talones para volver sobre sus pasos y llegar junto a la joven.

—¡Palin! —La voz de Tas resonó estridente—. He cogido algo. ¡A lo mejor nos sirve!

—¡Tío Tas, no! —gritó, volviéndose otra vez hacia la puerta.

Se oyó un golpe y el ominoso estrépito de cristales rotos.

Palin echó a andar tanteando con el bastón, como un pordiosero ciego del mercado, y entró en el laboratorio, negro como boca de lobo. Steel venía pisándole los talones. El caballero llegó al umbral y entonces vaciló. No entró.

La puerta se cerró de golpe.

28

Dalamar regresa. Un mensaje. La magia de Usha

—¡Majere! —Steel se abalanzó contra la puerta cerrada en un intento de echarla abajo—. ¡Maldito seas, Majere! ¡Abre la puerta!

—¡Palin! —Usha estaba a su lado, golpeando la madera con los puños.

El caballero oyó unos gritos apagados y golpes al otro lado de la puerta. Podía ser el joven mago intentando abrirla... o tal vez cerrándola con llave. Steel decidió que era esto último.

—Regresa al rellano —ordenó a la mujer.

—¿Qué vas a hacer?

—Intentar echarla abajo. Me pareció sentir que cedía hace un momento. Vamos, quítate. Me estás estorbando.

—Pero... ¡está muy oscuro! —protestó Usha con voz temblorosa—. ¡No veo nada! ¿Y... y si me caigo?

A Steel lo traía sin cuidado si la muchacha se caía o no, pero dominó su impaciencia.

—Baja a tientas y pégate a la pared. Cuando llegues al rellano lo notarás. Una vez que estés allí, no te muevas.

Oyó los pasos cautelosos de la muchacha bajando despacio los escalones, y luego se olvidó de ella y enfocó toda su atención en la puerta. Tendría que subir corriendo para empujarla, lo que restaría efectividad al impulso...

Usha gritó espantada.

—¡Caballero! ¡Detrás de ti!

Steel se volvió al tiempo que levantaba la espada.

Dos ojos pálidos brillaban en la oscuridad.

—Márchate, caballero. El paso está prohibido.

—¡Pero dejaste pasar al mago! Y al kender —replicó Steel.

—No fui yo.

—Entonces ¿quién?

—El Amo de la Torre.

—¿Ha vuelto lord Dalamar? ¡Entonces dile que me deje entrar! —exigió el caballero.

Los ojos se aproximaron a él. El frío mortal del otro mundo le penetró hasta la médula de los huesos. Steel apretó los dientes para evitar que le castañetearan, y aferró la espada con más fuerza.

—No me refería a Dalamar —dijo el espectro—. Márchate de aquí ahora mismo, señor caballero, o jamás lo harás.

—¡Socorro! —gritó Usha—. ¡Que alguien nos ayude, por favor!

Su voz levantó ecos espectrales en la oscuridad, repitiéndose una y otra vez en la pared del hueco de la torre, más y más abajo, como una piedra al caer en un pozo. El sonido era tan extraño y terrorífico que la muchacha no repitió la llamada de auxilio.

La ayuda vendría o no, a su arbitrio. El prisionero de Steel estaba al otro lado de la puerta, y la misión del caballero también estaba allí. Había cometido un fallo; había vacilado en el umbral en lugar de entrar de inmediato. Este terreno regido por los hechiceros era perturbador, intimidante. El propio aire estaba cargado y viciado por la magia; la oscuridad, rebosante de espíritus agitados. Ansiaba enfrentarse a un enemigo visible, corpóreo. Deseaba respirar un soplo de aire fresco, oír el claro tintineo metálico de una espada chocando contra otra. Anhelaba salir de esta fortaleza mágica, pero no podía dar la espalda a su deber, aunque le fuera en ello la vida.

Atacó al espectro. Su espada silbó en el aire y resonó al chocar contra la pared de piedra, haciendo saltar una lluvia de chispas.

Los pálidos y relucientes ojos se hicieron enormes, dilatados y desorbitados. Unas manos, cuyo tacto resultaba letal, se extendieron hacia él. Steel arremetió otra vez con su espada.

—¡Takhisis, acude en mi ayuda! —gritó.

—Tus plegarias son en vano, caballero —dijo una voz—. Nuestra soberana no tiene jurisdicción aquí.

Un globo de cálida luz amarilla que sostenían las manos de una maga Túnica Roja hizo retroceder a la oscuridad. A su lado, de pie en el rellano, había un hechicero, un elfo vestido con ropajes negros. Sorprendido al principio, Steel cayó en la cuenta de que el hombre tenía que ser un elfo oscuro, uno de los que daban la espalda a la luz e iban en contra de los preceptos de su pueblo. Éste debía de ser Dalamar el Oscuro, señor de a Torre de la Alta Hechicería.

¿O era meramente un sustituto provisional del verdadero señor?

Dalamar alzó la vista hacia el caballero que el espectro mantenía a raya en la escalera.

—Me enteré de que habían entrado intrusos, que un caballero y un Túnica Blanca habían cruzado a salvo el Robledal de Shoikan. Al principio no podía creerlo, pero ahora lo entiendo. Un Caballero de Takhisis. Pero ¿donde está el Túnica Blanca que te acompañaba? ¿Dónde está Palin Majere?

—¡Ahí dentro! —respondió Usha, que señalaba al laboratorio—. Entró en esa..., esa habitación. El kender iba con él, y entonces la puerta se cerró de golpe y no hemos podido...

Se calló sin acabar la frase. El semblante de Dalamar estaba lívido. El enfurecido hechicero se volvió hacia el guardián, que seguía plantado ante la puerta.

—¡Has faltado a tu deber! ¡Te di órdenes de que no permitieras entrar a nadie ahí!

—Tus órdenes fueron revocadas, mi señor Dalamar —replicó la voz hueca—, por el verdadero Amo de la Torre.

Dalamar no contestó. Tenía el rostro rígido y frío, más frío que si las gélidas manos del espectro lo hubieran tocado.

Steel percibió el poder del elfo oscuro, el fuego de su ira. Al caballero no lo habría sorprendido ver que las paredes de la torre empezaban a derretirse por aquella furia abrasadora. Usha retrocedió y se pegó a la pared. Incluso la compañera del elfo, la maga, dio un paso atrás involuntariamente. Steel se mantuvo firme sólo porque su honor se lo exigía.