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—¿Qué cualidades? Yo no...

Pero Dougan ya no la escuchaba. Cogió un racimo de uvas y lo puso en las manos de Usha. Añadió varias ciruelas, una calabaza grande, y también habría apartado unos cuantos nabos de no ser porque a Usha ya no le cabía nada más en las manos. Hecho esto, el enano echó a andar.

—¡Eh, tú! ¿No has olvidado algo? —El frutero, un humano corpulento, había estado charlando con unos amigos sobre la rumoreada caída de Kalaman. Ver que alguien intentaba marcharse con parte de su mercancía sin antes pagar alejó de su cabeza toda idea acerca de la inminente guerra. Se plantó junto al enano, imponente—. He dicho que si no te has olvidado algo.

Dougan se paró y se atusó el bigote.

—Creo que sí. Los nabos. —Cogió varios y echó a andar otra vez.

—Está el asuntillo de mi dinero —dijo el vendedor mientras se interponía en su camino.

Usha se metió un puñado de uvas en la boca y se las tragó lo más deprisa posible, sin apenas masticar, decidida a comer todo lo que pudiera por si acaso tenía que devolver la fruta.

—Ponlo en mi cuenta —dijo Dougan con desenvoltura.

—Esto no es una taberna, Tapón —gruñó el hombre, que se cruzó de brazos—. Págame.

—Te propongo una cosa, buen hombre —repuso Dougan afablemente aunque parecía un poco molesto por el apelativo de Tapón—. Te lo juego a cara o cruz. —Sacó del bolsillo una moneda de oro. Los ojos del frutero se iluminaron—. Si de tres tiradas sale dos veces la cara del Señor, me llevo la fruta gratis. ¿De acuerdo? De acuerdo.

Dougan lanzó la moneda. El vendedor, con gesto ceñudo, la observó dar vueltas en el aire. La moneda cayó en la barra del carro, de cara. El hombre la examinó con atención.

—¡Eh, ésa no es una moneda de Palanthas! Y no lleva la cara del Señor. Esa cabeza parece la tuya...

Dougan se apresuró a recoger la moneda.

—Debo de haberme equivocado al cogerla, creyendo que era otra. —La arrojó otra vez antes de que el hombre pudiera protestar. La cabeza, del Señor o del enano, volvió a caer boca arriba.

—Ah, qué mala suerte has tenido —comentó Dougan con gesto complacido mientras se agachaba para recoger la moneda.

No obstante, el vendedor fue más rápido.

—Gracias —dijo—, esto cubre tu compra, más o menos.

—¡Pero has perdido! —bramó Dougan con el rostro congestionado.

El frutero, que examinaba la moneda con detenimiento, empezó a darle la vuelta.

—Bueno, no importa —añadió el enano, que echó a andar rápidamente al tiempo que tiraba de Usha—. Lo importante no es ganar o perder, sino cómo juegas, es lo que digo siempre.

—¡Eh, enano! —gritó el vendedor—. ¡Has intentado engañarme! ¡Esta moneda tiene dos cabezas, y las dos se parecen...!

—Vamos, muchacha —instó Dougan, apresurando el paso—. No disponemos de todo el día.

—¡Eh! —El vendedor gritaba ahora a pleno pulmón—. ¡El dorado se está quitando! ¡Detened a ese enano...!

Dougan corría ahora, y sus gruesas botas resonaban contra los adoquines de la calle.

Usha, aferrando su comida, se apresuró para mantener el paso.

—¡Nos persiguen! —advirtió.

—¡Gira a la derecha, por ese callejón! —Dougan resoplaba y jadeaba.

Los dos se metieron a toda carrera en el callejón. Usha miró hacia atrás y vio que los que iban persiguiéndolos se frenaban de golpe a la entrada del callejón.

El vendedor señalaba, suplicando y tratando de engatusar a los demás.

Pero los hombres sacudieron la cabeza y se marcharon.

El frutero, tras gritar amenazas e improperios a Dougan, también se alejó, bramando de rabia.

—Han dejado de seguirnos —dijo Usha, desconcertada.

—Lo han pensado mejor —contestó Dougan, que dejó de correr y empezó a abanicarse con el sombrero—. Seguramente se dieron cuenta de que llevo espada.

