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Se durmieron abrazados en el diván, mientras yo seguí mirándolos, con la piel incandescente por las llamas de la chimenea, sola.

24 de enero

El invierno me aletarga, en todos los sentidos. Los días son tan iguales y monótonos que ya no consigo soportarlos. Despertador tempranísimo, colegio, conflictos con los profesores, vuelta a casa, deberes hasta altísimas horas, la sandez de la tele y, cuando los ojos todavía aguantan, algún libro y a la cama. Día tras día, el tiempo avanza así, salvo alguna llamada imprevista del ángel presuntuoso y de sus diablos. En esos casos me visto lo mejor posible, me quito las ropas de diligente estudiante y me pongo las de la mujer que enloquece a los hombres. Les agradezco que me den la posibilidad de alejarme de la mediocridad y ser algo distinto.

Cuando estoy en casa, me conecto a internet. Busco, exploro. Busco todo lo que me excita y, al mismo tiempo, me enferma. Busco la excitación que nace de la humillación. Busco la aniquilación. Busco a los individuos más extraños, aquellos que me envían fotos sadomaso, aquellos que me tratan como una verdadera puta. Aquellos que quieren desahogarse. Rabia, esperma, angustia y miedo. No soy distinta de ellos. Mis ojos asumen una luz enfermiza, mi corazón late a tontas y a locas. Creo (¿o quizá me ilusiono?) que encontraré en los meandros de la red a alguien dispuesto a amarme. Cualquiera que sea: hombre, mujer, viejo, chico, casado, soltero, gay o transexual. Todos.

Ayer por la noche accedí al foro lésbico. Probar con una mujer. La idea no me repugna del todo. Más que nada me incomoda, me da miedo. Algunas me han contactado pero las descarté en seguida, antes de ver las fotos.

Esta mañana encontré un e-mail en mi dirección de correo: es de una chica de veinte años. Dice que se llama Letizia, también ella es de Catania. El mensaje dice muy poco, sólo su nombre, su edad y su teléfono.

1 de febrero

19,30

En el colegio me han ofrecido un papel en la obra de teatro.

Al fin ocuparé mis días en algo divertido. Se estrenará más o menos dentro de un mes, en un teatro del centro.

5 de febrero

22,00

La llamé, tiene una voz un poco chillona. Tiene un tono alegre y desenvuelto, al contrario del mío, melancólico y grave. Después de un rato me solté, sonreí. No tenía ninguna gana de saber de ella ni de su vida. Sólo sentía curiosidad por conocerla físicamente. De hecho, le pedí:

– Perdona, Letizia… ¿Por casualidad no tienes una foto para mandarme?

Se rió con ganas y exclamó:

– ¡Claro! Enciende el PC, te la envío ya mismo, mientras estamos al teléfono, así me dices.

– ¡OK! -dije, satisfecha.

Hermosa, increíblemente hermosa. Y desnuda. Atractiva, sensual, cautivadora.

Balbucí:

– ¿De verdad eres tú?

– ¡Desde luego! ¿No te lo crees?

– Sí, sí, claro que te creo… Eres… guapísima -dije asombrada (¡y atontada!) por la foto y por mi arrobo. En realidad, no me gustan las mujeres… No me vuelvo por la calle cuando pasa una mujer atractiva, no suspiro por las formas femeninas y nunca he pensado seriamente en una relación de pareja con una mujer. Pero Letizia tiene un rostro angelical y unos hermosos labios carnosos. Bajo el vientre he visto un suave islote en el que atracar, rico y abrupto, oloroso y sensual. Y los pechos, como dos suaves colinas en cuyas cimas hay dos círculos rosados y grandes.

– ¿Y tú -me preguntó-, tienes una foto para mandarme?

– Sí -le dije-, espera un momento.

Elegí una al azar, encontrada en la memoria de mi ordenador.

– Pareces un ángel -dijo Leticia-, eres deliciosa.

– Sí, parezco un ángel… Pero no lo soy, de verdad -dije, un poco alusiva.

– Melissa, quiero que nos veamos.

– Yo también -respondí.

Después cortamos la comunicación y ella me envió un SMS con el siguiente texto: «Te recorrería el cuello con besos ardientes, mientras te exploro con la mano».

Me quité las bragas, me metí debajo de las mantas y puse fin a la dulce tortura que Letizia había encendido inconscientemente.

7 de febrero

Hoy en casa de Ernesto volví a ver a Gianmaria. Estaba contento, me abrazó con mucha fuerza. Me dijo que gracias a mí entre él y Germano las cosas habían cambiado. No me dijo en qué y tampoco se lo pregunté. Sin embargo, para mí sigue siendo oscuro el motivo que impulsó a Germano a comportarse así aquella noche, es evidente que la causa fui yo. Pero ¿de qué? ¿Por qué? Yo sólo fui yo misma, diario.

8 de febrero

13,18

Aún más indagaciones, no acabarán nunca si antes no he encontrado lo que quiero. Pero en realidad no sé qué quiero. Busca, sigue buscando, Melissa, siempre.

Entré en un chat, en el foro «Sexo perverso» con el alias «whore». Busqué entre las distintas preferencias del perfil, introduje algunos datos que me interesaban. Él me contactó en seguida, «the_carnage». Fue directo, explícito, invasor y era exactamente lo que quería.

– ¿Cómo te gusta que te folien? -me escribió para empezar.

Respondí:

– Con brutalidad, quiero ser tratada como un objeto.

– ¿Quieres que yo te trate como un objeto?

– No quiero nada. Haz lo que debas hacer.

– Eres mi puta, ¿lo sabes?

– Para mí es difícil ser de alguien, no soy ni siquiera de mí misma.

Comenzó a explicarme cómo y dónde me metería la polla, cuánto tiempo la habría tenido dentro y cómo habría disfrutado.

Observaba el paso de las palabras que me enviaba, cada vez más rápidas. Mi estómago se retorcía y, por dentro, me latía una vida y un deseo tan seductores que sólo podía ceder. Aquellas palabras eran el canto de las sirenas y me entregué a ellos consciente y, sin embargo, dolorosamente.

Sólo después de haberme contado que se había corrido en la mano me preguntó cuántos años tenía.

– Dieciséis -le escribí.

Digitó unos emoticones de estupor a lo largo de toda la ventana seguidos por un emoticón sonriente. Luego:

– ¡Demonios! ¡Enhorabuena!

– ¿Por qué?

– Ya tienes una gran experiencia…

– Sí.

– No me lo puedo creer.

– Qué quieres que te diga… Total, qué importancia tiene saberlo, no nos veremos nunca. Ni siquiera eres de Catania.

– ¿Cómo que no? Sí, soy de Catania.

Joder. ¡Encima la mala pata de que me contacte un catanés!

– ¿Y ahora qué quieres de mí? -le pregunté, segura de la respuesta.

– Follarte.

– Ya lo has hecho.

– No -otro emoticón-, de verdad.

Lo pensé durante algunos segundos, luego marqué el número de mi móvil; en el momento de enviarlo tuve un instante de duda. Luego su «¡Gracias!» hizo que me diera cuenta de la tontería que acababa de cometer.

No sé nada de él, sólo que se llama Fabrizio y tiene treinta y cinco años.

La cita es dentro de media hora en el Corso Italia.

21,00

Sé perfectamente que esta vez el diablo se presenta con una falsa apariencia y manifiesta su identidad sólo después de haberme conquistado. Primero te mira con ojos verdes y brillantes, luego te sonríe bonachonamente, te da un beso leve en el cuello y después te traga.