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Usha lo miró fijamente, desconcertada.

—Perdón, ¿qué has dicho?

—¡La hija de Raistlin! —El ladrón soltó una risotada desagradable—. Es lo que dicen todas. Me vinieron tres el año pasado, afirmando eso mismo. —Su voz se endureció y sus ojos de comadreja se tornaron fríos, incisivos—. ¿Quién eres en realidad? ¿Una espía? —En un visto y no visto, una daga apareció en su mano—. Aquí nos ocupamos de los espías rápidamente, ¿verdad, hermanos?

Los otros miembros del gremio se pusieron de pie. De las botas salieron dagas, y las espadas de sus vainas. Palabras de conjuros y plegarias entonadas crepitaron en el aire, acompañadas por el extraño zumbido de una jupak girando.

Usha retrocedió a trompicones hasta chocar en la puerta cerrada y atrancada. Dougan interpuso su corpulenta persona entre la muchacha y el jefe del gremio. El enano levantó la bolsa de dinero.

—Me conoces, Lin Geoffrey. ¿Es que piensas que iba a traer aquí a una espía? Así que la chica afirma ser hija de Raistlin Majere —Dougan parecía algo nervioso por esta posibilidad y miraba a Usha por el rabillo del ojo, pero continuó animosamente:— ¿Quién puede decir lo contrario? ¿Cuántos de vosotros —dirigió una mirada ceñuda, de censura, a todos los reunidos— podéis afirmar bajo juramento quién fue vuestro padre?

Por los murmullos y los asentimientos de cabeza que se produjeron a su alrededor, la mayoría parecía considerar el argumento del enano válido. La abultada bolsa de dinero, con su agradable tintineo de monedas de acero, añadía peso a su razonamiento.

—Lo siento si me he precipitado un poco, muchacha —dijo Lin, y la daga desapareció de su mano de manera tan rápida y misteriosa como había aparecido—. Soy muy susceptible y tengo un temperamento muy nervioso. —Se volvió hacia Dougan—. La tomaremos de aprendiza, en las condiciones habituales. ¿Para qué quieres que se la adiestre?

—Para un trabajo especial —contestó Dougan evasivamente.

—¿Qué tipo de trabajo, enano? —Lin había fruncido el entrecejo.

—Eso es algo que no te hace falta saber —replicó con brusquedad Dougan—. Te estoy pagando para que la adiestres. No hay más que hablar.

Lin no se habría mostrado tan dispuesto a ceder si la bolsa de dinero no hubiera abultado tanto, pero en este caso se limitó a contestar, ceñudo:

—Al gremio le corresponde su parte, no lo olvides.

Dougan miró a la gente que estaba a su alrededor, observando. Sobre todo se fijó en los niños. Su expresión severa se suavizó. Se quitó el sombrero con su elegante pluma y lo sostuvo sobre su pecho, como si estuviera haciendo un juramento.

—Si tenemos éxito, todos vosotros participaréis, os lo prometo. Si fracasamos, no habrá reproches para nadie. —Suspiró, y por un instante pareció abatido.

Lin cogió la bolsa del dinero con destreza.

—Tenemos un trato —dijo—. ¿Qué le enseñamos? ¿Mangar? ¿Sablear? ¿Timar? ¿Manejo de ganzúas? ¿Servir de cebo?

Dougan y él hicieron un aparte en un rincón y enseguida entablaron una conversación reservada.

Usha encontró una silla y una mesa vacía y tomó asiento. Un niño harapiento le trajo un plato de estofado y una jarra de cerveza. La muchacha comió con apetito. Sólo había una sombra que enturbiaba su bienestar: la preocupación por la suerte corrida por Palin. Pero el corazón de la juventud siempre es optimista, sobre todo cuando ese corazón ha experimentado las primeras congojas dolorosamente dulces del amor.

«Los dioses no habrían hecho que nos encontráramos si tuvieran intención de separarnos de manera tan cruel», pensaba Usha con un convencimiento tan firme que decía mucho en favor de su fe, ya que no de su conocimiento de la cruda realidad.

Recién comida, Usha se sentía relajada y contenta con la nueva situación. A pesar de la forma grosera de hablar de esta gente, a pesar de su extraña y siniestra apariencia, Usha ya no les tenía miedo.

No había entendido muy bien lo que iban a enseñarle, pero habían hablado de servir de cebo, de timar —que debía de estar relacionado con timones—, y de ganzúas, que sin duda serían una especie de anzuelos.

Estas personas se dedicaban a la pesca, naturalmente.