—No llevas ninguna espada —hizo notar la joven.

—Era su día de suerte —dijo el enano con un guiño astuto.

Usha miró a su alrededor con nerviosismo. El callejón estaba más limpio que cualquiera de los otros que había visto en Palanthas. También estaba más oscuro, y vacío, y silencioso. Un cuervo se acercó, descarado, y empezó a picotear una ciruela que se le había caído a la muchacha. Usha se estremeció. No le gustaba este sitio.

—¿Sabes dónde estamos? —preguntó.

El cuervo dejó de picotear la fruta, ladeó la cabeza y la contempló fijamente con sus brillantes ojos amarillos.

—Sí, muchacha, lo sé —repuso Dougan Martillo Rojo, sonriente—. Hay unos amigos que viven por aquí a los que quiero que conozcas. Necesitan alguien como tú para que les haga algunos trabajillos. Creo que eres justo lo que buscan, muchacha. Justo lo que buscan.

El cuervo abrió el pico y emitió un graznido chillón, como una risita divertida.

31

El laboratorio. Tasslehoff toma la iniciativa. (entre otras cosas)

—¡Caray! —susurró Tasslehoff, demasiado emocionado e impresionado para hablar en voz alta.

—¡No toques nada! —fueron las primeras palabras de Palin, pronunciadas en tono severo y apremiante.

Pero, puesto que éstas son por regla general las primeras palabras que cualquiera pronuncia en presencia de un kender, la advertencia pasó por un oído de Tas, salió por el otro, y acabó alegremente interpretada en medio.

¡No toques nada!

«Buen consejo, supongo», se dijo Tas para sus adentros, «ya que se da en el laboratorio de uno de los Túnicas Negras más grandes y poderosos que han existido. Si toco algo aquí puedo acabar viviendo dentro de uno de esos tarros, como esa pobre cosa muerta que hay metida en uno, aunque no causaría ningún perjuicio sólo porque quite la tapa y le eche un vistazo más de cerca...»

—¡Tas! —Palin le quitó el tarro de la mano.

—Lo estaba echando hacia atrás para que no se cayera —explicó el kender.

—¡No toques nada! —reiteró el joven mago, que le lanzó una mirada furiosa.

—Caray, pues sí que está de un humor de perros —siguió hablando para sí el kender mientras se dirigía hacia otra parte del laboratorio en donde estaba más oscuro—. Lo dejaré solo un rato. En realidad no dice en serio lo de «no toques nada» porque ya estoy tocando algo. Mis pies tocan el suelo, lo que está bien, o en caso contrario estaría flotando en el aire como todo este polvo. Eso sería muy entretenido. Me pregunto si sabría arreglármelas. Quizás el potingue azul verdoso de aspecto grasiento y repugnante que hay en esa botella es algún tipo de pócima para levitar. Lo...

Palin, con el semblante ceñudo, le arrebató la botella de la mano y le impidió que quitara el tapón. Después de sacar de los bolsillos del kender varios objetos —un trozo de vela cubierto de polvo, una pequeña piedra tallada a semejanza de un escarabajo, y un carrete de hilo negro— Palin llevó a Tas hacia un rincón débilmente iluminado y le dijo, en el tono más enfadado que el kender había oído utilizar a nadie:

—¡¡Quédate ahí y no te muevas!! O te sacaré de aquí —acabó el joven mago.

Tas sabía que esta amenaza era vana, porque, mientras él se dedicaba a fisgonear por el laboratorio, había reparado vagamente en el hecho de que Palin golpeaba la puerta con los puños y había tirado del picaporte queriendo abrirla, llegando incluso a golpearla con el bastón, sin ningún resultado. La puerta no cedió.

El caballero también la había aporreado durante un rato, pero desde el otro lado. Ahora ya no se oían los golpes ni las furiosas invectivas de Steel Brightblade.

—O se ha marchado —dijo Tas— o el espectro se ha ocupado de él.

Esto habría sido algo interesante de presenciar, y Tas lamentaba habérselo perdido. Pero un kender no puede estar en todos los sitios a la vez, y Tasslehoff no habría dejado pasar la oportunidad de entrar en el laboratorio ni por todos los espectros del mundo, salvo, quizá, si se les unían una o dos bansbees.